La historia de la música está cuajada de piezas que en su estreno no fueron acogidas con demasiado entusiasmo y las hubo, muchas, que hasta sufrieron feroces críticas antes de convertirse en auténticas joyas de repertorio. No fue este el caso de "Campos del Sur", una obra por encargo, compuesta por el joven Víctor Landeira, que abrió anoche el programa del tercer concierto de la 34ª edición del Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC).

La Orquesta Filarmónica de Gran Canaria (OFGC), que parece haber recuperado la "armonía" bajo la batuta de su nuevo director titular, Karel Mark Chinchon (estaría bien que tomaran nota por estos pagos), se acomodó a su papel de ejecutante y desarrolló las líneas melódicas de esa suerte de "poema sinfónico", que así lo califica su autor, a quien el público regaló un cerrado aplauso.

Pero, sin duda, la expectación y el foco estaban puestos en el violinista Sergej Krylov (sustituto de un aquejado Pinchas Zukerman), quien puso literalmente en pie al Auditorio.

La amistad entre este solista ruso y el director generó una complicidad abierta que se tradujo en una excepcional interpretación del "Concierto para violín y orquesta en Re mayor" de Ludwig van Beethoven, perceptible desde los primeros golpes de timbal, la envoltura, las maderas, la belleza melódica y la brillantez del solista surgiendo cuando la orquesta se diluía.

Krylov alternaba con soltura y ya en el segundo movimiento, en rol protagonista, repartía arabescos y un buen puñado de matices, se gustaba en las cadencias y entresacaba una tonalidad que no es solo simple talento del virtuoso, sino una brillante forma de leer e interpretar. Para entonces, camino del tercer movimiento, el violinista, enérgico y vital, se deshacía en arpegios, presa de un éxtasis final.

Y de propina, un excelso Paganini. ¡Sublime!

Tras el descanso, la sala se llenó con el poema sinfónico "Don Juan", de Richard Strauss, que desde el lirismo fue evolucionando a los fortísimos de la cuerda y el viento, con la orquesta ejecutando un sonido exhuberante y la pasión desatándose a cada compás.

Como colofón, "Capricho español", de Rimsky-Korsakov, una pieza breve cargada de los elementos que definen al folclore español.