Confiesa un amor eterno por los libros, por el significado de las palabras, por la vida... La barcelonesa Rosa Regás (1933) transmite distancia y un carácter arisco que se transforma en calidez en las distancias cortas. Editora, traductora -trabajó para la ONU en destinos como Ginebra, Nueva York, Nairobi, París, Washington- y novelista galardonada con el Premio Nadal ("Azul") y Premio Planeta ("La canción de Dorotea"), entre otros, la exdirectora de la Biblioteca Nacional (2004-2007) asegura que su vida sería "bastante más complicada sin libros".

¿Alguna vez se imaginó cómo sería su vida sin libros?

No, ni la mía ni la de otros. Sin libros mi existencia sería más complicada, entre otras cosas, porque no sé dormir sin leer antes. La vida que tienen los libros me ayuda a que la mía sea más apasionante, divertida y sorprendente.

¿Le gusta más vivir entre libros o dentro de ellos?

Son dos cosas diferentes. Yo he disfrutado viviendo dentro de los libros de otros autores, pero también me divierto mucho elaborando los míos. La misma pasión que puse al leer a otros autores es la que he tratado de mostrar a mis lectores. Lo segundo siempre es más duro, pero también más gratificante.

¿Se lo preguntaba porque usted también ha tenido la responsabilidad de "custodiar" los fondos de la Biblioteca Nacional?

Para mí esa etapa fue el sumun de mi carrera profesional. He sido editora con Carlos Barral, traductora en las Nacionales Unidas, que es algo que parece que no tiene mucha utilidad y nos queda alejado pero que a mí me ayudó a buscar la palabra exacta que unía un idioma a otro: cuando me puse a escribir tenía que buscar el significado más próximo a lo que fluía en mi cabeza y esa agilidad no la hubiera conseguido sin los años que le dediqué a la traducción. Mi etapa como directora de la Biblioteca Nacional fue la mejor recompensa que pude tener después de una larga trayectoria entregada el mundo de las letras: como último trabajo de mi vida se convirtió en una experiencia maravillosa. Me siento orgullosa, no de lo que hice yo, sino del trabajo en equipo desarrollado. Abrimos las puertas a los ciudadanos porque sigo considerando que lo que guarda la biblioteca es para la gente, no solo para los expertos... Fue una etapa que se acabó un poquito antes de lo previsto por unas diferencias con el ministro que me obligaron a presentar la dimisión.

¿Le dolió aquella salida?

Las despedidas siempre son dolorosas, pero cuando una persona tiene la edad que yo tenía una se acostumbra a que te den patadas por todos lados. No me chocó, la verdad. El ministro (César Antonio Molina) era un tipo de persona incapaz de entender el trabajo que habíamos realizado.

¿Podría hacer una síntesis de esa etapa?

Trabajamos mucho para cambiar un atasco burocrático insoportable: abrimos salas pequeñas para enseñar objetos que nunca habían sido mostrado en público, hicimos el museo de la Biblioteca, inauguramos actos culturales a los que acudían autores para que explicaran sus lecturas y cómo habían construido sus bibliotecas... Enseñamos a la gente a entrar en las bibliotecas y saber vivir en ellas.

¿Hasta qué punto las asperezas infantiles que usted vivió en primera persona, su familia se vio obligada a residir en Francia, condicionaron su narrativa?

Por supuesto que influyeron... Sobre todo, a la hora de profundizar en una idea, sea o no política, porque eso ayuda cuando tienes que tomar una decisión o buscar exactamente lo que piensas. La escritura y la lectura son dos formas creativas que yo no las veo tan distintas y ese tipo de experiencias son útiles para fortalecer tus criterios. Son tareas enlazadas que ayudan a conservar el equilibrio emocional y mental de una persona.

Rosa Regás ha sido pionera en muchas aventuras asociadas con el mundo del libro, ¿ese puede ser su mejor legado cultural?

Yo he sido una persona muy solitaria. Al menos en lo que hace referencia a la literatura, que no en mi faceta familiar (silencio)... Yo no formo parte de ninguna generación o grupo literario, sino que me muevo a mi bola. Siempre he ido por libre en la vida y eso ya no lo voy a cambiar... En la manera de actuar, decidir o juzgar una novela o una declaración de independencia tengo libertad de movimientos. Me da igual. Digo lo que tengo que decir me cueste el precio que me tenga que costar.

¿Hace falta más valentía en la literatura actual?

Eso y algo más (abre otro silencio)... La valentía es algo que echo en falta en la literatura, en la sociedad y en el mundo en general. No estamos sobrados de valores que realcen a la humanidad.