Yakarta es una ciudad fascinante que se encuentra situada, en una primera mirada, entre lo ilusorio y lo real. El pasado que aún no ha muerto convive con el futuro, representando a la vez deseo y temor. Una mezcla de nuevas y modernas torres de oficinas y viviendas, mezquitas y minaretes, coexiste con la ciudad casi medieval del borde de cada manzana, conviviendo, sin dejar casi lugar para el espacio público que es invadido constantemente por el tráfico de miles de motos e infinitos quioscos de todo tipo, pequeños puestos instalados en precario equilibrio que cohabitan con la modernidad.

Este alternar y entenderse de la ciudad antigua con la nueva no deja mucho lugar para el espacio público. Las manzanas son islas donde el centro está ocupado por las nuevas construcciones y el resto por la ciudad aún medieval-colonial. Una ciudad que tiene un precioso reto de futuro: el desafío de armonizar los bordes de cada isla o bloque urbano.

En esta Yakarta sitiada, con una gran clase media floreciente, que estoicamente se enfrenta al maratón diario de paciencia necesaria para soportar el tráfico, el calor es húmedo, recorremos las calles a paso de tortuga junto a un tren que atraviesa, entre coches y plataneras, cuando aparece de repente, inesperado, un bellísimo edificio de Paul Rudolph que se adapta al clima de Yakarta en el que se mueve, y sitúa las ventanas a la sombra. Y hace que uno se pregunte cómo podían los arquitectos de otro tiempo controlar tan bien esos edificios a distancia, cuando todo era mediante correo tradicional.

Desde su construcción en 1982, la sede central de Dharmala de Paul Rudolph ha sido considerada como uno de los mejores ejemplos de arquitectura "verde" en la ciudad. El actual gobierno lo cita como un edificio ejemplar de cómo otros edificios deberían diseñarse para conservar el medio ambiente local. Lleva el lema "La salud del futuro", un lema que fue concebido por Paul Rudolph para representar un edificio que se preocupa por la salud física y mental de sus ocupantes.

Durante el diseño del edificio, Rudolph contó que "la arquitectura tradicional de Indonesia ofrece una amplia variedad de soluciones a los problemas de un clima cálido y húmedo. El elemento unificador de esta rica diversidad es el techo". El edificio en sí tiene más o menos la forma de un cuadrado, girado sobre sí mismo para crear pisos alternos de balcones y terrazas proyectados.

Y tras pasar el edificio de Rudolf en medio de la abarrotada capital de Indonesia, el lento tráfico te lleva a descubrir y vivir otras experiencias cuando consigues abandonar el atasco y llegas a las afueras, a la ciudad más residencial, donde musulmanes abiertos y respetuosos con las demás religiones y culturas dejan que el aire cálido se invada, en una mañana veraniega de las dulces voces de la oración musulmana de los viernes, mientras una casa, que parece como en construcción, que no destaca por fuera desde la calle, te sorprende, cuando el dueño, el gran arquitecto indonesio Andra Matin te abre la puerta y descubres un mundo propio donde el agua y la arquitectura se entrelazan con la belleza de un hormigón perfectamente imperfecto y una antigua madera oscura, probablemente teca. Todo es exterior, se vive en la naturaleza, y lo interior consiste solo en células para dormir, los únicos lugares donde la atmósfera natural es controlada. Hasta la ducha es salvaje y natural.

La megaciudad-isla de Java tiene muchos otros lugares encantadores por descubrir y ofrece muchas sorpresas, por ejemplo, otro edificio de Rudolph, el Dharmala in Downtown en Surabaya.Mientras, todo está ya preparado para los Asian Games, presentes en mil carteles por todos lados, que comenzarán el próximo 18 de agosto y han llenado a Indonesia, con sus 255 millones de habitantes y 17,000 islas, de optimismo.