Através de 40 años de democracia, sin caer en la nostalgia, Santa Cruz ha dado un gran salto hacia Europa. Santa Cruz es una ciudad moderna, ágil, hospitalaria, agradable para vivir, no tan importante como a mí me gustaría, pero es mucho mejor ciudad que en 1978.

Hoy, igual que ayer, sus muelles albergan barcos que navegan por todos los mares del mundo, que nos acercan mercancías y riqueza. Hoy tenemos un Parque Marítimo que en 1978 no existía, alineado junto a las ramblas marinas, cerca de la nueva ciudad de Cabo-Llanos, que tampoco estaba allí (era todo refinería), y ahora el pueblo de Santa Cruz puede disfrutar de algo que entonces era imposible, de su ocio, en un complejo de piscinas y recintos deportivos y de expansión y admiramos, como antes no podíamos, la estampa de un muelle deportivo cuajado de veleros y cruceros que descansan del oleaje en los brazos abiertos al mar de una ciudad ubicada en el corazón del Atlántico, que desde luego tiene muchas cosas que resolver pero que no deber olvidar lo que sí ha hecho bien. Sé que ser pesimista da más crédito a cualquier escrito, pero hoy quiero ser optimista, pues si miramos hacia detrás, en todo este tiempo, en conjunto son más las cosas que han avanzado en la dirección correcta que en la dirección equivocada. Sé que este artículo se leerá con gran escepticismo por esta visión positiva, pero los datos hablan y nos muestran que a pesar de todos los miles de defectos que tenemos, el ingenio de todos juntos como comunidad se acumula, y la mejora, lenta pero constante, continúa. Y si no, miremos hacia el Sur, donde una colina de césped y palmeras, con paseos y vistas al mar hace imposible imaginar que, debajo, existió una vez una montaña de basuras.

Desde el año siguiente al de la aprobación de la Constitución, cuando llegaron los primeros ayuntamientos democráticos, el nuestro, en 1979, planteó el reto de afrontar los graves problemas de fondo de nuestra ciudad desde una visión de conjunto, empezando por coser, aquí y allá, en el gran tejido urbano de Santa Cruz unos barrios con otros, y consiguiendo completar una trama continuada para la ciudad que antes no existía. En aquel momento la gerencia de urbanismo salió de sí misma a buscar los barrios para incorporarlos a la ciudad, se crearon nuevas ramblas y conexiones y se planificaron las futuras redes por la que es fácil circular. Poco a poco se fue dando respuesta a la demanda de equipamiento de Santa Cruz en el terreno deportivo (el Pancho Camurria, el Estadio de Tíncer, campos de fútbol?), en la expansión cultural (el TEA, el Tanque, la Escuela de Artes Escénicas, el nuevo Conservatorio, el Auditorio Adán Martín), en el derecho al ocio (el parque la Granja, el parque Cuchillitos de Tristán, entre tantos otros, y zonas infantiles), en la construcción de nuevas zonas habitables... Todo ello, imagino, ejerciendo de equilibristas en un momento difícil pero ilusionante, intentando actuar sobre una ciudad a la que no llegaba ni la luz ni el asfalto a todos sus rincones.

Santa Cruz es un ser vivo, además de un sitio donde vivir. Es una ciudad cómoda y segura. Una entidad en constante movimiento, sin acabar, sino en construcción, que exige continuamente nuevos servicios, imaginación para nuevas soluciones en su crecimiento que no la paralicen, que no la detengan, que no hipotequen soluciones de futuro. Todo esto no puede realizarse desde los despachos, ajenos a la "ciudad real", de espaldas a los vecinos, los protagonistas de la ciudad, los que sabemos lo que queremos, ni de espaldas a la realidad económica y a los recursos de todos los agentes que componen este gran mundo global en el que vivimos ahora, 40 años después. Supongo que es hora de recuperar las ilusiones, de volver a hacer una lectura sobre el Santa Cruz flexible, seguro y vibrante que queremos para dentro de otros 40 años.