"Fausto" está en sus manos... En las suyas y en las de los cantantes y músicos de la Orquesta Sinfónica de Tenerife que representarán el título de Charles Gounod en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife los días 21, 23 y 25 de noviembre. "Quiero que el público sienta este Fausto a través de mi alma", precisa el maestro Francesco Ivan Ciampa sobre su estreno en Ópera de Tenerife.

¿Qué impresión se está haciendo de su primera aventura profesional en Tenerife?

Es un lugar que está próximo a la idea que tenemos del paraíso. Soy de Nápoles y, por lo tanto, me he criado cerca del mar, pero en Tenerife la vida funciona al ritmo adecuado. Aquí no se distingue el vértigo de las grandes ciudades pero, a su vez, se aprovecha muy bien el tiempo.

¿Cuál es su valoración sobre el elenco artístico con el que afronta esta ópera?

Cuando recibes un encargo de este tipo sabes que siempre te vas a encontrar con el mismo problema, es decir, cómo ensamblar en una única pieza las voces de los solistas, el coro y la orquesta. Por fortuna, me he encontrado con un "cast" absolutamente maleable que se deja guiar. Y eso no está siempre. En este mundo, a veces, tienes que trabajar con profesionales que solo quieren trabajar a su manera y no buscan el beneficio del grupo. Eso no ha ocurrido en esta versión de "Fausto".

¿Y de la orquesta?

Desde el primer acorde tanto sus componentes como yo éramos plenamente conscientes del trabajo que teníamos que hacer. Esta es una ópera complicada que requiere de una técnica bastante precisa. El encaje del que hablaba al principio lo hemos logrado y cuando ocurre eso aparece la magia.

¿La estrategia cuando llega el momento de montar un título tan complejo cambia en relación a otros proyectos?

Sí que es una ópera compleja, pero la forma de abordarla no es diferentes a otras óperas. Hay que trabajar los personajes de manera individual. Con Margarita (Raquel Lojendio), por ejemplo, hay que realizar una intensa labor en el apartado psicológico. Lo mismo pasa con Mefistófeles (Kenneth Kellogg) o Fausto (Airam Hernández). A la hora de poner la música no puedes crear una sensación plana, es decir, el público no puede intuir de antemano que ahora viene un piano: hay que sorprenderlo. Las emociones deben ser inesperadas. Es verdad que muchos ya conocen la ópera, pero hay que procurar que ese elemento sorpresa exista. Esa atmósfera se consigue uniendo la música, la dramaturgia, la psicología, la escena...

¿Cómo se siente un director a la hora de armar este gran puzzle?

La ópera es el arte escénico más completo. Su grandeza es mostrar a los espectadores una emoción instantánea. Esa es la principal diferencia con respecto al cine. Aquí, en el mismo plano, vez a los cantantes, el coro, la escenografía, los músicos, las pinturas... No existe otro arte escénico capaz de ofrecer en tan poco espacio de tiempo tantos estímulos.

Está claro que la música no la puede cambiar, pero hay otros elementos que sí puede llevar a su terreno, ¿dónde van a apreciar los espectadores el sello personal del maestro Ciampa?

La música de Gounod es intocable. Eso es una obra de arte que ha sobrevivido al paso del tiempo y, por lo tanto, hay que tratarla con un respeto máximo. Lo que sí se puede es interpretarla. Eso es como cuando alguien reflexiona delante de un cuadro de Van Gogh. A partir de ese cara a cara el espectador está capacitado para reflexionar e incluso sacar sus conclusiones, pero eso no significa que puedas pintar igual que Van Gogh. Una sinfonía de Beethoven, por ejemplo, ha sido dirigida por los más grandes, pero todos la han hecho de una manera distinta. Para mí ser honesto con el trabajo que haces tiene un valor importantísimo, es como mirarte a un espejo y obtener un reflejo de lo que eres. En este sentido, quiero que el público sienta este "Fausto" a través de mi alma... Yo me tengo que ver en la partitura para tratar de sacar lo que está dentro de mí. Eso obligatoriamente tiene que ser verdadero porque cuando es algo fingido no conecta con el público. Mi sensibilidad es distinta a la de Gounod y, por supuesto, diferente a la de Goethe. Sin dejar de ser fiel a lo que ya está escrito, cada director debe mostrar su sello.

¿"Fausto" es un título que está pensado para los especialistas del género o puede ser disfrutado por los que aún no se han atrevido a acudir a una ópera?

La música no es un patrimonio de nadie, sino que es de todos... Es algo que no puede verse de una forma exclusiva. La música no está pensada para un público específico. Ni siquiera cuando es muy compleja. El libreto de Goethe está por encima de la música de Gounod: él utiliza al primero como instrumento y las dos versiones -la literaria y la musical- son distintas. Gounod era un hombre muy religioso y eso se percibe en toda la obra: cada vez que tiene que ocurrir algo trascendental la mano de Dios está por encima para arreglarlo. Por eso su final es mucho más duro que la versión romántica escrita por Goethe. Ese sentimiento de religiosidad lo lleva a redimirlo absolutamente todo. "Fausto" es una ópera que llega al corazón y eso es suficiente para amarla.

Esa atracción de la que habla no sería posible sin esa fusión entre la música y la dramaturgia, ¿no?

Me siento muy afortunado por haber trabajado con los más grandes -Oren, Pappano...-, pero lo más importante no es haber compartido experiencias con ellos, que ya es mucho, sino asimilar cada uno de los consejos que te dan. Todos coincidieron a la hora de decir que "el gran secreto para ser un buen director es atiende a la palabra, no al sonido". Para sentir la magia de esta ópera hay que olvidarse de todas las preocupaciones durante tres horas. ¡También del móvil!