El hilo musical del local detuvo el tormento y dejó de expeler la voz (¿?) de aquel cantante (¿?) de reguetón que parecía exhalar, palabra a palabra, el contenido del pozo de aguas negras que tenía atascado en su garganta. Incrementó mi MalHumor cuando alertaba del valor vitamínico que tenían para las mujeres sus fluidos. El contenido misógino, machista y denigrante contrastaba con el ritmo acompasado de las chicas que, sentadas en las mesas de la terraza, parecían no haberse parado a escuchar la letra.

Sweet X (llamémosla así para mantener el anonimato) suspiró. Agotó sus lágrimas y se secó los ojos y la nariz con la manga del suéter. Su mirada, vidriosa y roja, es la ventana que enseña el infierno en el que ha estado. Espera que yo rompa el hielo. Se reinicia la música (¿por qué habré decidido tomarme el cortado en este local?): "Pero si me toca, toca, tócame... Yo decido el cuándo, el dónde y con quién..." ¡Mat, te has quedado anclado en el Pop de los 80 y en el fraude de Milli Vanilli, sin pasar (afortunadamente) por el folklore político canario de mantas esperanceras! Una estrofa capta mi atención: "Ahora ya no quiero rosas, soy el león que se comió las mariposas". ¡Esa canción debió ir a Eurovisión!, escucho al fondo del local. Coincido. La seleccionada, un bodrio de una cursi, Amaia, y un pagafantas, Alfred (que se quedaron a un paso del edredoning) te sumergía con sus acordes en un jacuzzi de leche condensada. En su día, con el elemento neutralizador del talento que representa el tocomocho del negocio de telefonía con líneas abiertas para votar, habríamos escogido, adoctrinados por Puigdemond y su troupe de juntos por dar la lata, a Serrat para que cantara el La La La en catalán en vez de a Massiel. Y hubiéramos perdido.

Sweet X me enseña una nota manuscrita del capullo maltratador: "Cógeme el teléfono. Solo llamé para decirte que te amo. Para decirte lo mucho que me importas. Y lo digo desde el fondo de mi corazón". ¿Cómo le explico que es un engaño doble? Empezando porque es el estribillo de una canción de Stevie Wonder. El amor, y no solo el cantante en este caso, es ciego. Intenté pensar a dónde llevarla para que lograra olvidarse del juicio del que acabamos de salir con su ex. ¿Te gusta leer? Una pregunta estúpida. De esas que suelo hacer cuando el siroco y/o la panza de burro poseen mi mente. ¿Qué esperas que te conteste alguien a esa pregunta? Asintió y cogimos camino para elegir un libro en un espacio que estaba seguro que la reconfortaría. ¿Quién carajos lee hoy? ¡El problema es del capitalismo!, afirmará la horda violeta. Pero, amigo, si te levantas de madrugada, tardas cerca de una hora en la TF-5 en llegar a tu trabajo (siempre y cuando a nadie se le ocurra tirarse ese día por uno de los puentes de la autopista) y regresas con la luna, ¿la gente normal se pone a leer cuando vuelve a casa?

Paseamos por el viejo Santa Cruz, que parece anclado en el día de la marmota (el 18 de julio). La llevé a una librería inusual. Inusual aunque así deberían ser las librerías, o así lo eran. Una librería que resistía frente al empuje de la modernidad. Sí, ya sé que los libros se despachan como churros en Internet y en las grandes superficies. Es cómodo comprar allí. Tienes los libros al lado del salchichón en oferta, de los trajes de mago, y las pantallas de 42 pulgadas que reproducen los partidos del Mundial (con Sánchez recordándole el caso Torbe a De Gea y con el portero pifiándola mientras piensa en Edurne). El empleado de electrodomésticos vale para un roto y un descosido, y es un multiusos de la información: libros, muebles y equipamiento de cocina. De hecho el chaval tiene ganas de mandar a paseo el trabajo y fichar por Ikea, mientras espera que lo nombren Director General el año que viene después de las elecciones. Ya se ha afiliado.

