EL PASADO AÑO, por motivos de trabajo, viajé en dos ocasiones a un mundo de ensueño, China; un país cargado de historia y cultura ancestral, de exotismo, paisajes, naturaleza y, sobre todo, muy acogedor. Primero me impregné de la magia milenaria misturada con el modernismo de su capital, Pekín, y posteriormente me deslumbró su futurista centro económico y financiero, Shangai. Consecuentemente, me paré seriamente a pensar y analizar para poder establecer una comparación con cientos de otros destinos turísticos por mí conocidos y quedé gratamente sorprendido de lo mucho que aporta este gigante. Extraordinarias infraestructuras aeroportuarias, las mejores carreteras y autopistas, muy buenos servicios de transporte, excelentes hoteles y, cómo no, la valoración de su calidad en relación con el precio: (nota máxima, 10); pero, sobre todo, lo que da más garantías a la hora de elegir un destino es la seguridad, y en este caso también nota máxima. El único pero es que todavía la lengua inglesa no está muy introducida. Pero estoy convencido de que en los próximos diez años habrá más chinos que hablen inglés que norteamericanos. En las tres últimas décadas, los chinos se han convertido en los alemanes de oriente, muy responsables y trabajadores, además de sabios en copiar y mejorar todo lo que se les ha puesto por delante, y sin duda expertos en venderlo a posteriori al resto del planeta a precios sin competencia.

Siempre cuento a mis amigos, como uno de tantos ejemplos, que mis gafas progresivas en este viejo continente me costaron 1.000 euros y tardaron una semana para confeccionarlas; en Pekín, las mismas las montaron en dos horas y al módico precio de 30 euros. Al regreso las lleve a un óptico y sin decirle procedencia ni precio me certificó que eran correctas para mi graduación; todavía sigo sin creérmelo. Otro ejemplo, una televisión de plasma de 40 pulgadas, de una marca china, la podrán adquirir por no más de 120 euros, cuando en Europa hay que multiplicar esta cifra como mínimo por diez. Los mejores hoteles del país, "que en occidente todavía no existen", en cuanto a todo (servicio, calidad, habitaciones, restauración, profesionalidad, etc.), te ofrecen una semana que no supera los 600 euros. Siete días, con avión, traslados, excursiones, hotel, espectáculos y hasta compras, no exceden los 1.100 euros. Todos estos son pequeños ejemplos que yo les animo a que los conozcan y los vivan, aunque sólo sea una vez, en este grandioso país que en menos de una década será con diferencia el primer destino mundial del turismo, pues se prevé que para 2017 recibirán 135 millones de turistas.

En 2009, año de durísima recesión internacional, una de las pocas economías que creció, y además como la espuma, fue la de China. Cerró el ejercicio con un aumento del 8,9%. El ascenso económico en los últimos treinta años constituye uno de los acontecimientos más notables de la historia reciente de la humanidad y también uno de los fenómenos más difíciles de comprender. Para Occidente, los masivos cambios que se han dado en el gigante asiático desde finales de la década de los setenta son aún un misterio. Para el pueblo chino, en cambio, son la causa de una inesperada y gran mutación que ha introducido a su país, casi de repente, en lo más avanzado de la modernidad.

Si alguien, hace treinta años, hubiese sido capaz de profetizar cómo iba a ser China en 2010, se habrían reído de él, como lo hicieron en su época de Julio Verne. Nadie podía sospechar que el programa de "reforma económica y apertura al exterior", lanzado en 1978, iba a desembocar en el proceso de desarrollo económico más espectacular de la historia universal, por su velocidad, por afectar a un quinto de la humanidad y por haber combinado tres procesos de cambio: el de una economía planificada a otra de mercado, de una rural a otra urbana y de una cerrada a otra globalizada.

Los éxitos que se han conseguido han provocado un rápido y espectacular cambio de mentalidad y, a su vez, una apertura económica sin precedentes. El futuro del mundo se perfila con casi absoluta probabilidad en un predominante tono de color amarillo. China ha dejado ya atrás a Alemania como tercera superpotencia económica, disputa el segundo puesto a Japón y pisa muy de cerca los talones a la número uno, a la que parecía invencible, a la gran potencia, que siempre fue la estadounidense.

A todo esto hay que añadir que España perderá el tercer puesto turístico en favor de China durante este año. Superará a España en el ránking de turistas con 54,6 millones de llegadas frente a las 52,7 millones previstas para España, según las estimaciones del World Travel Tourism Council (WTTC). Los segundos serán los EEUU, con 55,5 millones, y el liderato seguirá en manos de Francia, con 71 millones de visitantes.

Los estudios ya sitúan en esta cuarta posición a España al menos hasta 2020, momento en el que registrará 65,7 millones de turistas, muy por detrás de los 81,1 de Estados Unidos, que seguirá en tercera posición. En 2017, China ya habrá arrebatado a Francia el liderazgo de primera potencia mundial.

España perdió el segundo puesto en 2007 a favor de EEUU y en 2010 perderá el tercero en favor de China. Si no se cambia el modelo turístico español seguiremos retrocediendo en casi todos los parámetros esenciales. No obstante, es importante considerar que en esta próxima década y como consecuencia del espectacular progreso de este país, el dragón chino, que es la quinta parte de la población mundial, además de ser el territorio donde residen más millonarios del mundo, también será a su vez quien exporte más de cien millones de turistas hacia el resto del planeta.

España debe estar alerta y tratar de conseguir una buena parte de ese pastel, vendiendo bien nuestro producto. Para ello es preciso que seamos rigurosos y serios.