La Fundación de la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos (CEDE), presidida por Isidro Fainé, publica y difunde periódicamente una serie de cuadernos en los que profesionales y especialistas abordan temas de interés para el desarrollo de la función directiva. En algunos casos, estos cuadernos profundizan en la naturaleza y alcance de las transformaciones que se producen en sectores económicos relevantes y, en otros casos como el que traemos hoy en esta nota, abordan temas delicados como los referidos a la integridad en el comportamiento de los directivos. "La Integridad del Directivo" es el título de un cuaderno de la Fundación CEDE, en el que los especialistas responsables de la elaboración del documento, lejos de pretender dar lecciones de ejemplaridad a nadie, ofrecen conceptos, testimonios y reflexiones con el objetivo de que los directivos, destinatarios de estos documentos, puedan conformar una opinión propia desde la información.

La preocupación por los comportamientos éticos de las personas es un tema intrínseco con el buen funcionamiento del sistema de mercado. Para los directivos en particular, es esencial en el ámbito de las relaciones con los trabajadores y proveedores, en la producción y comercialización de bienes y servicios a clientes, ante los órganos de gobierno de las empresas y sus accionistas y, finalmente, en la interacción con los poderes públicos. La integridad genera una confianza que es necesaria para el desarrollo de un elevado número de transacciones comerciales y de la mayoría de las acciones de coordinación entre profesionales. Confianza que ni los contratos escritos, por muy detallados que sean, ni unas normas explícitas, por muy claras que sean, pueden sustituir completamente. En otras palabras, la no-integridad en las relaciones económicas destruye valor para la sociedad y es un freno al desarrollo económico.

A la hora de delimitar el concepto de integridad, podríamos considerar que un directivo que actúa racionalizando la bondad o maldad de su comportamiento en función de lo que diga la ley puede ser considerado un directivo íntegro. Sin embargo la experiencia que se expone en el documento que estamos analizando revela que utilizar únicamente el criterio de la ley como referencia para tomar decisiones es insuficiente en un entorno social en el que la empresa está siendo puesta en observación y en el que las expectativas de la sociedad sobre sus acciones van más allá del mero cumplimiento de la ley.

Un elemento clave que conforma la integridad de un directivo es "hacer honor a la palabra dada". Si en las valoraciones previas a una negociación o a un intercambio de intenciones (cuando se expresa lo que consideramos que vamos a aceptar o ejecutar) se está considerando como una alternativa posible la opción de no cumplir la palabra, dependiendo de la evolución de las circunstancias, no se está siendo íntegro. En definitiva, actuar con integridad hace altamente probable que el directivo y la empresa desarrollen todo su potencial a largo plazo porque genera confianza en la relación de negocio. La consecuencia es una buena reputación, lo cual en el entorno económico actual acaba generando un gran valor para la empresa y para el individuo. En este entorno de integridad, el hacer honor a la palabra actúa como amplificador de las capacidades de la empresa.

En efecto, la conformación de un determinado modelo de empresa no es ajeno al mayor o menor compromiso del directivo con la integridad profesional. Para un directivo que desee que su empresa se comporte bajo una cultura que pone especial énfasis en el desarrollo de las personas y en la participación, debe ejercer su liderazgo señalando la importancia de los comportamientos íntegros para poder obtener los beneficios propios de esa cultura. De la misma forma, idéntico compromiso es necesario en culturas empresariales en las que la innovación, la visión y la utilización de nuevos recursos es lo que genera resultados. En términos económicos, para estas culturas empresariales la integridad es un factor de producción tan importante como el conocimiento o la tecnología. Por el contrario, para otros modelos de cultura de empresa, ya sean jerarquizados o de orientación exclusiva al mercado, el valor de la integridad no tiene especial relevancia, si bien nunca es superfluo.