El montaje "Iván el Terrible", obra con la que ayer se estrenaba la 34ª edición del Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC) en el Auditorio de Tenerife, llamaba a priori a establecer ciertos paralelismos (acaso no sean más que simples coincidencias), con los momentos convulsos que está atravesando esta cita musical, sacudida por conspiraciones cortesanas, asesinatos (políticos, claro está) y arteras traiciones.

Una época muy del estilo, salvando las distancias, de aquella en la que el zar Iván Vasílievic, el protagonista central de la banda sonora compuesta por Sergei Prokofief para el célebre cineasta Einsenstein, convertida en cantata por Abraham Stassevich, decidió enfrentarse a una nobleza corrupta y acometer diferentes reformas administrativas.

Lo cierto es que la expectación que siempre suele acompañar cualquier estreno no se vio esta vez correspondida. Los claros en la Sala Sinfónica del Auditorio y el retraso de quince minutos ponían en evidencia el divorcio entre el modelo de festival y parte del público habitual, que a buen seguro se lamentará de no haber vivido esta soberbia interpretación de "Iván el Terrible".

Por cuerdas, la línea de canto de la mezzosoprano Polina Shamaeva puso de manifiesto sus aptitudes vocales y expresivas, definidas por una profunda voz, mientras tuvo que moverse en el siempre complicado registro grave, como en el jugueteo con los armónicos cuando la partitura le exigía alcanzar las notas agudas.

También la breve intervención del barítono, Sergey Plyusnin, quien, sin embargo, sostenido en su papel, no "desentonó" del conjunto, llevando la obra hacia su final al ritmo de "La canción de Fiodor Basmanov".

El narrador asume también un papel de solista, casi de centralidad, y lo cierto es que el actor José Coronado puso todo el corazón (quizá su interpretación fuera in crescendo, como lo hacen las pulsaciones), logrando hilvanar y contextualizar con buen ritmo la particular historia del zar y cautivando al público desde el temperamento y la palabra, dejando a un lado su condición de estrella de la pantalla.

El espíritu "ruso" del director musical César Álvarez consiguió ajustarse a la medida de la ortodoxia de una formación como la Orquesta de Novosibirsk, manejando las melodías con su batuta desde una firme serenidad, sin abusar del recurso de los efectismos, y buscando despertar los múltiples matices que encierra la pieza, siempre expuestos a quedar apabullados por los fortísimos de la percusión y el metal. (Por cierto, qué humanidad desprenden las cuerdas).

César Álvarez (el primero de una serie de enormes directores españoles que figuran en el programa de este año) desarrolló una lectura magistral, armando de maravilla la complejidad de una obra tan grandiosa, de tal intensidad y densidad que en ocasiones resulta difícil seguir el rastro de todo ese su abanico de contrastes, los cambios de tempo, la multitud de colores... hasta alcanzar una continuidad sonora que resulte comprensible a oídos del público.

Con todo, la soberbia interpretación del Coro Nacional de España resultó, sin lugar a dudas, la nota sobresaliente de la noche (por estas tierras un buen coro gusta mucho), desde los exquisitos piani hasta el poder de los forte.

Y en un intento de acercar el carácter total de la pieza, José Antonio Plaza ideó unas proyecciones de fondo (la factura expresionista estuvo presente) que acompañaron, sin forzar.

El público, tan soberano como aquel pueblo que hace ahora cien años se alzó en armas contra el yugo zarista, ovacionó largamente a "Iván el Terrible".