Su humor suele crecer de forma ordenada desde lo microscópico a lo megalítico sin sobresaltos; con una cadencia de voz que hipnotiza a los espectadores que aguardan en vilo el siguiente giro que dará el gallego Luis Piedrahita (1977). Director de cine, escritor, guionista, humorista, ilusionista... La nómina de méritos que acumula el protagonista del espectáculo que esta noche se exhibe en el teatro Guimerá en dos pases, a las 19:30 y a las 22:00 horas, es larga, pero el autor del monólogo de "Las amígdalas de mis amígdalas son mis amígdalas" no está preocupado un asunto que en los últimos tiempos tanto mortificó a Cristina Cifuentes, Pedro Sánchez, Carmen Montón o al mismísimo Pablo Casado...

¿Tiene algún máster que declarar?

No, no hice nunca ninguno... No soy culpable de nada. Me siento inocente de cualquier tipo de sospecha.

¿Ni siquiera algún postgrado a distancia de monólogo?

Ahí la cosa cambia. Una vez asistí a un seminario de Robert McKee, un gurú del guión que contrató la Universidad de Navarra para ofrecer unas clases magistrales... No acudí con la intención de que se me abrieran las puertas para el mundo de la interpretación, sino porque era una de esas oportunidades que se te presentan una vez en la vida. Un currículum es algo que hay que ir construyendo día a día... Eso es lo que al final se acaba creyendo el público.

Pero en este mundo tan competitivo si a uno no le abren las puertas, ¿qué queda por hacer?

Rezar (silencio) Eso siempre es una opción, pero yo prefiero trabajar. Aún no se ha establecido una causa/efecto que demuestre al cien por cien que rezar sirve para algo... Bueno, sí, es importante como primer paso para que uno/a quiera que pase algo extraordinario. El problema es que si nunca damos ese primer pasito y nos quedamos parados tantas oraciones son inútiles.

¿Pero no me negara que todo lo que está pasando en torno a la "sabiduría" de nuestra clase política es un filón para los monologuistas?

El problema es que yo no hago humor político, lo mío es más costumbrista, observacional y, además, no me suelo meter con nadie en concreto... Yo hablo de otras cosas, no de cantantes, modelos, toreros o políticos. Hay gente que lo hace y lo respeto, pero en mi caso intento huir de humor crítico, cáustico y corrosivo.

¿Cuáles son las sensaciones que experimenta en el escenario delante de toda esa gente?

La presión no existe, pero sí la sensación de olfatear lo que me voy a encontrar cada día... Lo que suelo hacer es dejar un tiempo para "hacerme un traje a medida". Escucho lo que ellos quieren que les cuente y llevo el monólogo al punto en el que el público se siente cómodo. La clave es la curiosidad. Esa es la búsqueda que te permite llegar al éxito.

¿Y no se cansa de curiosear?

Aún no. Es más, mi gran pregunta siempre es cómo están mis reservas de curiosidad. En cuanto me levanto tengo interés por la vida, por un texto, por el público que vendrá a verme por la noche... Sin la curiosidad estaría muerto, el día que sienta que no está conmigo me iré casa. Lo voy a confesar una cosa: no solamente soy curioso, sino que me interesa mucho despertar curiosidad en la gente.

¿Cuánto cuesta hacer reír?

Menos de lo que muchos piensan... La gente siempre ha necesitado reír, mucho más, cuando la crisis aprieta. Cuando hay un ciclo de bonanza no se ríe, se festeja. Aunque cueste creerlo, hay personas que necesitan recordar a diario cómo era su cara cuando eran felices. Siempre es importante mantener la moral alta, y eso solo se consigue con una sonrisa: recuperando los episodios más felices de tu vida.

Además de la curiosidad, que ya citó en una respuesta anterior, qué prioriza a la hora de construir una historia...

¿Además de esa capacidad de observación? Lo cotidiano siempre da mucho juego. Centrarte en algo que nos puede ocurrir a todos en cualquier momento del día es una gran fuente de inspiración para impulsar una historia. No es una fórmula infalible, pero suele dar buenos resultados. Aunque el fin sea llegar a provocar unas risas, intento darle a mis historias un sentido poético. Nada trascendental, pero sí con un toque elegante.

Una de sus virtudes es partir de algo casi microscópico para llegar a un desenlace de mayor tonelaje, es decir, que el humor vaya creciendo de forma natural.

Eso es cierto. Siempre he procurado arrancar con algo que tiene un valor mínimo. El botón de un ascensor, por ejemplo, es un buen punto de partida para comenzar a imaginar las cosas que están por venir. Tampoco enseño mucho porque eso no tendría demasiada gracia... A los espectadores les agrada pasar de la nada a lo inesperado en poco tiempo. Eso exige una gran concentración. Reflexionar sobre las cosas que tenemos a nuestro alrededor es un ejercicio natural que realizamos todos los días y eso es algo que yo intento mostrar en mis espectáculos. Nadie quiere oír cosas tristes o dramáticas. Eso está fuera de los teatros. "Las amígdalas de mis amígdalas son mis amígdalas" es una invitación a un humor cercano, pero muy racional. Casi todos se sienten identificados con las cosas que escuchan. Incluso, en esos minutos en los que se hace el silencio, hay un margen interesante para pensar qué es lo que quiere que pase en la siguiente frase. Todo esto forma parte de un juego en el que las dos partes deben entenderse.

¿Cómo es el "show" que esta noche mostrará en el Guimerá?

Son pequeñas historias que nacen sin presión, que están en la relación que puedas tener con tu madre... Yo suelo decir que la vida es como un hotel, vas a estar en él muy poco tiempo y tienes que llevarte de él todo lo que puedas. Uno siempre va con un esquema mental hecho, pero la reacción del teatro lo puede cambiar todo. Sobre todo, el ánimo a la hora de transmitir unas ideas que no siempre están deseosas de risas, sino que buscan ese instante de reflexión innato a la condición humana. Es un espectáculo divertido, pero creado para pensar...