Intentemos visualizar: cada vez que pestañeamos se venden en el mundo ¡3.500 Heineken! Arrancamos de forma contundente, ya ven, acerca de una idea primigenia que, además de la excelencia del producto, creyó siempre en fórmulas visuales audaces para cada época.

Evidentemente, las etapas de una actividad cervecera se pueden segmentar en imágenes y acontecimientos y, en el caso de la firma cervecera holandesa, cuatro momentos clave condensan un compromiso por la excelencia. La primera etiqueta de 1873 dio paso a su notoriedad al obtener el Grand Prix de la Exposición Universal de París, en 1889.

Su expansión comercial por el mundo se afianzó, imparable, a partir de 1950, y la primera versión de la impactante estrella roja arrancaría en 1953; todo un reconocimiento al empeño de Freddy Heineken (cuarta generación de la familia fundadora) que mejoró la imagen de la marca hasta hacer de la estrella un verdadero icono reconocible en los cinco continentes.

¿Por qué no completar con esos diseños una edición limitada? ¿Pueden los coleccionistas disfrutar de un compendio que comprima acontecimientos paralelos a esas botellas? Pues la colección de envases históricos estará a la venta en supermercados e hipermercados de todas las Islas durante este verano y recupera.

Dicho y hecho: Insular Canarias de Bebidas (Incabe) -distribuidor exclusivo de la marca en el Archipiélago- impulsa esos fantásticos "vestigios" de botellas y latas para los aficionados a guardar diseños que rememoran las etiquetas de algunos de los hitos más destacados de Heineken.

Antes de sumergirnos en el hilo conductor de la colección, cabe remarcar que a partir de 1930 la cervecera holandesa utiliza en sus etiquetas la mencionada estrella roja que había sido símbolo de los cerveceros en la Edad Media. En la antigüedad, sus cinco puntas representaban los elementos básicos para su elaboración: tierra para que crezca el cereal; fuego para maltearlo; agua para producir el mosto; viento para mezclarlo todo y, como quinto elemento y más importante, la "magia".

¿Dónde radicaba esa "magia"? Antes de que se conociera la existencia de las levaduras se creía que elementos mágicos provocaban que esos ingredientes adquirieran juntos una dimensión superior: una bebida irresistible.

¡La innovación! Los coleccionistas denotarán cómo se transforma una forma de entender la cerveza y así se constató desde el pistoletazo de salida. Los protagonistas de esta etapa inicial fueron los miembros de una familia de inmigrantes alemanes que había hecho fortuna con el comercio de quesos y mantequilla en la ciudad de los canales.

La economía de Holanda, que había sido tan boyante antaño, se tambaleaba estrepitosamente y la mitad de la población de su capital vivía en la indigencia. Los bares de la época eran sitios oscuros y lúgubres, y por entonces las bebidas que más se despachaban eran la ginebra y el whisky.

Aquella decadencia se había llevado por delante a muchas fábricas, incluida la mayor cervecera de la ciudad: Haystack. Sus instalaciones estaban a la venta y podían haberlo estado durante mucho tiempo si no hubiera sido porque, en 1864, Gerard Heineken decidió invertir toda la herencia de su padre, que acaba de morir. Estaba convencido de que la cerveza era la bebida del futuro.

Como en Holanda no había mano de obra experta, Gerard contrató a un grupo de alemanes que se instalaron en su fábrica. Rodeado de los mejores cerveceros bávaros, en 1873 sacó al mercado la primera Heineken de baja fermentación.

Además de la innovación, otro designio incuestionable residió en la pureza de sus ingredientes. En 1886, la compañía marcó un hito al ser la primera cervecera del mundo en montar un laboratorio dentro de sus instalaciones. Había fichado al doctor Ellion, químico discípulo de Louis Pasteur.

El científico y su ayudante habían revolucionado el mundo cervecero al identificar la levadura Lager bajo el microscopio y demostrar que era un ser vivo que no se originaba espontáneamente. Su descubrimiento sirvió para controlar el proceso de fermentación del mosto cervecero.

Una de las etiquetas de la edición limitada distribuida por Incabe recupera la de 1889, cuando Heineken ganó el Grand Prix de la Exposición Universal celebrada en París. La torre Eiffel se construyó como arco de entrada de la feria, pero Heineken había llegado mucho antes a la capital francesa y podía beberse.

Por ejemplo, podía degustarse en el célebre club nocturno Folies Bergére, en tiempos de la Belle Époque, cuando París se alzaba como la capital del mundo y sinónimo de refinamiento y progreso. El burbujeante oro líquido holandés la conquistó sorbo a sorbo, recibiendo, en 1875, la Medalla de Oro de París. Seis años más tarde recibiría el Diploma de Honor de Ámsterdam y ambas distinciones siguen formando parte de la etiqueta actual.

La vocación exportadora marcó la evolución de la compañía desde el inicio. Primero se expandió por sus países vecinos y luego avanzó sobre el continente europeo. Durante la etapa del hijo del fundador, Henry Pierre Heineken (que dirigió la empresa desde 1917 hasta 1940) se perfeccionaron técnicas que permitieron producir a gran escala sin pérdida de calidad.

Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la empresa se centró cada vez más en la exportación. El 8 de diciembre de 1933 se produjo el desembarco en EEUU y habían pasado solo tres días desde la derogación de la Ley Seca, que prohibió durante 13 años la venta de alcohol. Nueva York, que recibió el primer barco cargado hasta los topes, convirtió la marca en una de las cervezas de importación más exitosas de Norteamérica.

En 1947, Heineken inaugura una fábrica en Indonesia, abriendo así la puerta a su expansión asiática. La edición limitada que ahora sale a la venta en Canarias recuerda esta etapa de internacionalización. Fecha en 1950 el cruce de fronteras que marcó el punto de inflexión definitivo entre la empresa familiar con ramificaciones internacionales y la corporación mundial, líder del segmento premium, que es hoy.

La cuarta generación de la familia fundadora al frente de la compañía estuvo representada por Alfred Heineken, que la dirigió desde 1940 hasta 2002. La edición limitada para coleccionistas que lanza ahora Insular Canaria de Bebidas recupera la etiqueta utilizada en el mercado holandés hasta 1954 como homenaje al empresario, que convirtió la empresa de su abuelo en un gigante planetario.

Bajo su dirección se adoptó la etiqueta oval con el apellido familiar, eliminando las referencias al tipo de cerveza (Munghener o Dortmunder) como había sido tradicional. También se cambió la tipografía por caracteres más redondos y en minúscula con las "e" giradas para hacerlas "sonrientes".

Levadura que otorga sabor

El doctor Ellion, discípulo de Pasteur, creó en el laboratorio la levadura "tipo A", que confiere las notas características a la Heineken con sus sutiles notas frutales, entre las que destaca el plátano. Protegidas bajo patente, las cepas de esta levadura continúan utilizándose en tanques horizontales, para que la presión no les impida trabajar cómodamente para convertir los azúcares de la cebada en gas carbónico y alcohol y hacer que en 28 días la mezcla de agua, malta, lúpulo y levadura se convierta en la bebida que cada día eligen alrededor de 25 millones de personas de 192 países.

La audacia del verde

En lo concerniente a la innovación, fue la primera cerveza en utilizar una botella verde para evitar que la luz afectara el contenido. Esta peculiar "start-up", como la define el envase conmemorativo de la colección, fue fundada por un emprendedor de solo 22 años, que apostó todo por un sueño. Su imagen no tenía entonces ninguno de los elementos gráficos que la distinguen en la actualidad y consistía en un ovalo rojo flanqueado por dos escudos grises.