La Scala de Milán abrió su temporada con "Attila", la historia de venganza de una valiente mujer contra el rey de los hunos, protagonizada por la soprano española Saioa Hernández, que fue ovacionada al final de la actuación.

La Scala, templo de la lírica mundial, acogió esta adaptación de la novena obra de Giuseppe Verdi, estrenada en 1846 en el veneciano Teatro La Fenice, y lo hizo con éxito, como demostró la ovación del público a su término, durante catorce largos minutos.

El exigente público de La Scala reaccionó con "bravos" y el lanzamiento de flores y pétalos de rosa al final de esta ópera de juventud del maestro Verdi, con prólogo y tres actos, bajo la batuta de Riccardo Chailly y en la que deslumbró la soprano madrileña, debutante tanto en este templo de la música como en el personaje, así como el bajo ruso Ildar Abdrazakov y su magnifico Atila.

Algunos abucheos llegaron desde el "Loggione", la zona donde suelen sentarse los más ortodoxos del teatro milanés, dirigidos al director de escena, Davide Livermore, por su arriesgado montaje con técnicas audiovisuales.

Hernández da vida a Odabella, una mujer que se casa por la fuerza con el invasor Atila, pero alberga el deseo de venganza contra él, después de que este asesinara a su padre y redujera a fuego y escombros su ciudad, Aquilea, en su marcha hacia Roma.

La ópera narra el avance incesante del caudillo, interpretado magistralmente por Abdrazakov, y las tretas para liberar al Imperio de la amenaza ideadas por Odabella, por su amado Foresto (Fabio Sartori) y por el general Ezio (George Petean).

La propuesta que Davide Livermore llevó este viernes al escenario milanés poco o nada evocó a las legiones y las espadas, solo algunos detalles de inspiración grecorromana, pues el director de escena apostó por una ambientación que recordó a los peores años del pasado siglo, los de las guerras en Europa.

Pero se trata solo de un recuerdo, de una evocación, pues ha preferido mostrar una versión distópica del siglo XX y no aludir de forma directa a sus totalitarismos o sus símbolos.

El de Livermore es un universo en ruinas, polvoriento y oxidado, de furgones destartalados, banderas andrajosas y cristales rotos, el crepúsculo de una civilización sobre la que se cierne una amenaza y que es salvada por las arias y cavatinas de una mujer valiente.

En esa atmósfera de incertidumbre moral y existencial brilla un canto al patriotismo y a la liberación, ya impregnado en el libreto original de Temistocle Solera, modificado por Francesco Maria Piave.

Lo demuestra Odabella, al empuñar una bandera italiana en el momento de asestar el golpe mortal al bárbaro, que le responde con la frase que Julio César dirigió a su sobrino Bruto: "¿Tú también?".

La representación estuvo acompañada por impresionantes efectos visuales y digitales, que contribuyeron a aumentar el dramatismo de las escenas claves.

Pero también otros elementos reales, como caballos: Atila aparece sobre uno negro, amenazante, mientras que después el papa León I monta uno blanco, para salir de Roma al paso de los invasores.

Chailly dirigió esta obra para continuar adentrándose en los años de juventud de Verdi -sigue a la Juana de Arco de 2015 y después vendrá Macbeth- y logró satisfacer al exigente público de La Scala, capaz como ningún otro de hacer pasar un mal trago a los actores.

Como cada 7 de diciembre, día de San Ambrosio, patrón de la ciudad, la "Prima" milanesa sirvió de ocasión para dejarse ver y por su portón pasó la burguesía italiana y también políticos, aunque con escasa presencia de celebridades internacionales.

En el palco real, decorado con flores blancas para la ocasión, se sentó por primera vez el presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, junto al alcalde de Milán, Giuseppe Sala, y el presidente de la región de Lombardía, Attilio Fontana.

La Scala acogió también por primera vez a los ministros del Gobierno, en el cargo desde junio: el de Cultura, Alberto Bonisoli; el de Educación, Marco Bussetti; el de Economía, Giovanni Tria, y el de Agricultura, Gian Marco Centinaio.

Altos representantes del Estado para los que, en esta jornada de fiesta en Milán, y como en años precedentes, la zona, muy próxima a la plaza del Duomo y las Galerías de Víctor Manuel, estuvo blindada y custodiada por fuertes medidas de seguridad ante las habituales protestas.