Borro la pesadilla. Hemos atravesado el peatonal de la calle Sabino Berthelot. Una chica en la puerta de la Librería de Mujeres me coloca los cascos y me invita a escuchar. Comienza la cuenta hacia delante: "Uno, no descuelgues el teléfono, sabes que solo te está llamando porque está borracho y solo. Dos, no le dejes entrar, tendrás que volver a echarle otra vez. Tres, no seas su amiga, sabes que te vas a despertar en su cama por la mañana y si estás bajo su control, nunca vas a superarlo." Es Dua Lipa, me dice guiñándome un ojo. La conozco, ¿será cierto que se lió con Marco Asensio en la final de Kiev? Recupera los cascos y regresa a su mundo de whatsApps, tuits y hashtag. Esa realidad virtual de apoyos a causas a través de un Me Gusta o de compartir contenidos en las plataformas sociales. Tengo dudas acerca de si esas acciones conducen a un cambio real, o solo son una referencia de un hecho que importa, pero sin tomar medidas.

La librera, Izaskun, una farmacéutica de las letras, me invita a entrar en su santuario. Allí me reciben con sus brazos abiertos Virginia Wolf, Lillian Hellman, Mary Wollstonecraft y Hellen Keller, que convierten aquel espacio en indispensable en esta ciudad en blanco y negro. Izaskun es el reducto de un bello pasado en el que los libreros y libreras eran personas que leían y pensaban en los lectores. Mi abuela tenía una cuenta abierta en una librería, igual que en la zapatería. Fue, hasta el final, una mujer de la cabeza a los pies. La librera debe pensar también en la caja registradora en estos tiempos difíciles. Se trata de sobrevivir ante la dura competencia de Amazon y proponer obras más allá de los productos mediáticos de los tiburones editoriales. Ella no se limita a vender libros, aquel reducto es un espacio abierto en el que no observo libros de youtubers, con miles de followers, ni de presentadoras de televisión. Ni siquiera ningún ejemplar de Maxim "el breve" Huerta. Sweet X entabla una cálida conversación. Con un intercambio de frases, la librera detecta tus gustos y acierta en sus recomendaciones (nunca llegaría lejos con ese don si se dedicara a la política). Me gusta esta librería y no entendería estas calles sin Izaskun. Al fondo del local, hay un encendido debates en torno a las posturas ante el sexo, la prostitución, el sadomasoquismo, la transexualidad y la comunidad feminista lésbica. Si Dylan entrara por la puerta comprendería que los tiempos no están cambiando sino que han cambiado, tanto como para haberle concedido el premio Nobel. Ellas compran y leen, ellos escriben. ¿Por qué? Este mundo de la cultura es un coto cerrado de traje y corbata, y ellas allí tienen en la librería su guarida, las barricadas de literatura de la tercera ola del feminismo que levanta su voz.

No deja de ser una relación de poder. ¿Cómo cambiar? Ante un Weinstein, una Alyssa Milano. Es hora de tomar conciencia. El planteamiento de la tercera ola que inundaba el local refleja que no existe un único modelo de mujer. Pero los estamentos políticos cierran sus oídos al sonido de la calle. Ni el ayuntamiento de Santa Cruz, ni el Cabildo Insular de Tenerife, ni el Gobierno de Canarias han tenido una mujer al frente. Las élites confunden las peticiones, los afiliados no representan el sentir de los votantes y en esta locura si se da el paso y ganan esa batalla (que tendrán que darla) seguramente habrá valido la pena. Inserto en la validez de mis deseos, Izaskun ya tiene el libro válido y adecuado para Sweet X: La pasión según G. H. de una autora brasileña llamada Clarice Lispector (existe vida más allá de Neymar y el Carnaval).

Hoy habrá sido un día en que Mat Fernández no habrá ganado un mísero euro, sin embargo ha valido (estoy hasta redundante ya) la pena. Se acerca la chica de los tatuajes y me coloca los cascos: "Pa'' fuera lo malo no, no, no, no. Yo no quiero nada malo no, no, no. En mi vida malo no, no, no. Pa'' mala yo".

El tiempo de las contemplaciones se acabó.