Fue Goethe quien definió el duende, en referencia al genial Paganini, como ese poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo tiene manera alguna de explicar. De una forma más mundana, quizá se pueda percibir como algo indefinible que va subiendo por dentro desde la planta de los pies.

Y esa fue la sensación. Dos enormes artistas del Sur, el pianista onubense Javier Perianes y el director granaíno Pablo Heras-Casado, ligados desde orígenes y trayectorias similares, hermanados y cómplices, supieron convocaron ayer en el Auditorio de Tenerife, acompañados por la excepcional Orquesta Filarmónica de Munich, ese entusiasmo que solo es capaz de provocar la emoción de lo inédito y lo fresco; de lo sublime.

Y es que el concierto con el que se cerró anoche la presente edición del Festival Internacional de Música de Canarias ha sido, sin duda, la mejor muestra -si no casi la única expresión- de lo que debe ser una programación de nivel, con un repertorio coherente integrado por piezas representativas de tres siglos: XVIII, XIX y XX.

Bien es verdad que este programa forma parte de una gira promocional (y es que también los conjuntos de música clásica lo hacen, no solo es cosa de los solistas de pop o las bandas de rock), en concreto del CD del "Concierto para piano nº 3" de Bartok", fruto de la colaboración entre la orquesta muniquesa y los dos españoles.

El concierto se abrió con la "Sinfonía nº 50 en Do mayor", de Joseph Haydn, a cargo de un reducido grupo orquestal, que solo representó un aperitivo de lo que estaba por venir.

Sin partitura, Pablo Heras ya iba desplegando en esta pieza breve, de cuatro movimientos, las cualidades del buen gusto y su particular estética de lo dramático al servicio de los instrumentistas.

Con el "Concierto nº 3 para piano", de Bela Bartok, Javier Perianes capitalizó la escena regalando un enorme derroche de sensibilidad, de recogida lectura y fidelidad al sentimiento del autor, convirtiendo la oscura dureza del atormentado Bartok en brillantez a veces vertiginosa y, por momentos, pausa reflexiva.

El tradicional sinfonismo de la orquesta bávara sonó realmente redondo en la "Sinfonía nº 7 en Re menor" de Dvorák, todo un abanico sonoro que, desde una sobresaliente técnica, se movió entre lo melancólico y lo romántico, con un diálogo ágil entre las secciones y una ajustada rotundidad.

Y así, mientras el eco de los aplausos todavía resonaba en el interior del Auditorio, con la música convertida en duende, afuera, el ruido del Carnaval.