Daniel Abreu inaugura hoy, a las 21:00 horas, con entrada libre, en el teatro Timanfaya, la temporada de artes escénicas del Puerto de la Cruz, una iniciativa impulsada por el área de Cultura que dirige Sandra Rodríguez. El premio Nacional de Danza 2014 lleva hasta el municipio norte Perro, obra que considera la más emblemática de su compañía.

¿Es un buen momento para ser artista en España?

Tengo la sensación de que no se elige ser artista. Hay gente que tiene la capacidad de contar el mundo desde otro sitio, y eso es una virtud. España es un país que ha dado grandes artistas, en concreto en el mundo de la danza hay excelentes bailarines y coreógrafos de renombre internacional y con trabajos que definen esta latitud geográfica y una manera de ser y de estar. Puede que algunos sean poco conocidos, pero eso no quita que su manera de hacer esté muy presente y aportando belleza y movimiento a esta existencia.

¿Qué es para usted la danza contemporánea? ¿Cómo la definiría?

La danza contemporánea abre otros caminos en la expresión. Ya no solo hay un argumento de vivencias y una necesidad de desafiar la gravedad como único entretenimiento. Hoy en día los lenguajes contemporáneos se adaptan a quienes somos y a quienes están por llegar. Hay una diversidad muy fuerte en lo que se cuenta y en la movilidad del cuerpo. Todos los planos son posibles, todas las formas. Hay una paleta muy amplia desde lo más tradicional a lo más tecnológico, y casi todo cabe. El orden no responde a una historia de personas a las que les pasan cosas lineales, no, ahora la danza habla más de la vida, más circular y sin orden, de todo aquello que tiene que ver con la expresión del ser, desde el humor al drama, desde lo más exhibicionista a lo más mínimo. Hay un código muy fuerte, un patrón muy exigente para el bailarín que tiene que combinar con la libertad que da ser dueño de cada gesto. Se le ha dado muy mala prensa a la danza porque hemos querido mirarla desde la imagen egocéntrica del artista que parece que tiene algo que contar y por otro lado se la ha leído con códigos caducos. El patrón de la danza habla de cada uno, como si nos miráramos al espejo y pudiéramos poner nuestra historia, ahí desaparece el ego, y aparece la obra, que no se puede leer con una secuencia matemática de afuera, hay que mirarla con los códigos que cada uno tiene para ver el mundo.

¿En qué ha cambiado su vida profesional desde que recibió el Premio Nacional de Danza?

El premio ha hecho que yo sea conocido más allá del mundo de la danza. Es un reconocimiento muy importante para la profesión, pero también para el mundo de la cultura en general. Se hace visible una manera de mirar la danza, la que yo he podido aportar y la de todos aquellos que han confiado en mí y se han unido a mi trabajo. Ha sido un honor recibirlo, y reconozco que muchas veces me olvido de que lo llevo a cuestas y lo que significa. Me recuerda que muchos años de trabajo fueron vistos y bien acogidos.

¿Qué resumen hace de 2018?

Ha sido uno de los años más intensos de mi carrera. Comencé la gira de La Desnudez, obra a la que le tengo un especial cariño, y que además fue la más premiada en la pasada edición de los Premios Max. Por otro lado, tuve una gira que me llevó por América y Europa estando fuera de casa dos meses. Ha sido una gran experiencia, intensa y memorable. Y luego comencé la dirección de Lava, la compañía residente del Auditorio de Tenerife. Creo que si algo eché de menos en 2018 fueron días para descansar, de resto fue un año sobresaliente.

Una obra como Perro evoluciona con el paso del tiempo...

Es la obra más emblemática de la compañía. No ha evolucionado ella, yo sí, he crecido con ella y me ha enseñado el valor de seguir vivo en un mundo de usar y tirar, y el enorme respeto que le tengo. Después de doce años puedo decir que es atemporal. La obra la sigo presentando tal y como se creó en 2006. Ha viajado por muchos países y podría asegurar que la respuesta del público es muy parecida en los distintos lugares año tras año. Seguir bailándola es reconfortante para los que estamos cuando coge forma.

¿Cómo es el proceso de creación de sus obras? ¿Tiene el control sobre ellas o ellas dictan su desarrollo?

Nunca tengo el control de la obra. Es un acto de fe. Comienzo moviendo los cuerpos, viendo qué quieren contar los músculos. No se trata de controlar ni de transcribir lo que tengo en mi cabeza, sino que abro todas las puertas de los sentidos y dejo que entre lo que sea. Lo entienda o no, la obra usará mi manera de ver para presentarse al mundo. Esto es difícil de explicar, suena casi a místico, pero te puedo asegurar que cuando termino un proceso nunca sé cómo llegué allí. Se podría decir que es aleatorio, pero nada más lejos de la realidad. La obra tiene su forma, y no cabe cualquier cosa, solo que no se sabe a priori qué cosa es. Los intérpretes que trabajan conmigo confían, eso es imprescindible. Muchas veces estoy tan perdido como ellos, pero siempre tenemos el cuerpo y la perfección del gesto y de cómo hacerlo para llegar a unos ojos que nos miran y dan sentido a todo.

¿Qué cuidado le da a su cuerpo para responder a las exigencias de un bailarín?

Trato de tener al menos una hora diaria de entrenamiento ya sea en el gimnasio o en casa. No hay día de descanso. También cuido el exceso, más de ocho horas moviéndome es demasiado. Soy una persona bastante saludable, rozando el aburrimiento, así que no es algo que me cueste. A mi edad lo que más debe cuidar un bailarín es su cabeza, todo parte desde los enfoques y es una profesión muy exigente. Muchas veces con una hora de entrenamiento muscular y otro tanto al mental hacen que uno esté preparado para honrar esta profesión exigente y bella.

¿Qué es lo que desvela de Daniel Abreu el Daniel Abreu que baila?

Se desvela lo que mi ojo puede captar, lo que mi memoria recuerda y lo que no, una historia que, sin abarcarlo todo, habla de muchos. Creo que no es relevante una exposición personal, pero está claro que en mis obras está mi manera de contar, de ver y de ser, incluso haciendo lo contrario ya estaría mostrando algo. Si parto de mi historia personal, trato de universalizarlo y entender que eso es algo muy por encima de mí. Y algo maravilloso es que dejo que lo que tenga que expresarse lo haga así, bailándolo. No necesito palabras ni siquiera entenderlo, solo hacer visible lo que sea y hacerlo presente. No soy ajeno a mí cuando me expongo ante una obra. Exponerse es la mejor manera que tiene uno para ocultarse.