DECIR que la actual crisis económica tiene sus raíces en el contexto internacional no presenta novedad. Que tiene repercusiones para las empresas canarias es una obviedad.

Sin embargo, lo que sí resulta escandalosamente novedoso es asegurar que supone una enorme oportunidad para superarse. Distintos intelectuales de los más diversos campos del saber afirman que sólo a través de estas incómodas situaciones podemos evolucionar en la medida que se nos obliga a superar adversidades y cuestionarnos defectos intrínsecos. Este planteamiento filosófico es válido para superar la actual zanja en la que nos toca vivir.

En primer lugar, debemos sentirnos afortunados por poder ser protagonistas de la nueva era. Desde siempre, cuando en los libros de historia leíamos lo difícil que era la crisis de entreguerras (la del 29) muchos jugábamos a pensar "¿cómo hubiese actuado yo en aquellas circunstancias?".

En segundo lugar, toca revisar los principios y herramientas que han venido inspirando el crecimiento empresarial de los últimos años más allá del nuevo capitalismo que permitía tasas de crecimiento inusualmente largas y duraderas.

Las nuevas circunstancias a las que nos enfrentamos se nos plantean como distintas (en la medida en que ya no son válidas las características que hasta hace poco servían como referente para los empresarios). Por su relevancia destacamos, por un lado, la que podríamos denominar revolución de la ingeniería financiera, ya que con ella se era capaz de otorgar préstamos a prestatarios con escasa capacidad de pago, lo que supuso popularizar el crédito en la medida que posibilitaba acceder a él a aquellos que hasta entonces lo tenían vedado. Las pequeñas empresas podían, por tanto, aspirar a audaces proyectos de inversión (inmobiliarios, hoteleros, informáticos), a pesar de que estas aventuras tuviesen muchas veces unas tasas de retorno inviables que nunca los banqueros e inversores tradicionales hubiesen apoyado. Parecía de esta manera que la llamada "ingeniería financiera de sofisticado diseño" había podido, por fin, resolver el enigma de cómo financiar proyectos de difícil viabilidad y escasas garantías.

Por otro lado, la denominada globalidad económica, que permitía entender que la interconexión de los mercados resultaba ser un mecanismo de desarrollo suficientemente capaz de mantener muy alta la cometa de intercambios e informaciones. Así, cualquier pequeño empresario podía aspirar a cualquier tipo de mercado en la medida que tuviese la ambición necesaria; se abarataban las conexiones, por lo que resultaba medianamente sencillo vender productos y servicios en mercados distantes, así como obtener mercancías o servicios capaces de ser comercializados en el mercado local.

Para una pequeña empresa canaria situada a miles de kilómetros de los principales centros mundiales de decisión, las situaciones que hemos vivido constituían sin duda una oportunidad para poder crecer y desarrollarse, ya que sólo se dependía de la capacidad y el ingenio del inversor o el innovador (cabe en este caso asimilarlos). La intensiva utilización de estos elementos, junto con los apoyos públicos propios de una economía intervenida, permitían justificar el intenso florecimiento de sectores y empresas en Canarias de los últimos años, lo que sin duda ha facilitado unos estándares de vida superiores a los disfrutados en épocas anteriores.

Pero las reglas han cambiado:

- El capital financiero que permitía apalancar las inversiones y el consumo disminuye. Las empresas y los consumidores encuentran dificultades para poder financiar externamente el consumo y la inversión a las tasas de crecimiento anteriores.

- El carácter global e internacional de nuestra economía no sólo parece no tirar lo suficiente, sino que se convierte en un problema al trasladarnos sus propias dificultades y poner en evidencia las deficiencias sectoriales. Empezamos a descubrir que nuestras empresas ofrecen productos y servicios que no resultan tan competitivos como los de otros países.

Esta nueva realidad obliga a reflexionar acerca de los fundamentos del pasado a fin de poder contextualizar el carácter de esta crisis. Sin entrar en cuestiones de orden macroeconómico, debemos preguntarnos si esta situación de caída de ingresos obedece a aspectos externos o internos a la empresa. Sin duda se trata de una mezcla de ambos, los clientes no pueden o no quieren adquirir nuestros productos y servicios y nosotros no somos capaces de ofrecer aquellas condiciones que pudieran animar a nuestros hipotéticos clientes, o bien, no hemos sido capaces de generar productos o servicios que atraigan a nuevos demandantes. En definitiva, puede plantearse como un desencaje con el entorno.

Partiendo de que es el mercado el que establece las reglas que en cada momento han de ser tenidas en cuenta, podemos considerar que la situación actual obedece a que las empresas no han sabido adoptar las decisiones adecuadas. Las economías competitivas se caracterizan por contar con avispados operadores capaces de responder de forma contundente y rápida a las circunstancias cambiantes. En Canarias, por tanto, aquellos sectores y empresas más competitivos serán los que encontrarán en primer lugar las salidas.

La nueva realidad parece obligar a una mutación en los patrones de decisión. Parece vislumbrarse que debemos volver a los clásicos principios empresariales. Acometer aquellas inversiones que seamos capaces de financiar con nuestros propios recursos y en la medida que el negocio así lo justifique. La denominada ingeniería financiera es sólo un negocio financiero y no un mecanismo determinante de la salud de una inversión.

Por otro lado, las empresas deben formular sus costes en la medida que sus ingresos potenciales así lo permitan ya que se trata de negocios que deben perdurar en el tiempo, y lo que es más relevante, en mercados globales. Esto es, las empresas en Canarias, por el carácter de los mercados, deben referenciarse con respecto a aquellas empresas similares del resto del mundo tanto en precios como en servicios. Luego si los clientes disponen de menos ingresos habrá que ofrecer productos con una combinación de precio/producto-servicio acorde a las posibilidades, lo que exigirá reformular sus ecuaciones de costes.

Como conclusión, tal vez hayamos estado formulando decisiones no adecuadas, asumiendo costes y prestando servicios no sostenibles en el tiempo, por lo que esta crisis no es más que una buena oportunidad para soltar lastre lo antes posible y poder volver a hacer las cosas bien.