Un cartel en uno de los cines clásicos de Los Ángeles anunciaba "L.A. Confidential" en 35 milímetros, esto es, proyección en película de toda la vida y, lo más importante, el cartel anunciaba además la presencia de Kim Basinger en esa proyección. Miré las fechas y, por desgracia, ya no estaría en la ciudad, así que no podría escuchar a la actriz contar pormenores del rodaje del largometraje, nominado a nueve Oscar en 1997 y ganador de dos, uno de ellos para la propia Kim Basinger. El teatro chino, otro de los iconos de Hollywood, celebra estos días los noventa años de su inauguración exhibiendo una copia restaurada de la "Cleopatra" de Cecil B. DeMille de 1934. En Hollywood se puede ver todo el cine imaginable, todos los estrenos, la última tecnología: 120 fotogramas por segundo, "8 k" y, en la esquina de al lado, la reposición de "Doce hombres sin piedad" o cualquier otro clásico; cine de todo tipo y condición, el sueño de cualquier cinéfilo.

El Gran Los Ángeles es una megalópolis de 18 millones de personas, lo cual quiere decir que casi la mitad de los españoles podrían vivir tranquilamente aquí, en una sola ciudad: la mitad rica y la mitad pobre. Porque Los Ángeles también está llena de desigualdades, impresionantes mansiones conviven con vagabundos en cada esquina, lo mejor y lo peor de cada casa, los coches más caros y gente arrastrando todas sus posesiones en un carrito de supermercado, además de la mezcla de razas más extrema, nadie es de aquí y puedes en unas horas pasear por la "pequeña Etiopía", comprar en la "pequeña Tokio", comer después en "Korea Town" y tomar café en la "pequeña Jamaica". Los Ángeles es el lugar del Mundo donde viven más mexicanos fuera de México, más coreanos fuera de Corea o más Samoanos fuera de Samoa, por poner unos ejemplos. Entiendo que todo eso también afecta a la gente que vive aquí y que hace el cine que se ve en todo el mundo, esas personas viven día a día la desigualdad, la diferencia, la mezcla, lo ordinario de vivir en este lugar tan extraordinario.

Dentro de esa diversidad está el festival Seefest, al que acudía con mi documental. Un festival de cine para películas hechas en el sur y este de Europa; películas de Serbia, Rumanía, Bulgaria, Grecia, Italia o España buscaban su hueco y su público y, gracias a él, yo estrenaba mi documental en Estados Unidos, en Los Ángeles, en el Laemmle Theater de Beverly Hills, para más detalles. El "hall" del cine estaba lleno de fotos de actores y directores famosos, espejo de lo que muchos de los habitantes de esta ciudad querrían llegar a ser y, no sé por qué, me vino a la cabeza esa maravillosa canción que Sabina escribió hace años en la que hablaba de lo que él podría ser: "Al Capone en Chicago, legionario en Melilla o pintor en Montparnasse", entre otras muchas opciones. Pero él elegía ser "el pirata cojo, con pata de palo y parche en el ojo". En ese momento me paré delante de la foto de Steven Spielberg -uno de mis directores favoritos- y recordé también lo que el director de "ET" decía sobre los sueños de cada uno, sobre nuestras intuiciones. Él contaba que los sueños raramente hablan en voz alta; suelen susurrar, son discretos y no les gusta gritar; nuestro deber es estar atentos a esos susurros, a esas indicaciones, para que no se nos pasen y les podamos hacer caso y llegar a ser lo que deseemos. Así Sabina y Spielberg, uno de Úbeda y otro de Cincinnati, llegan a la misma conclusión: hay que elegir lo que uno quiere ser con total libertad. Además, los dos se dedican a contar historias y seguro que los dos hicieron caso a los susurros de sus sueños. Sonreí y supuse que algún sueño escucharía cuando empecé a trabajar en esta industria, si me encontraba en ese momento en el "hall" del cine lleno de nervios por el inminente estreno. Aun así, hice propósito de ser más cuidadoso, de estar más atento a los susurros de mis sueños a partir de ese momento; a mi derecha estaba la foto de Clint Eastwood e hice que fuera el notario de mi decisión.

El estreno era un martes a las nueve y media de la noche y eso, para ser sincero, me hacía dudar de la asistencia de muchos espectadores pero, poco a poco, la gente fue llegando, viejos amigos acudían a mi invitación y también otra mucha gente que no conocía, gente que entraba en la sala con el programa del festival a ver el documental, a entender qué historia había detrás del título "Embarazada en Rumanía", a saber más del país, de sus costumbres, a entender qué les pasaba a las embarazadas allí. Un día en el rodaje, mientras le colocaban el micrófono, una de las embarazadas que entrevistamos me preguntó: "¿Esto dónde se va a ver? Yo le dije que en el máximo de lugares posible; y ella insistió: "¿En el mundo entero?", como sorprendida de que su historia fuera a interesar a gente fuera del país en el que vivía. En el momento en que me disponía a presentar al público mi película y veía la sala llena de gente, pensé en las palabras de Spielberg y vi que ese comentario de aquella mujer embarazada era el susurro de un sueño porque, un minuto después, en el escenario, presentando el documental a toda esa gente de todas las razas posibles, me acordé de ella y pensé que estrenar en Los Ángeles es lo más cercano a estrenar en el mundo entero.