"La isla misteriosa" fue el primer libro que leí. Mi madre me compró una edición de Bruguera para niños, con texto y dibujos, en un Simago. Era un libro muy pequeño; lo leí esa noche del tirón y, a la mañana siguiente, convertido en un adicto, pedí mas; quería leer, necesitaba leer, me había fascinado esa experiencia, el viajar, soñar, sufrir, reír, vivir? y todo desde las páginas de ese pequeño libro.

Las novelas de aventuras de Verne, London o Salgari hicieron de mí un adolescente viajero (con mi imaginación) y recorrí el mundo a través de las páginas de esos libros. Mi madre era socia del Círculo de Lectores y empezamos a compartir su revista y a pedir libros; así llegaron los relatos que más marcaron mi adolescencia: "Miguel Strogoff" y "El Corsario Negro". Me leí varias veces las epopeyas del esforzado correo del Zar, que seguro tienen que ver con mis sueños de hacer algún día el Transiberiano, pero el libro que más me marcó fue "El Corsario Negro", de Emilio Salgari.

El Corsario Negro, cuyo verdadero nombre era Emilio di Roccanegra, Señor de Ventimiglia, fue un personaje que se convierte en pirata para luchar contra el asesino de su hermano mayor, el malvado flamenco Wan Guld, gobernador de Maracaibo. Las historias del Corsario Negro y su venganza por el mar del Caribe en el convulso siglo XVII, acompañado de sus lugartenientes Carmaux y Wan Stiller, me conmovieron. Sus viajes y las descripciones de los lugares que el gran Salgari hizo me marcaron también, como los viajes que Julio Verne puso en las botas del correo del Zar y ayudaron, probablemente, a hacerme el viajero que en la actualidad soy.

Pero, al final, la vida real siempre supera a la ficción y la historia que supe años después me heló la sangre. Salgari fue un prolífico escritor que publicó mas de ochenta novelas e innumerables relatos cortos; en aquella época no había derechos de autor ni nada parecido y las editoriales pagaban muy poco y firmaban contratos leoninos con los autores. Salgari malvivió toda su vida y a los cuarenta y ocho años, presa de la desesperación y ahogado por las deudas, se quitó la vida. Sus novelas ya eran muy populares en Italia mientras él vivía en la miseria. Escribió tres cartas antes de su suicidio; la dedicada a sus editores es bastante clara: "A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aun peor, sólo os pido que, en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mi funeral. Os saludo rompiendo la pluma. Emilio Salgari.".

Afortunadamente, los tiempos no son los mismos y las leyes y los avances sociales han conseguido que el trabajo esté remunerado debidamente; los gobiernos han combatido las injusticias y las desigualdades y evitan que las empresas se aprovechen y enriquezcan con el sufrimiento de sus trabajadores. Una pena que todo eso sea mentira y que medio mundo viva en la pobreza; que el primer mundo luche por la equiparación de salarios entre hombres y mujeres o para que las (ricas) actrices de Hollywood ganen los mismos millones de dólares por película que sus (ricos) compañeros masculinos cuando todos, hombres y mujeres, seguimos comprando ropa hecha por niños y niñas que trabajan por cincuenta dólares al mes en algún lugar del sur de Asia (allí ubicó Salgari, por cierto, a otro de sus protagonistas: Sandokan). En esa parte del mundo las mujeres también cobran menos que los hombres, pero eso no nos interesa mucho y nosotros, el primer mundo, seguimos tranquilos y consumiendo productos a precios de ganga.

Esos niños y niñas se convierten en adultos y deben de pensar, como hacía el Corsario Negro, que esto es una injusticia; como no tienen acceso a un velero de tres palos para dedicarse a la piratería contra los poderosos del primer mundo que se forran vendiendo la ropa, la tecnología, o lo que sea que ellos -los niños y niñas- fabrican, se acogen a su derecho a andar y, como el correo del Zar, recorren medio planeta para llegar a ese añorado primer mundo.

Salgari escribiría esto mucho mejor que yo y, en vez de Wan Guld, el malvado gobernador de Maracaibo, hablaría de las mafias ilegales que se aprovechan de los niños y las niñas ya adultos y adultas (o no) que recorren el mundo para no tener que vivir en la semiesclavitud (como él mismo vivió). También hablaría de la frialdad de los ciudadanos del primer mundo ante esa situación o de los políticos que prometen ayudar y después devuelven a donde sea, pero lejos de nosotros, a esos niños y a esas niñas que solo quieren dejar de ser cincuentaeuristas para convertirse en mileuristas, aunque ambas cifras sean indignas.

Los gobiernos cierran las fronteras y blindan los pasos para evitar que esos cincuentaeuristas lleguen a nuestros países. Pero ellos son tercos y buscan resquicios para pasar a nuestro primer mundo; como el agua que siempre encuentra una fisura en nuestro tejado, así se comportan esos niños y esas niñas ya adultos y adultas. Leo, para mi sorpresa, que la última fisura, el último paso encontrado en el que los inmigrantes se juegan la vida para pasar de Italia a Francia atravesando los nevados Alpes (ellos, que suelen venir de países cálidos) es el paso de Ventimiglia... ¿Les suena? Sí, el Corsario Negro era el Señor de Ventimiglia. Salgari, probablemente, nunca pensó que por ese paso, cien años después de su suicidio, otros muchos "Salgaris" se jugarían la vida tratando de encontrar un futuro mejor.