Le caía bien aquel investigador privado. Era un tipo despierto, decidido y honesto. Difícil combinar aquellas habilidades. Julián sintió un leve desvanecimiento. Había perdido excesiva sangre y cayó en la cuenta de que no había tomado la dosis de Seroxat contra la depresión; ni la cápsula de Lamotrigina, ante la imposibilidad de conseguir ampollas de carbonato de litio para estabilizar el ánimo. Tampoco encontró sus cápsulas de Lithobid. Aunque el litio resultaba efectivo, a la larga lo terminaría destrozando. Las secuelas de las náuseas y los temblores no eran los mejores efectos secundarios aconsejables si pretendía presentarse ante los tinerfeños como el Elegido. La persona que daría el poder político a la isla. Los dolores se intensificaban. El delirio lanzaba obcecadamente su arrojo a una tempestad de hierro y fuego. Se limitó a practicar un conjuro artero y eficaz: la licuación de sangre, sudor y lágrimas. Tres líquidos que generaban un agua lustral de incomparable poder de purificación. Era su forma de alcanzar un estado de gracia y redoblar su poder anímico. El tormento interior lo cegaba, no existía idealismo en su venganza. El olvido sería siempre la mejor terapia.

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Tengo en mi cabeza la imagen detenida de Mister X. Y con ella la certeza de que nunca lograré ganarle una partida de ajedrez, ni aunque yo mueva ficha lo mejor que sé, ni él las desarrolle lo peor que sea capaz. Ha denominado magistralmente su programa fundacional político como Los Diez Mandamientos. Mientras su círculo más cercano se agrupa en una orden que ha denominado del Sol y captan seguidores. Ignoraba quién sería el Cecil B. DeMille isleño y distribuirá a través de su Paramount isleña el ideario. Igualmente, desconocía qué persona se encontraba en la mente de aquel tipo, si el Moisés de Charlton Heston o el Ramsés II de Yul Brynner. Públicamente no había ninguna Anne Baxter ni Ivonne De Carlo. Su primera aparición pública ante los medios sería en el parque Nacional del Teide, donde había desplegado un set de filmación gigantesco, con la idea de convertir el escenario en su personal Monte Sinaí.

Su decálogo de fe comenzaba con el pronunciamiento rotundo del amor a la isla de Tenerife, la llamada Achinech, y en honrar a la Madre Tierra. Había que regresar al germen de la cultura amazig. Recuperar el pasado, el dialecto y las raíces. Olvidarse de la Conquista y de la Corona de Castilla. El paso previo imprescindible sería volver a poner en funcionamiento el reloj del proceso estancado de descolonización de la ONU. El Estado había denominado a las islas como provincias de ultramar para disfrazar la realidad de ser colonia. Supongo que tenía presente todo el proceso del Sahara, ocupado por España, y se debía instar, en base a la Resolución 43/47 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, a poner en práctica el libre ejercicio del derecho de autodeterminación al pueblo colonizado canario.

Pero, las sendas de arena son siempre tan peligrosas como los caminos. Para eso debería instar la pureza política. El nuevo Estatuto de Autonomía, que instaba por bloquear, cambiaba la concepción del archipiélago de ámbito territorial a espacial. Los comunes mortales canarios deberíamos a partir de ya de visualizarCuarto Milenio y seguir en las redes sociales a Iker Jiménez y Carmen Porter. Desde que tengo uso de razón tengo la imagen del psiquiatra Jiménez del Oso y sus leyendas de una base submarina de ovnis, entendidos éstos como naves alienígenas, en la playa de La Tejita; o los encuentros con una computadora de Urano llamada Opat-35 o el descubrimiento del fantasioso Manuel Carballal de restos de la Atlántida; o el timo del tocomocho del explorador noruego Thor Heyerdahl que descubrió en Güimar unas pirámides que consideraba la prueba del paso de los egipcios en su viaje hacia América. Estas islas han estado en caldo de extraterrestres, fenómenos paranormales y ruinas misteriosas. En las casas consistoriales de los 31 ayuntamientos sucede a diario lo mismo.

El alegato propugnaba después de asumir el control de las instituciones de gobierno la retirada inmediata de los dos lienzos ubicados en el Parlamento de Canarias que reflejaban episodios de la conquista del archipiélago por los españoles, a fines del siglo XV. Una ofensa y humillación que había que corregir. El cuadro situado a la izquierda recreaba La entrega de la princesa y representa la cesión de la joven aborigen Arminda Masequera a los conquistadores. En el de la derecha, La fundación de Santa Cruz de Tenerife, soldados castellanos sostienen una cruz sobre unos atemorizados frailes.

El nuevo Estatuto, de sumisión a la corona de Castilla, mantenía la doble capitalidad. En las calles y las tertulias se instaba a que los seísmos y el padre Teide acabaran con el pleito entre Tenerife y Gran Canaria, y las cuotas y el reparto del botín. Supongo que lo que deseaban, sin decirlo, es que la isla vecina se hundiera como la Atlántida. ¿Y la pasta? Porque la belleza no cuenta si no hay comida que te alimente, ropa que te cubra o un techo. Mister X la solventaría, después del proceso de descolonización, con la articulación de un paraíso fiscal que favoreciera a las empresas no residentes que se domicilien a efectos legales en el mismo. Exención total de impuestos y secreto bancario y la contratación en exclusiva de tinerfeños. Los acuerdos con Marruecos serían claves. Especialmente los pesqueros, así como el pacto de extracción de toda la riqueza de las aguas del fondo marino del archipiélago.

Esos postulados me hicieron reír al comprobar el estado actual de formación de los canarios. La noticia portada de los periódicos estaba en que laTelevisión Canaria emitirá en abierto los partidos del CD Tenerife. Me imagino que sería conveniente que los aficionados no vieran el juego de aquel deprimente equipo despersonalizado y ya sin arraigo entre sus antiguos seguidores. La educación y formación, cultura amazig o no, sería la prioridad. Era alarmante que en las últimas oposiciones de docentes, el 83 % no aprobaran, y que el 40% sacara una nota entre el 0 y el 1. Así que fútbol como opio del pueblo anestesiado desde la conquista con nanos, ninos, nenes, ninis o nanis. El proyecto de Mister X era inmenso. Inviable. Aunque, por una vez, alguien pensaba más allá de dos generaciones. Mi última conversación con él me había llegado a convencer:

-¿Ha pensando que sus Diez Mandamientos son de imposible cumplimiento?

-Señor Fernández, soy consciente de que no veré este trabajo concluido. Sé que es ambicioso, quizá supera mis medios y la formación de los ciudadanos.

-Si sabe que no podrá terminar su proyecto, ¿por qué comenzarlo?

-Porque tengo un sueño. El sueño de un pueblo. Cuando muera, esta idea, dependerá si hago bien mi trabajo, Dios nos enviará futuras generaciones listas para cumplirlo. Es mi elección. Podría ser yo. Sin embargo, como Moisés, no entraré en esa Tierra Prometida, pero guiaré a mi pueblo. Siempre hay elección. Yo tomé la mía hace años.

Luego sus labios articularon una frase que dio credibilidad a su discurso. Fue una verdad dura, seca y limpia. Fue su dureza la que hacía creíble el resto del discurso:

"A veces es necesario hacer algo malo para obtener un bien mayor. Señor Fernández, voy a hacer algo malo para conseguir algo bueno".