El revolucionario siente deseos de cambiar el mundo y el rebelde aspira a cambiar la vida. Karl Marx y Rimbaud formularon estos lemas, presentes en los idearios del materialismo histórico y el existencialismo.

Antonio Domínguez Leiva (Madrid, 1971), profesor titular de la UQAM (Universidad de Quebec en Montreal), autor de ensayos críticos y novelas, inauguraba ayer el ciclo de conferencias que bajo el epígrafe "Surrealismo, vida y obra" organiza la Facultad de Filología de la Universidad de La Laguna, con "La vida surrealista: sexo, opio y charleston", inspirada en uno de sus trabajos ensayísticos.

La idea de este trabajo a propósito de los surrealistas representa un posicionamiento contrario a la metodología de análisis al uso, interesado y cautivado como estaba Antonio Domínguez Leiva por las trayectorias vitales y cruzadas de los protagonistas, preguntándose realmente por una cuestión que siempre lo había intrigado: ¿Qué significa ser surrealista?

Este punto de vista entronca con Maurice Nadeau y su decisiva obra "Histoire du surréalisme" (1945), escrita en plena vigencia del movimiento, con quien comparte ese pronunciamiento, según el cual, "el surrealismo no se escribe, ni se pinta: se vive".

Sobre el título del ensayo, que también figura como enunciado de la conferencia, reconoce este estudioso que resulta "evidentemente provocativo", no tanto por la alusión a las drogas, sino porque en la tradición más ortodoxa del surrealismo, que se movía bajo los dogmas marcados por Andre Breton, se excluían el sexo, las drogas y la música popular.

"Precisamente se trata de tres de los grandes cambios de aquellos años locos", les Annes Folies, "el contexto en el que hay que integrar a los surrealistas", un periodo de entreguerras, de agitación social que desemboca en un frenesí y un deseo de experimentar lo que estaba ocurriendo, "un momento donde tiene lugar la primera revolución sexual, la experimentación con el mundo de las drogas y el charleston como un estilo de música emblemático", al que posteriormente se incorporan el swing y el jazz.

Los surrealistas intentaron desmarcarse de otros movimientos contemporáneos "en la idea de adquirir cierta pureza", explica este profesor, y ahí es donde alguien como Jean Cocteau se sitúa como "un enemigo del exterior", al que odiaba Breton por su brillantez, su capacidad para acomodarse a las modas (cubismo, art deco) y hasta el propio surrealismo, o George Bataille, del interior, "a quien intentó acercarse".

Y también manifiesta que sentía la apetencia de investigar "qué razones condujeron a un colectivo juvenil tan amplio y diverso a una transfiguración de lo que había sido el culto de las artes, en un intento de romper las barreras entre literatura y vida, del artista como artista y de la vida como una obra de arte".

A propósito, refiere Domínguez Leiva que este grupo rompió con lo que podía haber representado el límite del dandismo y su culto a lo elitista, enarbolando la máxima de "vivir la vida con una intensidad radical, porque este grupo de jóvenes están experimentando experiencias extremas".

De ahí que se haya empeñado con este trabajo en mostrar "todo el universo existencial que ha permanecido oculto y que hasta los mismos protagonistas tuvieron que evitar a los ojos del mismo Breton", en su condición de guardián de las formas.

Andre Breton quiso encauzar esa rebeldía, pero el mundo cambiante llevaría su mensaje más allá de sus sueños.

Antonio Domínguez Leiva

profesor, ensayista y novelista