La inmortalidad de la música y la fatalidad de la muerte. Ese parece ser el destino final de genios como el de Puccini, quien no pudo concluir la ópera Turandot, una obra que puede considerarse casi póstuma, pero que lejos de acabar siendo una pieza inacabada y huérfana se ha convertido desde su estreno en 1926 en una ópera prácticamente de culto.

La representación que tuvo lugar anoche en el Auditorio de Tenerife, dentro de la programación de Ópera de Tenerife, ofreció una versión en lo teatral muy cercana al corte tradicional, sin asumir demasiados riesgos escénicos, apoyada en juegos de colores y el recurso de la luminotecnia.

El espectáculo, que bien puede considerarse elegante, estuvo sostenido en una orquesta que se desenvolvió bajo la ortodoxia del maestro Giampaolo Bisanti, más el complemento de un conjunto coral que acompañó la arrebatadora orquestación.

Pero lo cierto es que Turandot representa una sensacional mezcla en la que se conjuga lo simbólico y lo expresionista, la tragedia con la comedia grotesca y la fantasía de un cuento de hadas.

Y esta condición se ve reflejada claramente en los registros vocales, de tal manera que los caracteres de personajes como Turandot (Tiziana Caruso) y Calaf (Carlo Ventre) debían sonar sencillamente fabulescos e irreales, de ahí sus tesituras particularmente agudas.

El desafío vocal de esta pieza exige escenas en las que los solistas deben sobreponerse al sonido de la orquesta y también del coro, lo que en ocasiones representa un sensible desgaste, notas apretadas y errores en la colocación.

Acaso Liù (Alexandra Grigoras) se convierte en el único personaje de carne y hueso, una condición intrínseca de esos particulares roles femeninos de Puccini a los que el amor les reserva el fatal desenlace de la muerte.

El elenco mostró otras voces, acaso más modestas, como las de la escena de los ministros del segundo acto o también las del pasaje de los enigmas.

Pero como quiera que la memoria siempre está presente, una de las arias más famosas, el Nessun Dorma, bien vale para pintar un final donde asoman vencedores los amores exóticos.