Joaquín Sabina y el público de Zaragoza se conocen bien, y aunque otra vez el respetable ha tenido que morir al palo de butacas numeradas en el recinto de los grandes conciertos, nada ha impedido que sus incondicionales se entregaran sin reparos y aceptaran la petición de perdón del "flaco" de Úbeda por sus canalladas pasadas.

Sabina ha vendido todas las entradas para el concierto que hoy ha dado en Zaragoza, víspera del día grande de la ciudad, el del Pilar, y que repetirá mañana dentro de la gira de su último disco, "Lo niego todo", que se ha hecho esperar siete años desde aquel ya lejano "Vinagre y Rosas".

Al trovador de la mala vida aún no se le hace grande el escenario, pero ya pasa más tiempo sentado en su silla alta que de pie y, aún así, le gusta presumir de su vida canalla, de haber sido un vividor y un borracho, de que sabe cómo ponerle coto a quien quiera robarle los meses, o la salud.

Y aunque ahora pone sillas en la pista, el público tarda exactamente ocho canciones en levantarse. Las ocho que interpreta al principio y que saca de su nuevo disco.

Desafiando a la mala suerte, suena el primer acorde a las 22.13 horas exactamente. Toda una declaración de intenciones: "Cuando era más joven" es lo que canta antes de su presentación, casi tímida.

Y arranca los primeros y sentidos aplausos cuando se acuerda de José Antonio Labordeta, del "enorme abrigo, calor y solidaridad" con los que siempre le acogió "el abuelo" en Zaragoza". Y cuando grita: "incluso a los ateos nos gusta decir ''viva la Virgen del Pilar''".

A partir de ahí suenan "Lo niego todo", "Quien más quien menos", "No tan deprisa", "Lágrimas de mármol", "Sin pena ni gloria" y "Las noches de domingo acaban mal", himnos de un disco en el que presume de mala vida y de achaques.

Parece que Sabina viva esta parte del concierto como una condena. Y así lo reconoce para emplazar a un segundo acto en el que, insiste, será lo que Dios quiera.

Pero antes, dedica su "Lágrimas de mármol" a la viuda de Labordeta. "Superviviente, sí, maldita sea", reza una estrofa de esta canción.

Acabado el bloque de los temas de su último trabajo tiene por delante, y lo sabe, la difícil tarea de seguir alimentando el mito, pero se ven bombines encima de algunas cabezas y Sabina quiere ser un ídolo agradecido. Asegura que nunca un público le ha hecho tan buenos coros.

Tiene detrás a un equipo, que él llama su "familia", que le respalda cuando necesita tomar resuello y que le sostiene. Siempre a su lado, Jaime Asúa, Pancho Varona, Antonio García de Diego y Mara Barros, a quien le cede el escenario para que cante "Hace tiempo que no", escrita por él mismo y que le inspiró, según ha contado, el mismo Gabriel García Márquez.

Es entonces cuando el espectador, avezado o no, se da cuenta de que todo el mundo tiene al menos una canción de Sabina en la banda sonora esencial de su vida.

Y haciendo bueno el dicho de que "cualquier tiempo pasado fue mejor", se adentra, con su voz agrietada, en una selección de sus temas más conocidos. Es entonces cuando el público se pone de pie.

Sabina se pone un bombín blanco para desgranar "Una canción para la Magdalena", bucea después "Por el bulevar de los sueños rotos" y, más tarde se funde con la copla, de nuevo de la mano de Mara Barros, para cantar "Y sin embargo".

"Peces de ciudad", la archiconocida "19 días y 500 noches", "Noches de boda" o "Y nos dieron las diez" preparan el salto mortal de la salida a este "profeta del vicio" que se vale de la guitarra de Asúa para poner rock and roll a la leyenda urbana de "Princesa".

Sabina ha dicho que volvió de los siete años que pasó en Londres, "esperando que se muriera el cabrón de Franco", con una pierna en los cantautores y con otra en el rock.

Y así, tras el subidón de "Contigo" -ya en los bises- y con todo el mundo fuera de su localidad, se despide con "Pastillas para no soñar".

Sabina volverá mañana al mismo escenario para volver a dejar claro que "el tiempo pasa". Pero él, como asegura en "Quien más quien menos", no da "ni un paso atrás".