Su talla física es comparable con su inmensidad como ser humano. El pasado 2 de octubre se cumplieron 50 años de su debut profesional, algo que no considera excepcional, "porque todos los trabajadores los cumplen en algún momento de su vida profesional".

José María Pou Serra (Mollet del Vallès, Barcelona, 1944), reconocido actor y director teatral español, se subirá a las tablas del teatro Guimerá el 7 y 8 de diciembre para protagonizar la obra "Moby Dick", uno de los platos fuertes del Festival de Tenerife.

Todos esos personajes que ha interpretado, ¿lo han hecho más humano y mejor?

No sé si más humano y mejor o más inhumano y peor. Eso debe decirlo la gente que me rodea, quienes me conocen. Me juzgo a mí mismo, pero mi opinión me la reservo para mí. He comentado muchas veces que realmente los actores, concretamente los que aman su oficio, se toman su trabajo muy en serio, y para cada personaje que interpreta realiza una investigación, es un ejercicio que a lo largo de los años lo repites tantas veces que para cada papel representa acudir a la cita del psiquiatra y autoanalizarte. Si no eres un trozo de madera, insensible, cuando has pasado por tantos personajes, historias y situaciones diferentes que quienes no se dedican a este oficio no han podido vivir, forzosamente han influido en lo que eres. Por eso digo que los personajes son los que me construyen como persona; yo les procuro mi capacidad de trabajo, mi físico, mi presencia, mi talento, mi voz..., pero ellos me devuelven tantas cosas y me enriquecen de tal manera que, a mis 50 años de profesión y a mis 74 de edad, represento una persona destilada de todos esos registros, algo que considero un enorme privilegio.

¿Qué recuerdos guarda de aquel estreno de "Marat Sade", en el Teatro Español de Madrid, allá por el otoño de 1968?

Unos recuerdos muy buenos. Era un chaval de veintipocos años, ilusionadísimo de formar parte de ese mundo. En aquel momento todavía estaba formándome en la Escuela de Arte Dramático y significaba un sueño participar en la noche del estreno más esperado y deseado no solo en la España de entonces, sino en el mundo de la política, el teatro... El espectáculo "Marat Sade", dirigido por Adolfo Marsillach, supuso el primer síntoma de que, si no se resquebrajaba, aquella Dictadura debía dar algo de manga ancha y libertad. Con una férrea censura, como la de entonces, que se cargaba textos mucho más ligeros y menos comprometidos que aquel, sin embargo se autorizó la obra. Creo que fue una maniobra gubernamental para mostrar que existía una cierta apertura.

¿Y las sensaciones?

Una noche apoteósica, teatralmente y como hecho cultural, con 60 actores en escena y todos los medios del mundo. Pero es que ese texto era eminentemente político; llamaba a la revolución popular, al enfrentamiento con los dictadores y los tiranos. Impensable que aquello pudiera hacerse en época de Franco, pero se hizo. Además, a unos niveles artísticos muy elevados, no solo como un libreto panfletario. Recuerdo sentir, como también el resto de la compañía, que estábamos escribiendo un pedazo de la historia del teatro español. Y luego tengo imágenes muy vívidas de cómo se desarrolló la representación. La plaza de Santa Ana y las calles que circundaban al teatro estaban, desde primeras horas de la mañana, rodeadas de tanquetas y un ejército de policías. Y estrenamos con los "grises" apostados en los pasillos de la sala. En Madrid autorizaron solo tres funciones y de ahí pasó a Barcelona, donde vivió su carrera. En aquella primera representación, y en las dos siguientes, la obra fue interrumpida por parte del público que aprovechó el acontecimiento para lanzar octavillas y reclamar libertad, amnistía, democracia...

A sus 74 años ¿se ve con el libreto de la jubilación en la mano?

