Viajar en guagua nunca fue tan divertido como apuntan los protagonistas del musical "Priscilla, reina del desierto". La explosión de alegría que provocan Bernadette (Armando Pita), Tick (Jaime Zatarain) y Felicia (Chistian Escurero) no abunda en ninguna de las líneas en servicio que puedan conocer los espectadores que anoche acudieron al teatro Guimerá capitalino para recorrer la ruta inaugural de una producción inolvidable. Irrepetible en su catálogo musical e igualmente selectiva en su apartado escénico. "Priscilla" es un viaje emocional al interior del alma, un recorrido laberíntico por una realidad de carne y hueso adornada con el lujo que siempre transmitió el género musical. Su capacidad transgresora para sobrepasar fronteras morales lo convierten en una lección de vida que sus intérpretes se toman con grandes dosis de humor.

Nada de lo que ocurre durante más de dos horas y media en el Guimerá es casual. El buen rollo que destila "Priscilla" está perfectamente medido para que los espectadores lleguen a la última parada con una sonrisa de oreja a oreja estampada en sus rostros. Esa sensación de felicidad etérea se construye canción a canción, vestido a vestido, frase a frase... Todo está planificado para que los instantes de amargura se transformen en un júbilo que pone a la audiencia en pie, rendida a la espectacularidad de un desarrollo escénico que en ocasiones transmite una sensación de colapso visual que roza la locura. Intuir que la aventura aún no ha llegado a su fin ni siquiera cuando el motor de la guagua dice basta es una prueba de fe tan poderosa como la tormenta de decorados que se precipita en los dos actos de una función que también filtra alguna que otra tristeza. "Priscilla" no es un musical para una audiencia gay, pero su interior está inundado de guiños a un mundo en el que la desigualdad es una de las claves para entender por qué cuesta tanto entender a los que sienten que deben ser distintos a lo que son.

El universo drag se convierte en una divertida excusa para mostrar una realidad que se mimetiza entre elevadas plataformas, lentejuelas, llamativas pelucas y unos cuantos kilos de maquillaje. "Priscilla" es algo más que el nombre de la guagua en la que unas estrellas estrelladas buscan respuestas que no siempre son fáciles de encontrar por el desierto australiano. Su cadencia es similar a la de uno de esos cuentos con final feliz, pero en su desarrollo el entretenimiento está cien por cien asegurado.

Al igual que sucede en la versión cinematográfica de Stephan Elliott, su argumento está cantado, pero es la manera de narrar la historia la que atrapa la atención de los asistentes: Bernadette, Tick y Felicia son los asteroides de una galaxia de luz y sonido que se mueve a una vertiginosa velocidad desde la primera escena: una de las virtudes de "Priscilla" es que en un abrir y cerrar de ojos ya te has plantado en el descanso de la función al ritmo de "I Will Survive".

Dar forma a una gran pista de baile donde la música se anuda a la amistad y a la tolerancia. Esa es la fórmula que emplean los impulsores de un musical de diálogos afilados -a veces con tintes groseros-, canciones que transportan al público a los años de guateque y cuestiones que no se suelen tocar en las frágiles conversaciones de whatsapp, pero que siguen aguardando una normalización por parte de una sociedad cruel con unas personas a las que muchos continúan viendo como unos bichos raros. "Priscilla" es una manera divertida de explicar esa diferenciación, pero en su capacidad para hacer reír se cuelan unas lecciones de aquiescencia que conviene no olvidar. La guagua más divertida aparcó anoche en el Guimerá para dar vida a una de esas propuestas que construyen un equilibrio ideal entre espectáculo y diversión, que aunque son conceptos que tienen una apariencia parecida no siempre se dan cita en un teatro. Lo difícil es que estén sin que parezca que están, es decir, con naturalidad.

Funciones: 18 al 25 de enero.

Lugar: Teatro Guimerá de S/C de Tenerife.

Horario: 17:00, 18:00, 20:30 y 22:00.