Milton Barragán es un gran arquitecto ecuatoriano que en la actualidad tiene 83 años, y vive en Quito. Entre sus obras más representativas se encuentran el Templo de la Dolorosa, el edificio Artigas, el Templo de la Patria -ubicado en la Cima de la Libertad, y el edificio Ciespal -en colaboración con el arquitecto Ovidio Wappenstein- entre otras.

El otro día tuve la oportunidad de visitar el Templo de la Dolorosa junto con un grupo de arquitectos de la UTE (Universidad Tecnológica Equinoccial), y allí me contaron, mientras observábamos maravillados la modernidad, la historia que rodeó su construcción.

Es una de tantas historias de las que está llena la trayectoria de la Iglesia Católica, que a veces ha comprendido el arte, pero a veces no. El papel de la iglesia en el apoyo de las artes a lo largo del desarrollo de la civilización occidental no puede ni debe subestimarse.

La iglesia católica ha sido una fuerza inmensa y maravillosa en el desarrollo del arte y la cultura occidentales. Desde sus comienzos durante su primer siglo de historia, aún en medio del Imperio Romano, el cristianismo se extendió por todo el mundo hasta convertirse en la principal religión, sistema de valores y agenda social de la humanidad: al menos hasta el siglo XX. Dirigido primero por Cristo y los Apóstoles, gradualmente dio a luz a su propia organización jerárquica, la Iglesia Cristiana, que con el tiempo se convirtió en la patrona más grande e influyente de las artes. De hecho, desde el principio, la Iglesia Cristiana usó muchos tipos diferentes de arte para crear una identidad para sí misma, aumentar su poder y así atraer a más fieles. En el proceso desarrolló su propia iconografía cristiana, confiando fuertemente en la arquitectura (catedrales, iglesias, monasterios), escultura (estatuas de la Sagrada Familia, así como profetas, apóstoles, santos), pintura (retablos, murales de iglesias), arte decorativo (vidrieras, mosaicos) y manuscritos iluminados (Evangelios, salterios). De hecho, durante principios del siglo XVI, la Iglesia encargó tanto arte, a través de impuestos, que dio lugar a protestas generalizadas: protestas que se unieron en la Reforma, y que acabaron en la división de la Iglesia en Católica y Protestante, esta última más austera en cuanto a lo que tiene que ver con el arte.

Sin embargo, no siempre la iglesia apoya y respeta la obra de sus mejores artistas, y esto le ocurrió a Milton Barragán en Ecuador. Este arquitecto, todo un referente en la corriente artística del brutalismo ecuatoriano, con una estética que en su iglesia destaca por la monumentalidad, por la expresión material y el énfasis en la estructura que conjuga, en hormigón, de manera poética, fue excomulgado al finalizar su obra por desencuentros con la propia iglesia que le había hecho el encargo. Una vez más ocurrió que el jesuita de turno no respeta un diseño, no entiende el compromiso de Milton con la modernidad, no entiende su capacidad para innovar e investigar y el arquitecto se encuentra con la incomprensión de quienes no entienden la belleza y dulzura del hormigón visto, que permite a Milton dejar visibles los materiales, las técnicas y todo el proceso constructivo. Una pureza estructural, sin recubrimientos ni alteraciones que se identifican con facilidad en el paisaje urbano quiteño que rodea al Templo de la Dolorosa. La iglesia, concebida en comunión con su entorno, se ha convertido en un referente de Quito. Pero el poco respeto de aquellos jesuitas, que valoraban más otros siglos y no la creación moderna del siglo XX, les llevó a un enfrentamiento que acabó en los tribunales. La batalla estaba perdida. Milton fue excomulgado. La iglesia se llenó de decoración barata y superflua que no estaba prevista en el diseño original, ni era ni es necesaria. Aun así, su arquitectura es tan potente que no la han podido borrar y la buena arquitectura del templo, cuando te enfrentas a ella emociona y produce un "shock", una sensación de satisfacción, placer y felicidad. Gracias, Milton.