Hace tiempo que sueño con la jubilación. Soy un imbécil y lo digo de verdad. Pasé por los 65 sin enterarme. De repente, llegué a los 70 y seguía trabajando. Pero siendo una cifra muy redonda, caí en la cuenta de mi edad, de que me quedan muchos menos años de los que he vivido, que llevo toda la vida trabajando y que algún día tendré que descansar. En estos últimos cuatro años he mantenido un ritmo brutal... Pero, sí, debo decir que ahora, por primera vez, y el ahora está ligado al mes de enero con el estreno de "Moby Dick" en Barcelona, una obra agotadora, empiezo a plantearme que quizás ha llegado el momento de ponerme freno. Y ahora que cumplo cincuenta años sobre los escenarios, creo llegado el tiempo de hacer balance. También es verdad que me da un poco de apuro decir eso, porque leo en entrevistas a compañeros y compañeras, a quienes quiero mucho y admiro, como Concha Velasco, Lola Herrera o Pepe Sacristán, que desean seguir trabajando sin parar... No es que quiera alejarme del público, pero he sentido la necesidad de descansar y por lo menos después de "Moby Dick" lo haré durante un tiempo. ¿Para siempre? No lo sé. Acaso después de un año vuelva. No hablo de retiro.

El capitán Ahab, en su locura, persigue a la ballena blanca, a Moby Dick. ¿Cuál sería la suya?

Delicado tema. Si se entiende la ballena blanca como el ideal, el objetivo que uno persigue, se puede encontrar. Pero, cuidado, en "Moby Dick" el capitán Ahab establece una lucha con el propósito desde la venganza y el odio y yo, en la vida, nunca he intentado vengarme de nadie. Lo considero un sentimiento que cansa demasiado y es agotador, como la rabia. El capitán Ahab persigue a la ballena blanca porque, como en tantos accidentes que se dan habitualmente en los balleneros, el animal se le come una pierna. Eso, a él, un ser endiosado, le pareció una ofensa tan grande que no tenía más objetivo que vengarse de la ballena. No deja de ser un impulso humano, pero inalcanzable, porque por sí solo no podría enfrentarse a la ballena. Y esa obsesión se convierte en locura que arrastra a una tripulación de cuarenta hombres a la muerte. Ahora bien, si traducimos lo de la ballena blanca como un objetivo ideal a alcanzar, el mío ha sido el de oficio de actor, más que el de director, eso de sentirme otros personajes, contarles historias y emociones al público... Lo doy por bien cumplido y me siento un privilegiado. Y pido disculpas a las nuevas generaciones que apuestan por este oficio y tienen dificultades por la inestabilidad laboral. He tenido la inmensa suerte de no dejar de trabajar ni un solo día y, por tanto, afirmo que he cazado a mi particular Moby Dick.

La película "El reino" retrata la podredumbre humana y social a través de la corrupción. ¿Cree que iba siendo hora de llevar este tema a las pantallas de cine?

Había que hacerlo, alguien debía atreverse y dar el paso de montarla. "El reino" es un thriller político, cine en primer grado, muy entretenido, pero al mismo tiempo algo necesario. La gente se queda alucinada y se pregunta por qué una historia tan valiente, que retrata la realidad, no se hubiera exhibido antes. No se dan nombres de partidos políticos, pero el público sabe a quién y quiénes se refiere.

¿España es un país de pícaros?

En la película se cuenta algo que considero la base real de todo. Cuando se habla últimamente de que España es un país absolutamente corrupto hay que entender que, de siempre, ha sido tierra de pícaros y ahí está toda la literatura del Siglo de Oro. Pero lo que ha ocurrido en política en los últimos años no es normal. ¿Por qué será? Tengo mi propia teoría. Con una democracia consolidada han aparecido unas nuevas generaciones que han visto la política como un caladero en el que se podía hacer carrera con más expectativas y facilidad que en la sociedad civil. Creo que el problema es la falta de solidez y formación ética y moral de algunas generaciones de políticos que han accedido a parcelas de poder en los últimos años . Eso debe eliminarse. Lo que más sorprende al público, y es uno de los grandes aciertos de una película como "El reino", es que dentro de los partidos, cuando se denuncia corruptelas, estos seres tan mediocres sean capaces de matarse unos a otros con tal de defenderse y salir indemnes de esas acusaciones.

