Javier Ibañez, presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), tiene muy claro cuál debe ser el camino a seguir por parte de Argentina si quieren estar al frente del proceso de globalización y sumarse al carro de un fenómeno que ya está a pleno rendimiento. Según el ingeniero, la innovación y el desarrollo deben ser el objetivo principal de la “agenda de competitividad” que debe tener el país para ello.

¿Cómo conseguirlo?, afrontando un proceso de reconversión dentro de todas y cada una de las empresas propias afincadas tanto en suelo nacional como internacional. La mejor forma de ganar competitividad es, según este experto, dando un golpe al timón para ir rumbo a la innovación y el desarrollo. Solo así, según ha declarado recientemente en una entrevista, podrá encontrar un nicho en el mercado con el que “generarles factores de competitividad” a los empresarios y, de esta forma, se encarrilen a una senda de beneficios que, a su vez, los lleve a subirse a la cresta de la globalización.

Cualquier empresa puede encontrar ese hueco en el mercado en el que hacerse valer e incluso adquirir unas bonificaciones que le otorguen un mayor valor. A pesar de la alta competitividad existente en la actualidad, explorando e innovando se puede encontrar ese sector en el que realmente se logre despuntar. Tal y como explica Javier Ibáñez, “la industria en algún caso no era competitiva, pero su reconversión sí la hizo competitiva”. Con ese ejemplo ilustrativo, arguye que la obtención de factores de competitividad es solo el resultado natural de una potente labor en I+D que lleve a una organización a actuar en un mercado donde sí sea competitiva.

Ahí es donde entra la labor del INTI. Este instituto nacional afincado en Argentina tiene todas las herramientas para asesorar a las compañías que así lo deseen para encontrar ese más que necesario nicho de valor con el que ser más competitivas.

Uno de los principales cambios sufridos en Argentina al respecto de esta investigación y desarrollo fue el salto de las fábricas. Tras el levantamiento de aranceles y la desaparición de algunas empresas tecnológicas, muchas decidieron dar el salto y pasar de la venta de productos a la venta de productos y servicios. Ahí es donde han encontrado un filón a explotar por completo, ofreciendo servicios integrales. De nuevo, volviendo a las palabras de Ibáñez, queda claro que esto es un ejemplo de la reconversión antes citada. El cambio en las reglas de juego ha hecho que muchas empresas investiguen y se desarrollen para innovar, adaptándose a un nuevo entorno en el que los servicios han cobrado más y más peso.
Es esta agilidad de transformación lo que, según el ingeniero, destaca en las empresas argentinas. Son rápidas para percibir los nuevos frentes y actuar en consecuencia, sobre todo gracias a las herramientas a nivel tecnológico que el estado otorga. Esta simbiosis entre cualidad y facilidades permite el salto con el que encararse a la globalización con optimismo.

El sector donde más complicaciones se están dando es el agrícola. No se trata de una cuestión de limitaciones, sino de competitividad. El producto bruto, la materia prima existente en Argentina tiene una calidad más que notable; pero la puja por posicionarse como un referente está siendo complicada para los empresarios. La mayoría compiten desde un mismo punto de partida, y es en la exportación donde encuentran la clave para la subsistencia o, lo que es más, para el éxito. La región cuenta con un potente entramado que facilita la movilidad, pero es el territorio más allá de las fronteras el que puede otorgar más beneficios.

Sin embargo, uno de los puntos donde más flaquea el país es en el sector del automóvil. Tal y como esgrime Javier Ibáñez, la única forma de potenciarlo es estableciendo “un sistema de confianza entre automotrices y autopartistas”. Es necesaria una perfecta conjunción entre ambos para potenciar la fabricación de automóviles con piezas hechas en Argentina, y para ello lo mejor es que se encuentren cerca tanto la terminal como el fabricante.

De esta forma, se conseguirá una importante sinergia entre producto y montaje que desencadene un aumento en la producción y, por tanto, en la distribución y la venta de automóviles patrios. Ibáñez defiende que el just in time es “mucho más importante que el costo de la pieza”, ya que permite que la fábrica siga ensamblando a pleno rendimiento y sin esperas. Esto, junto a unas piezas de calidad, es lo que conllevará a esta necesaria unión de fuerzas que aporte los beneficios necesarios.

Muchos frentes abiertos para un país en aras de crecimiento. El INTI está poniendo todas las herramientas posibles en manos de las empresas, ahora es su turno para apostar en innovación y desarrollo para mejorar su competitividad no solo a nivel nacional, sino global.