Antonio Muñoz Molina (1956) es una especie en peligro de extinción en medio de un mundo cada vez más artificial, un ser que defiende el oficio de escribir desde una sencillez evocadora. Su capacidad para anclar una palabra en el lugar correcto transmite la contundencia de un acento bien colocado. Nada de esas dudas que nos han inyectado alrededor de un guion o un guión; de un sólo y un solo. Su habilidad para contar una buena historia no admite discusión, pero en las distancias cortas esperaba a un hombre celoso de su intimidad y de frases escuetas. "Solitario". Así se definió anoche en la reunión de "La condición humana" celebrada en el Espacio Cultural CajaCanarias de la capital tinerfeña. Enfrente tuvo a Antonio López Ortega, otro "domador" de palabras que supo conducir un diálogo que nació en una pequeña habitación que trasladó al narrador de Úbeda a 1959.

En ese primer recuerdo no sobró un plato de garbanzos con espinacas que ubicó sobre una mesa plegable de la estancia alquilada por sus padres cuando él solo tenía tres años. Su maestría para describir olores imaginarios y postales del pasado maduró desde "Beatus Ille" (1986), su ópera prima, a "Un andar solitario entre la gente" (2018). "El mundo en el que me crié era cálido, protector y poco invasor... Me siento un ser solitario", confesó un invitado que sintió un magnetismo por la literatura escuchando novelas radiofónicas y leyendo a Julio Verne. "Un día descubrí una foto suya en la carátula de un libro. A partir de aquel instante fui consciente de que esas historias tenían un autor".

El creador de "El jinete polaco", Premio Planeta 1991 que dedicó a las personas que le hicieron amar la lectura, se acordó de Borges para revelar que "uno de sus defectos era recomendar escritores", rescató segundos antes de remarcar que dos de sus novelistas de cabecera son Cervantes y Pérez Galdós. La férrea disciplina que moldeó atendiendo los encargos de artículos de mil palabras que le pedían todos los miércoles se convirtió en la espoleta que activó su alma escritora: "La emoción de publicar en un periódico está en enfrentarte al lector desconocido, no a los amigos. Tampoco a los miembros de tu familia", resumió.

Muñoz Molina trasladó a los asistentes que no pertenece a ningún grupo (escritores), porque "entrar en esos colectivos me produce cierta antipatía", matizó en un punto de la conversación con López Ortega en el que dejó claro que "uno no escribe de lo que quiere, sino de lo que puede... Yo, por ejemplo, no soy historiador, pero me paso la vida yendo y viniendo. Esa es la única fórmula que conozco para contar una historia", reivindicó un andaluz con un trazo de izquierda, antifranquista y en conexión con la Segunda República.

Entre capítulo y capítulo fueron cayendo referencias literarias, el relato de un cura falangista que llegó a empuñar un arma, el sentimiento de soledad que le invade a la hora de pensar una novela y, sobre todo, lo azarosa que puede resultar la vida de un contador de emociones. "En mi faceta como escritor no hay nada programado: yo me limito a esperar una imagen inspiratoria o que aparezca una palabra. A veces, una palabra es el principio de todo", concluyó Antonio Muñoz Molina.