¿Le recomendaría al monarca español la lectura de una obra como "El rey Lear" de Shakespeare?

(Sonríe) Esa obra es la cumbre del teatro, de Shakespeare, de un actor... De todo. "El rey Lear" quizá habría que recomendársela al monarca emérito, más que al actual. Es la historia de un hombre que, detentando todo el poder en sus manos, decide, prácticamente por capricho, retirarse y repartir el poder entre sus tres hijas, y paga la consecuencia de quedarse sin él. El rey Lear se encuentra que ha criado a tres hijas y a la que más quería, la que consideraba maravillosa, se enfada con ella y la deshereda. Y las otras dos, a las que no educó correctamente, se vuelven en su contra y terminan convirtiéndolo de rey en un vagabundo. Al rey emérito se la recomendaría por si acaso saca alguna conclusión de lo que puede significar renunciar al poder. En cualquier caso, estoy seguro de que Felipe VI está bien aconsejado en materia de lecturas, como también la reina Letizia, y conocen al rey Lear profundamente.

Recibió el Premio Catalán del año 2017. ¿En los tiempos que corren, eso no es un papelón?

Quiero creer que es una anécdota. No se trata de un título, ni un galardón, sino algo organizado por El Periódico de Catalunya que concede el público por votación. Tengo una explicación de por qué sucedió. Normalmente, el ciudadano no tiene oportunidad de expresar su devoción o cariño por alguien. En un año como 2017, uno de los más conflictivos de la historia de Cataluña, entre los diez más votados no había ningún político: la gente hizo su particular criba. Quiero creer que también coincidió con que durante el periodo de votación en Barcelona se estaba estrenando "Moby Dick" y me inclino a pensar que fue una muestra ciudadana de cariño y empatía. En ningún caso me considero la personalidad catalana más destacada y mucho menos del año pasado, porque por suerte o por desgracia, para bien o para mal, hubo una catalanes que se significaron mucho más que yo y que pasarán a la historia.

En un artículo suyo en prensa afirmaba sentirse mayor, harto y descreído, y cito: "Unos con su Parlament cerrado, quédanse otros tirándose avioncillos de papel"...

Sí, recuerdo ver cómo en el Parlamento, a propósito de las tesis y los másteres, los políticos se peleaban como niños en un parvulario. Y pensaba, el pueblo español está pendiente de otras cosas y no de esto... El objetivo final no es otro que descubrir a los mentirosos, algo que me parece lícito, porque no se puede ser líder político si no vas con la verdad por delante, si engañas. Se ha enredado todo y como ciudadano sostengo que eso me importa un huevo. Olvídense de esto, que es "pecata minuta", y hablen de las pensiones, el paro, los jóvenes... ¡Me tienen harto! También creo que al nuevo Gobierno no se lo ponen fácil, que hay una trama de acoso y derribo y así es muy difícil ocuparse de los asuntos. Con todo hay que hacer más política para los ciudadanos.

Cultura y poder siempre mantienen una tensión trágica, ¿no?

La cultura siempre ha sido, es y será incómoda para el poder. Me imagino un consejo de Ministros repartiendo tanto para obras públicas; esto para salud y esto otro para educación... Y cuando le corresponde el turno a la cultura no saben qué contestar y se ponen a temblar, pensando que la farándula va a protestar. Creo que lo entienden como algo inaprensible, que se les escapa de las manos: que no son capaces de dominar. Lo único que pueden hacer, a veces, es ejercer la censura o callar bocas. Porque la cultura es el pensamiento, la libertad de expresión, el conocimiento...