La presencia de Jorge Valdano en Tenerife, que estuvo estos días en la Isla con motivo de una conferencia, sirve de excusa para refrescar una de las etapas más brillantes de la historia del Tenerife, la que comenzó en abril de 1992 y terminó en mayo de 1994 con la vuelta al Real Madrid, como entrenador, del campeón del Mundo en 1986 con Argentina.

¿Qué tal se siente en Tenerife?

Como en mi casa. Lo noto en todo: en la manera que la gente tiene de saludarme o de pedirme una foto, de recordarme cosas... He estado con personas adultas con fotos que se hicieron conmigo en la Isla cuando tenían 10 años. Hay un revoltijo de recuerdos que están siempre presentes.

¿Qué lugar ocupa su etapa como entrenador del Tenerife para alguien que ha triunfado tanto?

Un lugar relevante, porque fue uno de los tiempos más felices de mi vida. Y es muy difícil que ocurra eso en la función de entrenador. Fue una experiencia que, además, tuvo continuidad: todos los días derribábamos una barrera y eso nos dio una sensación de logro muy grande. Además, fue una experiencia familiar muy feliz: mis hijos la recuerdan con cariño y mi mujer, también. Tenerife está siempre presente en mi casa.

Fue algo más que un equipo al que le salieron bien las cosas.

Así es. Fue un fenómeno social. Además, entiendo que hubo tanta responsabilidad en el liderazgo como en la gente misma que, a través de la ilusión, no hacía más que empujarnos.

Se trataba de ponerse al mando de un equipo con muy poco recorrido en Primera y que tenía 8 jornadas por delante para evitar un descenso que ya era una amenaza. ¿Qué le sedujo de la propuesta?

Lo recuerdo como un momento de mucha ilusión y también con un punto de angustia, porque nunca había volcado un discurso delante de un grupo de profesionales. No había tenido ninguna experiencia previa y me llamaron para hacer una operación a corazón abierto. Pero creo que la experiencia está sobrevalorada. Y uno empieza a ver muchos ejemplos. Por nombrar los últimos, los de Zidane en el Real Madrid o Guardiola en el Barcelona. Sus primeras experiencias fueron mucho más exitosas que todas las siguientes. Hay algo ahí de frescura, de entusiasmo, de pasión, de fuerza interior que se transmite con mucha más espontaneidad, y eso te da un poder de comunicación muy grande. Creo que algo de eso también impactó en aquel primer momento mío como entrenador.

La contratación de Martí como técnico del Tenerife se llegó a comparar con la suya: si con Valdano funcionó, ¿por qué no con otro entrenador sin experiencia?

Sí. Seguro. Martí está haciendo una gran labor. No se pueden equiparar los tiempos, porque resultaría imposible, pero sí he sentido un parentesco entre los dos desde la llegada de Martí al Tenerife.

Se refirió antes al momento en el que se dirigió por primera vez a una plantilla profesional. ¿Qué mensaje eligió para empezar? ¿Por qué funcionó todo tan bien?

Porque impactamos en el estado de ánimo y teníamos las ideas muy claras. Cuando uno tiene ideas muy claras, las transmite también con claridad. Indicamos desde el principio cuáles iban a ser las piedras grandes: vamos a ser un equipo que va a atacar, vamos a ser un equipo que va a tener la pelota, vamos a ser un equipo que va a presionar... Todo eso quedó muy claro desde el principio. Y los jugadores entendieron que no era negociable, que era algo imperativo y que nos iba a distinguir de todos los demás. En aquel momento había equipos que jugaban muy bien al fútbol, pero para ser campeones. No eran equipos que jugaran muy bien al fútbol para escapar de la miseria. Y nosotros nos escapamos del descenso subidos arriba del buen juego. Hay que decir que había mejores futbolistas de lo que la gente se cree. Había jugadores técnicamente muy buenos, como Fernando Redondo; jugadores rápidos y habilidosos, como Quique Estebaranz; jugadores muy responsables y comprometidos, como Toño, Toni, Manolo... gente de las Islas; jugadores atrevidos, como Paqui; jugadores muy bien dotados para el pase largo, como Mata; jugadores muy inteligentes, como Felipe y Pizzi; jugadores muy entusiastas, como Dertycia; jugadores con sentido del servicio, como Ezequiel Castillo... En fin, había un equilibrio. Siento mucho no nombrarlos a todos, porque cada uno merecería una definición que nos ayudaría a entender que ese equipo no fue solo una cuestión de entusiasmo; tenía un buen número de jugadores importantes.

Por primera vez, el Tenerife empezó a ser atractivo para el espectador neutral.

Sí. Terminamos gustando a los neutrales. Hay gente que es muy de su equipo y cuando su equipo no juega, ve otro partido porque le gusta lo que hace ese otro equipo, y nosotros creamos una especie de atractivo nacional. De hecho, en aquel momento, Javier Pérez, que era muy hábil, cerró un contrato con Televisión Española muy relevante para la época.

¿Qué recuerdo tiene de Javier Pérez y de otros dirigentes del club como Santiago Llorente?

