Las cámaras de cine son elementos fascinantes. Son, probablemente, lo primero que los visitantes de un rodaje quieren ver. Las inspeccionan, miran con sorpresa las ópticas, muy grandes y pesadas, llenas de filtros, notas y motores para mover los diferentes anillos: foco, diafragma, etc. Además, suele haber un par de pequeños monitores enganchados a la cámara; los curiosos visitantes preguntan por ellos; uno es para el foquista, el responsable de que la película o serie esté enfocada, y el otro para que el director o el director de foco pueda ver el encuadre. En cualquier caso, el momento mágico tiene lugar cuando el visitante consigue permiso para mirar por el visor de la cámara, acerca un ojo, guiña el otro y delante de él aparece, merced a un juego de espejos en las cámaras de 35 milímetros y gracias a la tecnología en las digitales, una imagen preciosa; la luz del director de foto, la nobleza de las ópticas, la labor del equipo de arte, el trabajo de los actores y el encuadre hacen que lo que desde fuera parece un teatrillo, a través del visor de la cámara parezca lo que es: una película.

Esas cámaras han evolucionado mucho; primero hubo un debate sobre el formato: 16, 9,5 o 35 milímetros. Finalmente, el de 35 fue el vencedor, pero las primeras cámaras de cine eran muy ruidosas y pesadas, lo cual daba como resultado planos muy estáticos. En cuanto al ruido, al cine -mudo en ese momento- no le importaba. Cuando llegó el sonido, a las cámaras se les añadieron unas cubiertas para minimizar el ruido que producían los motores que arrastraban la película, y así fueron aun más pesadas: treinta, cuarenta kilos. No había forma de hacer movimientos, las cámaras al hombro quedaban fuera de cualquier mente y las secuencias de acción eran muy costosas y complicadas.

La tecnología fue mejorando y las cámaras se hicieron más fiables, menos ruidosas y, sobre todo, más ligeras. Ligeras quiere decir que en los años setenta y ochenta del pasado siglo estaban en torno a los diez o doce kilos, a los que había que añadir la película, las ópticas, filtros, etc. En total, las más ligeras estaban sobre los quince o veinte kilos. Los "traveling" y grúas eran mejores y permitían más movimientos, más agilidad y mejores y más espectaculares planos. Con estas cámaras ya se podía rodar cámara al hombro y los operadores empezaron a visitar los gimnasios para poder rodar con esos kilos, aunque el problema fue entonces estabilizar la imagen.

En el año 1976 se usó por primera vez el "steadicam" en la película "Esta es mi tierra" y "Rocky" y "Marathon man", en ese mismo año, fueron las películas que lo popularizaron. Así, por primera vez, conseguimos tener planos vertiginosos con la imagen estable; un gran paso para el cine, un nuevo juguete para los directores y una nueva herramienta para contar historias.

Durante años las cámaras y los "steadicam" fueron perfectos aliados; persecuciones, carreras y batallas ganaron en verosimilitud y ritmo. Además en un momento a alguien se le ocurrió montar una "steadicam" en un quad, o en una motora y aquello hizo las delicias de directores de acción en todo el mundo. Las cámaras volaban literalmente y la imagen era muy estable, pero las cámaras seguían siendo pesadas y, para ciertos planos, poco operativas. Casi sin darnos cuenta llegó la era digital, la película fue en pocos años historia y aparecieron cámaras que hacían gala de ligereza como la "Alexa mini". Cámaras profesionales de poco más de dos kilos; los drones podían con ellas y los estabilizadores conseguían imágenes perfectas; después llegaron cámaras como las "GoPro", que no tenían buenas ópticas pero pesaban pocos gramos y cabían en sitios insospechados. De repente, planos imposibles o muy costosos eran sencillos y baratos de hacer y llegaron nuevos modos de rodarlos; no hacía falta poner las cámaras en un "camara car" para rodar acción. Ahora la tendencia son operadores de cámara en patines, con una pequeña cámara, que se mueven a una velocidad endiablada entre coches y motos. Los coches derrapan y frenan y las cámaras se mueven a centímetros de ellos. Los helicópteros ya no se usan y drones del tamaño de un libro grande logran planos espectaculares. El cine es más sencillo, los planos más espectaculares, ya no asombramos a los visitantes con las cámaras y solo nos queda contar historias; y ahí, como siempre, la tecnología solo ayuda, lo importante se sigue escribiendo en un papel, negro sobre blanco, tal y como se viene haciendo desde siempre, con lo que lo importante sigue igual. Afortunadamente.