Alimentos cargados de conservantes, semillas estériles, pérdida del 75 por ciento de la biodiversidad en la última centuria o timos con lo ecológico son algunos de los desmanes que denuncia el periodista Rossend Domènech en El trauma de los langostinos tuertos, que llama a la rebelión del consumidor.

"Hay preocupación por el sexo seguro y no obsesión por la calidad de los alimentos" pese a que ambas cuestiones afectan directamente a nuestra salud, lamenta Domènech en esta obra crítica con la industria alimentaria, publicada por Avant Narrativa y que prologa el cocinero Joan Roca, con tres estrellas Michelin en El Celler de Can Roca (Girona).

Ante la "repentina industrialización de la comida", el consumidor "confía" porque piensa que si algo se vende en un supermercado "cumplirá leyes y habrá pasado controles" y "no se lee las etiquetas, que son un galimatías; no se entienden porque hay muchos intereses detrás".

"La letra es muy pequeña, dicen cosas que no se entienden como E-135 o E-452. El futuro de la alimentación se jugará mucho en las etiquetas porque a través de ellas llegará la democracia de la alimentación", asegura a Efe Domènech, que invita a los consumidores a "luchar por etiquetas más transparentes y entendibles" para saber lo que come.

También es crítico con las instituciones, por no promover la necesaria educación alimentaria ni la defensa de la biodiversidad del planeta, y por permitir el uso de "pesticidas emparentados con el agente naranja o el gas sarín" y que la industria alimentaria abuse de grasas y azúcares o cometa tropelías como la que da título al libro.

Porque el trauma de los langostinos tuertos alude a la práctica de algunos empresarios de dejar tuertas a las jóvenes hembras de langostinos de criadero para acelerar la llegada a la edad adulta y, por tanto, la puesta de huevas.

Sostiene Domènech que "somos lo que no comemos" además de lo que comemos, cuestiones que repercuten en nuestra salud y, consecuentemente, en las economías nacionales. "El estado del bienestar no se aguanta económicamente. Mi pregunta es: ¿por qué todos tenemos que pagar por la avidez de unos productores que nos envenenan y nosotros nos envenenamos por nuestra ignorancia?".

El poder de la industria tiene mucho que ver. Han conseguido en Bruselas, recuerda el autor, que en las etiquetas de los vinos se informe de que ''contienen sulfitos'' -un ingrediente natural en el vino- en vez de ''sulfitos añadidos'', ya que "se agregan para que no se corrompan y puedan viajar de Austria a Europa, por ejemplo, pero los matan organolépticamente".

O, en el caso de las semillas, el monopolio ejercido por "tres o cuatro empresas, reconvertidas de la industria armamentística, del 75 por ciento del mercado mundial" que, además, influyen en las normas de comercialización.

La proliferación de semillas híbridas o estériles ha conllevado la pérdida de las autóctonas y, advierte el periodista, supone una "pérdida de identidad cultural, como cuando se pierde una lengua. Un monumento se puede reconstruir, un tipo de manzana se pierde de por vida".

También destapa en El trauma de los langostinos tuertos mentiras sobre la agricultura ecológica, ya que, según sus datos, "entre el 10 y el 20 % de lo que se vende como eco no es tal" por razones como que los terrenos en los que se cultivan "no han sido saneados y tienen restos de la química de cultivos anteriores".