Era muy difícil que una biografía sobre Ruth Bader Ginsburg estuviese a la altura del personaje, una mujer poco conocida en España por el gran público pero todo un icono en los Estados Unidos de América. Esta excelente jurista es desde el 10 de agosto de 1993 jueza de la Corte Suprema estadounidense (cargo que continúa ocupando a día de hoy) y su trayectoria vital resulta tan extraordinaria que, dadas sus aportaciones al progreso de la Humanidad, sin duda merece ser contada. Es verdad que la película comienza de forma un tanto endeble, por un estilo narrativo previsible cercano a ese tipo de melodrama americano que no dispone de guiones con enjundia. Sin embargo, a medida que avanza el metraje el relato va centrándose mejor y consigue entretener, dando difusión a una parte esencial de la historia judicial y legislativa norteamericana de la que no será indiferente el resto del planeta.

En todo caso, no se pueden obviar algunos inconvenientes que el largometraje es incapaz de sortear. El más evidente es el de la temática que aborda, probablemente monótona y espesa para quienes no sean aficionados a los temas legales ni a las semblanzas de grandes personalidades. La cinta pone igualmente de manifiesto un formato edulcorado durante buena parte del metraje y evidencia en exceso un esfuerzo artificioso por aliñar la moraleja con esos condimentos del melodrama clásico que se traducen en pizcas de humor, teatralidad y sentimentalismo, tan propios de la industria cinematográfica estadounidense. Por ello, algunos espectadores tildarán el film de rutinario y se perderán en su maraña jurisprudencial. Sin embargo, otros muchos disfrutarán con su atmósfera judicial y sus recreaciones históricas, habida cuenta que el nivel de entretenimiento es aceptable, las interpretaciones, meritorias, y las lecciones de Derecho, dignas de ser aprendidas.

Cuenta la vida de Ruth Bader Ginsburg desde su ingreso como alumna en la prestigiosa Universidad de Harvard, para continuar con sus duros inicios profesionales y su ulterior participación en el primer gran precedente sobre discriminación de género en una norma jurídica que abrirá el camino a otras sentencias posteriores y a toda una batalla legal en favor de la no discriminación por cuestión de sexo.

La cineasta Mimi Leder se ha hecho cargo de la propuesta. Forjada en series televisivas como La ley de Los Ángeles, Urgencias, El ala oeste de la Casa Blanca o Shameless, debutó en la pantalla grande dirigiendo algunas muestras del género de acción, entre ellas el primer proyecto de la productora Dreamworks (El pacificador, junto a George Clooney y Nicole Kidman) yDeep Impact. Su filmografía incluye también otros títulos más dramáticos como Cadena de favores, protagonizada por Kevin Spacey, Haley Joel Osment y Helen Hunt. Leder maneja a la perfección el ritmo narrativo y posee una notable capacidad para contar visualmente las historias, si bien muestra una mayor inseguridad cuando se ve obligada a basarse en la contundencia del guion y en la fascinación de las actuaciones. Tal vez haya sido ese el principal escollo que no le ha permitido sacar todo el partido posible a unos personajes sumamente interesantes tanto a nivel personal como profesional.

Pese a todo, uno de los principales aciertos de este trabajo es la labor interpretativa de los actores. A su protagonista, Felicity Jones, la hemos visto en La teoría del todo, Rogue One: Una historia de Star Wars o Un monstruo viene a verme. Se trata de una actriz eficaz que aquí cumple con un complicado reto. Le acompaña un grupo de nombres competentes, como el veterano Sam Waterston (Los gritos del silencio, El gran Gatsby, El caso Sloan), la experimentada Kathy Bates (oscarizada por Misery y popular por sus actuaciones en Tomates verdes fritos y Eclipse total), el joven Armie Hammer (La red social, Call Me By Your Name) o la adolescente Cailee Spaeny (El vicio del poder, Malos tiempos en El Royale).

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