No estamos solos. Con esta inquietante afirmación, el periodista, escritor (Premio Planeta, 2017) y experto en ufología, Javier Sierra, preparaba al expectante público que anoche llenó el Auditorio de Tenerife para disfrutar de una experiencia épica: "Encuentros en la tercera fase", en formato de gran pantalla, versión original con subtítulos en español y una orquesta sinfónica en vivo.

Cuando desde la cara oculta de la Luna sonaron las ya famosas cinco notas (Si bemol, Do, La bemol y otro La bemol, pero una octava más baja, más el Mi bemol), la gente se revolvió en sus butacas, y eso que aún los músicos y el coro no habían tomado el escenario.

Sierra, acaso con la intención de ir ambientando la noche y meter a los espectadores en materia, recordó que en 1977, año en el que se estrenó esta película de Steven Spielberg, con banda sonora del mítico John Williams, Canarias se había convertido en el epicentro mundial de la actividad OVNI, debido a la enorme cantidad de avistamientos que tuvieron el Archipiélago como referencia.

Y también rememoraba cómo ese mismo año, la NASA había decidido enviar un par de naves hacia el espacio profundo, transportando dos discos de oro que contenían sonidos de la Tierra.

Ahora, cuarenta años después de aquella señalada fecha, sabemos a ciencia cierta que en esa galaxia insondable hay más planetas que estrellas...

Y, de repente, se hizo realidad que el público no estaba solo, tal y como había vaticinado el escritor: la Orquesta Sinfónica de Tenerife (OST) y el Tenerife Film Choir, ambas formaciones bajo la dirección del maestro Diego Navarro, se convirtieron desde los primeros compases en auténticas estrellas que guiaron una noche fantástica.

La fórmula del sortilegio tiene que ver con el maravilloso efecto que provocan las imágenes, ambientadas además con unas melodías simples, que se retienen fácilmente en la memoria y se tararean, bien orquestadas y armonizadas por el conjunto de los músicos y el coro.

A la vista de la OST, siguiendo en vivo desde el "foso" el discurso mágico del celuloide, hubo quien acaso recordó la puesta en escena de aquel primigenio cine mudo.

La música se reivindica en esta pieza como una formidable herramienta de comunicación, ya sea entre seres humanos de distinto origen y condición, como entre mundos diferentes y desconocidos entre sí.

En ocasiones bastaba con cerrar los ojos y dejarse llevar para reconocer que las melodías son hasta capaces de contar lo que la imagen no está diciendo.

Y es que los acordes surgidos del genio musical de John Williams han conseguido convencernos de que las bicicletas vuelan, que los alienígenas son capaces de responder mensajes, que un ser humano sencillo puede desarrollar unos poderes sobrenaturales o que la magia se encuentra mucho más cerca de lo que creemos.

Anoche, Fimucité alcanzó esa otra dimensión, hasta el punto de que más de uno llegó a desear que la nave del Auditorio despegara hacia las estrellas.