No me duele la cara de ser tan guapo (como cantaban Los Inhumanos), me duele la cabeza al intentar comprender las noticias en portada de los diarios: los cementerios playeros catalanes sembrados de cruces amarillas; la humilde morada en la sierra de Guadarrama de Iglesias y Montero o viceversa (que tanto monta, monta tanto) en la que seguro albergarán a todos los integrantes de las confluencias podemitas; y el once titular que el expartido en el gobierno pretende sacar en los próximos comicios nacionales. La prensa daba su previsión, en la que sobresalían los cuatro de vanguardia: Lezo, Gürtel, Taula y Púnica, la denominada LGTP.

Intento no desviarme del objetivo. Mi caso, ineludiblemente, me hará topar con los birrias. ¿Aprobarán que trabaje para un empresario chino que quiere comprar el accionariado mayoritario del C.D.Tenerife? Los birrias son una especie en extinción que forman parte de su mitología y representan su último refugio. Con ese principio, inicié mi camino al encuentro de mi cliente. En mi paseo, desde el barrio de Duggi, cruzo un puente de hierro que me conduce hasta el Viera y Clavijo. El panorama es desolador. El parque parece haber estado durante la última década en poder del DAES. Llegué hasta la entrada del viejo estadio, en el fondo oeste. La puerta se mantiene en pie mientras los fantasmas del pasado deambulan San Sebastián abajo. El Mat que llevo dentro tiene el pálpito de que si atravieso el portal pasaré a otra dimensión y estaré rodeado de birrias. ¡Birrias! No hay nada como la habilidad de mi gente para mostrarse cual alquimistas y transmutar el apelativo chicharrero, originalmente despectivo, en un santo y seña, y el de birria, en un Grial que transfigura las almas, purificándolas mediante una oración, un bocadillo de pollo del Imperial y una Dorada en el Aurora.

¿Los ocho mil? El Tenerife, coincidió en el tiempo y en la ciudad con una pléyade de equipos de barrio (Real Unión, Toscal, Salamanca, Iberia, Price, etc, etc...), provocando rechazo en las hinchadas rivales, que veían a su masa social, comerciantes adinerados, empresarios del plátano y señoritos rentistas, snobs que tenían al balompié de pasatiempo después de ir a misa dominical. De ahí que no tardara en popularizarse el apelativo birrias. Vuelvo al antiguo portalón de las Termópilas chicharreras. En vez de 300 espartanos, me esperan 8.000 birrias refugiados en la memoria colectiva, esa que no encuentra respuestas convincentes al por qué los llaman así. Porque no se refiere a ningún aspecto de mala calidad; tampoco al plato jalisqueño a base de carne de borrego (¿he dicho que se echa de menos al Borrego persona, el amigo Víctor Pérez?) preparado en salsa de especias y acompañado de frijoles. No, no es eso, a los birrias supervivientes los une su veteranía, al superar los 70 años, y su devoción de seguir adelante sin temor a la meta final. Se recluyen en bares de otro tiempo, a jugar partidas inacabables de cartas, varados (igual que el Balneario) en la voz de los goles de Xuancar. Esperan en esos santuarios a que las arenas de Las Teresitas, rediseñadas por el arquitecto francés Perrault, los entierre. Recluidos en su planeta desierto de Tabooine, como Obi-Wan Kenobi, rezan por la venida de otro Skywalker (quizá el elegido sea mi cliente chino), y poder celebrar las victorias en la fuente luminosa de La Paz.

Allí, delante de esa puerta, regresa la realidad en blanco y negro de los años de silencio. La trascendencia de una gesta y su personificación sobre el césped: Ñito, Colo, Villar, Santos, José Juan, Padrón, Domínguez... Aquello se dilapidó en un año y pasó a convertirse en un relato épico, en leyenda birria que se incorporó al imaginario colectivo con la escéptica convicción, entre verdad revelada y camelo, que envuelve a los mitos. Y el chino sigue sin aparecer. Me comentó que previamente tendría una reunión en Extremera, luego corrigió, era en Extremadura, en Cáceres o Badajoz. Afortunadamente le indiqué su error, la reunión era en La Palma con el señor Cáceres. Dudo en traspasar el umbral y transportarme a otro tiempo. Quizás al estertor de la década de los setenta y la anodina Segunda División B, en la que el club era un barco a la deriva, listo para el desguace. No eran los irreductibles espartanos, sino los birrias que veían partir a los hijos de la tierra (Jorge, Barrios, Cantudo, Juanito El Vieja, Felipe, Robi, Diego?). Hasta que se acabó la discusión, porque en eso llegó el comandante Javier (doblemente Pérez, como el ratoncito mágico) y cambió nuestros dientes aquella noche de junio del 89. Un 25 de julio futbolístico. Un sueño impensable guiado por Joanet, con Amaral, Toño, Quique, El Ghareff, Belza, Guina, Luis Delgado y Rommel Fernández (a mi derecha encuentro el santuario de adoración al panzer panameño). Si pongo los oídos en aquel portal escucharé la música de los Sabandeños (y eso que no estamos en campaña electoral) o a Benavente: Quién pudiera tener la dicha que tiene el gallo, el gallo sube, echas un polvorete rakatapun chinchin y se sacudeee?El Tenerife pasó a llamarse Tete, en una década prodigiosa de partidos europeos y dos alirones frustrados del Madrid. A la muerte de este Pérez, el club fue incapaz de sobreponerse y nunca alumbró el sueño de una noche de verano llamado Tinerfia. Nadie volvió a reescribir una historia.

De nuevo ante el portalón diseñado por Marrero Regalado que resiste en pie (después del apocalipsis urbanístico desatado con sus obras en Miraflores). Al otro lado, me invita a entrar, no el chino, sino don Heliodoro Rodríguez López, el menor de diez hermanos. El patriarca, don Juan, levantó un emporio naviero al tiempo que, como consignatario, era representante del armador noruego Fred Olsen. En una pasada investigación seguí su huella a través de obras de beneficencia, la Casa Cuna, el cementerio de Santa Lastenia o los terrenos de Hoya Fría cedidos a regañadientes al régimen franquista para sacar de la cárcel a un sobrino detenido por ayudar a un anarquista (y joderme a mí los fines de semana con guardias durante la mili). El Heliodoro jugador y presidente, me invita a adentrarme hasta 1950. Fue artífice de la primera remodelación del Stadium. A su muerte, se aprobó el cambio de nombre. En agosto del 52 se estrenó el césped, incluso se utilizaba como canódromo... ¡El bestiario insular! Toros, perros corriendo y peleas de gallos. El imaginario del realismo mágico que vuelve a preguntar: ¿Y si el gallo pierde?... Si el gallo pierde, comeremos mierda.

Parezco un Quijote 2.0 y la razón de mi sinrazón que a la razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece cuando intento dar el último paso antes de entrar en otra dimensión. No es mi cliente, el chino, sino los 8.000 birrias, encabezados por Paco Zuppo, los que me llaman: Riqui raca zumba rraca sim bon ba, riá, riá, riá... ¡Tenerife, Tenerife, y nadie más.