Una forma de evasión, sin afán profesional ni pujo artístico, representó la fotografía para Vivian Maier (1926-2009), niñera de oficio y retratista anónima hasta que poco antes de morir emergió su legado, del que ahora se hace eco el Museo Patio Herreriano a través de una exposición en Valladolid.

La casualidad, el mismo ''premeditado azar'' con que impregnó su quehacer fotográfico, propició dos años antes de su muerte el hallazgo de su legado en una subasta celebrada en Chicago, más de 100.000 negativos de los que Anne Mourin ha exhumado las imágenes que ahora se muestran hasta el 23 de abril.

"El autorretrato y su doble, además de anunciar la exposición promovida por el Ayuntamiento de Valladolid, remite a uno de los rasgos más acusados en la obra de Maier, la búsqueda de sí misma aunque de manera pudorosa e insinuada unas veces, y de forma explícita otras, como sujetas a estados de ánimo.

Son ochenta y tres imágenes en blanco y negro, fechadas entre 1953 y 1986, para dar cuenta de su "lenguaje fotográfico y situación social", aficiones y formas de ocio deducibles a través de un fondo "con el que parece decir: ''aquí estoy en este instante''", ha explicado Morin, comisaria de la muestra.

Con gorrito de niñera, indumentaria formal, en bañador en la playa, camisas y camisetas, Maier "parece reivindicar a través del autorretrato su propia identidad", como una forma de orillar "una vida prestada, sin espacio propio", siempre en casas ajenas donde servía como niñera hasta que murió casi en la indigencia.

Dos años antes de su fallecimiento todo su instrumental, material y negativos fueron vendidos para pagar deudas de alquiler que la dejaron en una intemperie de la que fue rescatada por una de las familias para las que trabajó.

John Maloof, relata la comisaria, rescató de la subasta un material cuyo conocimiento ha obligado a revisar la historia de la fotografía desde el medio siglo XX, hasta alinearla con Diane Arbus, Robert Frank, Helen Levitt y Garry Winogrand como una inquilina más de la denominada fotografía de calle (Street Photography), que no ambulante o callejera.

Nacho Gallego (EFE)

Morin se ha referido a la sintaxis visual de Maier, a la técnica constructiva que desembocó, en el caso de los autorretratos (aproximadamente el treinta por ciento de su legado), en una presencia de autoafirmación personal, siempre con su Rolleiflex reflejada en cristales, espejos u otros materiales.

Recurrió a escaparates, chapas de vehículo, tostadoras, puertas de frigoríficos en camiones ambulantes, carcasas de focos, material de tocador, ceniceros, ventanas y retrovisores que le devolvían su imagen, a veces deformada como la de Max Estrella en las "Luces de bohemia" de Valle-Inclán.

En todas las fotografías compone el mismo gesto adusto, serio, desafiante por momentos, con una mirada fija, sin sonreír a excepción de la disparada en una playa de Nueva York (State Island), fechada en 1954 y donde aparece en bañador.

"Es una escritura filosófica con mecanismos ópticos, siempre parta testimoniar su presencia", ha resumido Morin sobre una exposición que ha presentado como el homenaje a una artista cuya obra llegó a Valladolid por primera vez en 2013.

Fue en otra exposición, a los cuatro años de su muerte, en la que retrató la vida ordinaria, la belleza de lo cotidiano en las calles de Nueva York y Chicago donde se ganó la vida como niñera durante cuarenta años.

A la apertura de esta exposición ha asistido la concejala de Cultura y Turismo, Ana Redondo, quien ha situado a Maier, de origen francés y austro-húngaro, como "icono en la lucha por la identidad femenina".