Un emocionado Fernando Sánchez Dragó no es consciente del lío que acaba de generar cuando compara el contenido de "Un mar violeta oscuro", título con el que su hija fue finalista del Premio Planeta de Novela 2018, con la admirada obra maestra que gira en torno a la familia Buendía. En la cara de Ayanta Sánchez Barilli (1969) se marca la pasada de frenada del ganador del Planeta de 1992 ("La prueba del laberinto"), pero tras una sonrisa arregla el desaguisado: "Comparar mi libro con Cien años de soledad es amor de padre", asegura una actriz cuya identidad aparece en los créditos de "Don Juan de los Infiernos", "Los peores años de nuestra vida" o "Volavérunt".

¿Ya le ha dado tiempo de asimilar el peso que tiene esta conquista?

Sigo en un estado de consciencia alterado. Esto es un frenesí de emociones que, poco a poco, voy controlando porque la recompensa es grande y, además, deseada por un buen número de escritores.

Esta es una novela de mujeres, pero que busca lectores masculinos que se asomen al balcón de una problemática que nos afecta a todos, ¿no?

Todo lo que se habla sobre literatura para mujeres u hombres es un concepto absurdo, porque no es que haya una literatura específica para mujeres. Lo que ocurre es que el porcentaje de lectoras es mucho mayor. Eso son unos distingos que hay que desterrar para siempre. Salvo alguna excepción, la literatura no se mueve por sexos.

¿Qué nos vamos a encontrar en "Un mar violeta oscuro"?

Es la historia de tres mujeres, de tres generaciones distintas, que viven sus vidas anudadas a la violencia verbal y física de sus parejas. Esta es una novela cruda, una historia llena de aristas dominada por un punto de vista femenino que mira al público desde una posición de debilidad.

¿Cómo debe afrontar el lector esta historia?

A mí me gustan los finales felices; ya estoy un poco harta de todo ese feísmo y violencia que se concentra al final de un libro. Yo no digo que esa brutalidad no tenga su valor, pero mis gustos van por otro lado. Eso no solo me ocurre con los libros, sino con las series de televisión. Me interesa que los lectores puedan llegar a un lugar de serenidad después de completar un recorrido que puede ser el más doloroso del mundo. Descubrir un estado que ayude a entender un poquito mejor las complejidades del ser humano es una sensación placentera que he explotado en "Un mar violeta oscuro".

¿Hasta qué punto el oficio de su padre ha condicionado su vida?

Supongo que el ruido de las teclas de la máquina de escribir que oía desde mi habitación tuvo algo que ver. Algunas veces el "dragón" las golpeaba tan fuerte que yo directamente me iba al salón con una manta. Me gustaba ver a mi padre metido en esas luchas mientras trataba de dormir. Las lecturas que él me sigue recomendando también han sido una gran ayuda.

Un padre orgulloso que no ha dudado en el momento de calificar su proyecto como el más importante desde "Cien años de soledad".

Comparar mi libro con "Cien años de soledad" es amor de padre. ¿Qué le voy a hacer? Lo he visto emocionado y ese comentario obedece a la alegría del momento. Yo, desde luego, no lo siento así... Mi único propósito es que "Un mar violeta oscuro" sea una historia entretenida y arroje un poco más de luz en torno a una problemática que afecta a muchas personas y que, sin duda, es otro de los cánceres que amenazan a esta sociedad. Lo que ha dicho mi padre es una gran demostración de amor, pero tampoco hay que hacerle demasiado caso (sonríe).

¿Cómo pudo gestionar el hecho de que su borrador fuera señalado como finalista del Planeta con la imagen de un padre roto por la emoción?

La sensación fue muy parecida a la de una noche de bodas (ríe)... Se asemeja muchísimo a ese instante en el que tu padre te lleva al altar. Él conoce las emociones que se sienten porque fue finalista ("El camino del corazón" - 1990) y ganador del Planeta ("La prueba del laberinto" - 1992), aunque yo también deseaba vivir un instante con el que llevaba soñando desde que era una niña. Es muy difícil no reaccionar de esta manera ante semejante cúmulo de emociones.

¿Qué ha encontrado en la creación literaria que haga esto distinto a las experiencias acumuladas como actriz?

Disciplina. Eso es algo que está muy presente en el mundo del arte, pero en la literatura es una disciplina solitaria, una soledad que en alguna ocasión se convierte en una obsesión y te deja al borde de la locura. Obviamente la literatura no es el mejor sostén para aguantar una familia y, por lo tanto, hay que buscar el sustento económico en otro lugar. En esta novela hay cinco años de mi vida. He podido acabarla antes, pero el trabajo y la familia te obligan a rascar esos ratos que te quedan libre. Si no tienes esa disciplina y le robas horas al sueño es prácticamente imposible contar una buena historia.

De vuelta al nudo central de su trama, ¿cree que es importante que la sordidez que germina en torno a un problema tan cruel como el de los malos tratos se visibilice a través de la narrativa?

Este es un libro que nace a mitad del siglo XIX y que llega hasta nuestros días... Lo que antes no parecía un delito, hoy está a la orden del día y hay que denunciarlo. Los hombres y las mujeres tienen que aprender a perdonarse.

¿Cuál es el mensaje que lleva implícito esta lectura?

Hay varios, pero yo destacaría uno que está directamente conectado con el hecho de que después de años de dolor en silencio ha llegado el momento de alzar la voz para buscar soluciones. Lo ideal sería que se diera una reconciliación entre hombres y mujeres para que no se sigan haciendo daño, pero si esta no es posible, hay que optar por otras medidas que impidan estirar unas cifras que son realmente escalofriantes. Me interesan las historias que llegan al corazón; tocar ese mecanismo que genera emociones en los seres humanos.