Al vino nuevo hay que darle reposo, requiere de un descanso antes de calibrar su calidad. Las doce canciones que conforman "Jallos", la decimonovena aventura discográfica de Olga Cerpa y Mestisay, se debe degustar en calma. La primera vez, si es posible, en soledad. Es necesario crear a su alrededor un remanso invisible para distinguir las supuestas impurezas de un catálogo musical que después de una apresurada audición no desprende elementos hostiles. Decir que "Jallos" suena a Olga Cerpa y Mestisay puede resultar una obviedad, pero no lo es. En su planimetría se aprecian calles que no fueron visitadas en álbumes que lo precedieron. Sí. Hay toques que impiden contar que Olga, Manuel y su tropa han descubierto la pólvora, texturas que ya estaban en la génesis de un proyecto musical que ha desmontado parte del camino recorrido en los últimos años para transitar por una vereda artística que está grabada en su memoria.

No voy a esconder el desconocimiento con el que me enfrenté a "Jallos" -la Academia Canaria de la Lengua lo define como objeto que arrastra la marea y que generalmente se concentra en las playas y callaos-, pero en cuanto resuena la voz de Olga Cerpa, la guitarra de Manuel González o el clarinete se percibe un viaje emocional que arrastra al oyente por la costa de La Graciosa, las cumbres andinas, La Habana que se tuesta al sol o incluso un paseo por las calles de Lisboa que no visibiliza la esencia de un fado en su máxima expresión, pero que juguetea con la garganta de una intérprete que se acuerda en varias ocasiones de la luna, de lo duro que es una vida solitaria o la explosión que se produce cuando hay ganas de fiesta. El videoclip de "Esa musiquita", grabado en el casco histórico de Aguere, es la máxima expresión de una felicidad que en "Jallos" está bien dosificada. Manolo está convencido de la redondez de un trabajo recién nacido que el miércoles se presentó en un teatro Leal trancado. Volverá, seguro que esa orilla la acariciará "Jallos".