Su música crea un efecto Guadiana que convierte cada reaparición en algo esperado. Andrés Molina nunca se va del todo. Sus ausencias, algunas de ellas forzadas por un devenir azaroso, pasaron de puntillas por un escenario al que nunca le faltan inquilinos. Vuelve "El hombre que bebió con Dylan Thomas". Tres años después del último concierto, Andrés Molina, Pedro Flores y Rebeca Piriz abren el cuaderno de partituras. Falta Samuel Labrador, que una lesión en su muñeca derecha le impide estar al piano. "Han sido años difíciles, pero me siento feliz", transmite Molina tras mostrar recientemente este proyecto en El Sauzal y Barcelona. Poco a poco, los latidos regresan a una agenda de trabajo que ya tiene anotadas citas en el teatro Guiniguada, en Santiago del Teide y Arona.

"Mis regresos siempre están en cuesta arriba, pero no conozco otra manera de expresar lo que hago", describe el exmiembro de Taller Canario de Canción. "Dylan Thomas siempre tiene una buena acogida, es un espectáculo que desprende muchas emociones. Pedro consigue que sus versos -ayer presentó en Las Palmas la obra que le dio el Premio Nacional de Poesía José Hierro- se impregnen de un humor socarrón que gusta a las personas que vienen a vernos".

Con Piriz al teclado, Molina & Flores han reactivado una aventura que mostraron por primera vez en el Leal. "Rebeca no es la sustituta de Samuel, ella ha hecho un trabajo increíble para solventar la baja de Labrador y ahora contamos con dos grandes pianistas", reivindica que no se resiste a confesar "las ganas locas que tenía por volver a pisar un escenario. No fue mi voluntad, ni tampoco la de mis compañeros, El hombre que bebió con Dylan Thomas lo dejé a la mitad porque tuve que parar.

El hombre que reivindicó que había nacido en el 63 no oculta que vez que se reengancha al circuito de conciertos tiene que convivir con unas inseguridades que lo obligan a un reseteo emocional. "Esta vez hay menos miedo escénico, he decidido arriesgar más con las cosas que antes me preocupaban y procuro mantener a raya a la vergüenza, el temor o el rubor", enumera en un instante en el que aflora una cuestión clave para entender por qué este es un hecho tan excepcional. "Cuando ocurren sucesos inesperados solo te queda aprender de ellas, luchar y tratar que estas no condicionen tu día a día. Ahora parece que pocas cosas me importan en el escenario".

Andrés Molina siempre le dio más valor a la música que al envoltorio con el que presentaba sus creaciones, es decir, que no es uno de esos artistas que teatralizan sobre la tarima. "Sí, me costó mucho. He puesto de mi parte para meterme un poco más en el mundo de Dylan Thomas, pero si canto algo encorvado tampoco pasa nada".

Molina asegura estar en una de esas fases en las que las musas vienen a visitarle con frecuencia. "Una historia sale en diez o quince minutos y después toco pocas cosas... Tengo tantas cosas pendientes -está trabajando en un proyecto donde la música se combina con versos de Aute, Luis García Montero, Joaquín Sabina y Pablo Guerrero-, que no sé si hay tiempo y, sobre todo, medios para poder ejecutarlos... Estoy en una de esas fases en las que te das cuentas de que hay cosas que se han perdido que tienes que echar para fuera... Los poemas de Pedro Flores, por ejemplo, son un regalo al que yo solo le puse música, pero con una base tan poderosa tienes la sensación de estar masticando el pan de los dioses", agradece un creador que es consciente del punto en el que se encuentra su obra: "Sé que lo que hago es minoritario, pero por ello no me voy a rendir: siento que mi gente sigue ahí", remarca un músico que admite que en este tiempo se preguntó muchas veces si la escena había cambiado mucho. "Me ha dado tiempo de conocerme mejor y veo que todo sigue igual; solo cabe decir: ¡Hola, aquí estoy!".