El empleo en la OCDE ha vuelto a los niveles anteriores a la crisis, pero los salarios están siendo los grandes perdedores de esta recuperación, en la que el trabajo sólo está obteniendo una parte de las mejoras de productividad, que además son inferiores que en el pasado.

Así lo concluye la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en su informe anual de perspectivas del empleo publicado hoy, en el que constata un aumento de la brecha de remuneraciones.

También destaca las dificultades de los grupos con menores competencias para adaptarse a un mercado laboral en rápida mutación, ya que tienen tres veces menos posibilidades de recibir una formación que quienes están en lo alto de la escala.

El secretario general de la organización, Ángel Gurría, indicó en conferencia de prensa que, desde que se hicieron sentir los efectos de la crisis en 2007, la tasa de empleo por fin está por encima, un 61,7 % entre la población de 15 a 74 años al terminar 2017.

La otra cara de la moneda es el estancamiento de los salarios: el ritmo de aumento de la remuneración por hora ha pasado a ser entre 1,5 y 2 puntos porcentuales inferior a la de antes de la crisis (del 2,1 % en los últimos años, de media).

En parte, por un entorno económico de baja inflación y, sobre todo, por menores aumentos de la productividad, ya que del 2,3 % de progresión antes de la crisis se ha pasado al 1,2 % y en algunos países es inferior al 1 %.

Pero Gurría subrayó que, aun siendo menores, esas subidas de productividad sólo se están trasladando parcialmente a los salarios, lo que significa que el capital está saliendo ganador en términos relativos.

Los autores del estudio también señalan la divergencias de productividad entre el 5 % de las empresas punteras, que sí elevan en mayor medida la remuneración de sus asalariados, y el resto.

Una de las consecuencias de todo esto ha sido el alza del porcentaje de pobres entre la población en edad de trabajar, que subió al 10,6 % en 2015, frente al 9,6 % una década antes, y que en Grecia y España, los países más afectados, roza el 16 %.

Eso tiene que ver, en parte, con que quienes perdieron su empleo durante la crisis han debido conformarse con un subsidio de desempleo que suponía una pérdida de poder adquisitivo, y que en algunos casos han dejado de percibir con el paso del tiempo: menos de un tercio de los parados cobran.

Además, para poder volver al mercado laboral, muchos se han visto obligados a aceptar puestos de peor calidad y menos remuneración.

La OCDE, lejos de responsabilizar a las reformas lanzadas para flexibilizar el mercado -como la de España en 2012, la de Italia en 2015 o la de Francia en 2016-, cree que eran pasos necesarios para generar empleo y sacar del paro a muchas personas que corren el riesgo de enquistarse en esa situación y perder contacto con la realidad del mundo laboral.

Gurría hizo hincapié en que la reforma hecha hace casi 15 años permitió a Alemania generar un contexto gracias al cual ha podido afrontar en mejores condiciones el choque de la crisis.

Por eso previno contra la intención de cualquier nuevo Gobierno de criticar y cambiar lo realizado por los precedentes: "La reforma funciona. La cuestión es si es lo único que hay que hacer. Por supuesto que no".

Entre las prioridades, a su juicio, deben estar métodos educativos de alta calidad que ofrezcan oportunidades de ajustar las competencias a lo largo de toda la vida laboral, y muy en particular a los menos cualificados.

También propiciar sistemas de negociación colectiva con una fuerte auto-regulación por parte de los interlocutores sociales, porque ése es un ambiente adecuado para un alto nivel de empleo, una mejor calidad del trabajo, más oportunidades de formación y una mayor resistencia a los choques económicos.