Santiago Llorente era un sabio discreto, un tipo que sabía mucho de fútbol y que transmitía serenidad desde el conocimiento. Con él tuve una empatía inmediata. Y Javier Pérez sabía mandar. Era un líder de verdad, con una idea muy clara y con un proyecto de grandeza. Javier huía de la mediocridad. La palabra grandeza era la que mejor le sentaba a su proyecto. Nunca se quedaba corto, ni en los sueños, ni en la propuesta, ni en las ambiciones... Todo eso tiene un gran poder de arrastre.

Aquella etapa duró una década. ¿Qué ventajas e inconvenientes reúne Tenerife para poder tener un club estable en Primera?

El Tenerife tuvo dificultades económicas muy grandes al final de aquella etapa, y sin esa estabilidad es imposible darle continuidad a un proyecto. Ahora sé que los números empiezan a ser más razonables y creo que desde ahí se va a poder construir algo que tenga continuidad.

¿Qué camino habría que seguir para conseguirlo?

En estos momentos le daría muchísima importancia a la cantera, a tener un gran centro de formación que no dejara escapar a ningún talento que asomara en las Islas. Esa tendría que ser la base de cualquier proyecto como el del Tenerife. Hay que entender que hay clubes de dos velocidades: unos que tienen como mercado el mundo entero y otros que tienen como mercado su ciudad y su provincia. Claramente, el Tenerife está en el segundo lugar. Pero en la Isla hay recursos humanos suficientes como para hacer un trabajo de futuro que ayude a que el equipo alcance una estabilidad al máximo nivel. No tiene que asustar el tamaño. Por ejemplo, Islandia, con 300.000 habitantes, va a jugar un Mundial, y Uruguay, con tres millones, es capaz de ser una potencia histórica del fútbol.

¿El entorno es propicio para dar espacio a ese crecimiento?

Hasta la cultura se puede construir. Quiero decir que cuando hay un proyecto interesante, cuando hay personajes que son capaces de contar ese proyecto y cuando uno habla de formación, tiene que contratar también a formadores. La formación no es un problema solo de jugadores con talento; sobre todo es un problema de formar a los formadores. Si eso se realiza, el contagio está asegurado.

El estilo con el que triunfó en aquel Tenerife es el que siempre se relacionó con el que gusta más en la Isla. ¿Intentarlo con otro modelo sería antinatural?

Es que yo creo tanto en lo mío, que solo me siento con fuerzas para recomendar la técnica, porque creo que, además, España ha ido hacia ahí. Aquí ha habido una revolución formativa y ha sido técnica. Así como Francia se caracteriza por jugadores muy dotados físicamente, como Italia se caracteriza por la obsesión táctica y como Alemania se distingue por la seriedad y la disciplina, España ha hecho una revolución técnica. Y eso ha incorporado a los bajitos, a los que no son rápidos... Desde ahí me parece que resulta más fácil crear una escuela.

Volviendo al pasado, el Tenerife de Valdano no solo se salvó de un descenso, sino que protagonizó dos finales de Liga históricos ante el Real Madrid, se clasificó para la Copa de la UEFA, jugó una semifinal de la Copa del Rey... ¿Con qué se queda?

Es muy difícil resumirlo. Fueron muchas cosas. También estuvimos una rueda entera sin perder, dieciocho partidos. Nos clasificamos para la UEFA por primera vez en la historia. Se rompieron hitos importantes. Pero insisto, había jugadores buenos y, además, muy profesionales. Lo recuerdo como un caso de buenrollismo general que ayudó a la competitividad del equipo. Todos nos sentíamos protagonistas, todos contagiábamos y todos nos dejábamos contagiar. Y desde ahí construimos algo colectivamente inolvidable.

Las anécdotas de un campeón del mundo

Jorge Valdano, halagado por las muestras de afecto que recibe en cada una de sus visitas a Tenerife, se refirió esta vez a varias anécdotas extraídas de su carrera deportiva. Las tiene que aluden al éxito, pasando por la pasión, el estilo, la palabra, la curiosidad, la simplicidad, el talento, la confianza, el vestuario y la humildad. En este último caso, el argentino cuenta un episodio de su relación con la selección argentina en el que Carlos Bilardo quiso darle una lección a unos jugadores que, crecidos por el éxito de haberse proclamado campeones del Mundo, se quejaron por la duración de un entrenamiento. Antes del amanecer sonaron los teléfonos de las habitaciones del hotel de concentración de la Albiceleste y los futbolistas se reunieron en la puerta del edificio sin saber el motivo de tal madrugón. Subieron a una guagua con la misma falta de información. El seleccionador no daba el menor indicio de lo que iban a hacer. Después de recorrer 500 metros, el vehículo se detuvo delante de una boca de metro de Buenos Aires. Siguió el silencio, esta vez con la novedad del "espectáculo" del constante ir y venir de personas que accedían al servicio de transporte. Y al fin, tras más de media hora, habló Bilardo: "Esta gente se levanta para trabajar cuando sus hijos están durmiendo y regresan a casa cuando ya se han acostado. No me vuelvan a decir que un entrenamiento es largo". Nadie puso más pegas. Humildad.