La danza y el toque flamencos -no así el cante- tal y como se conocen hoy se fraguaron en Nueva York a lo largo de los dos últimos siglos, según demuestra el investigador José Manuel Gamboa, quien explica esta tesis en una obra de 1.200 páginas que cuentan la peripecia americana de cientos de artistas.

"ÑEn er mundo!" es el título de esta obra que lleva el subtítulo "De cómo Nueva York le mangó a París la idea moderna de flamenco", publicada, sólo en edición digital en cuatro volúmenes por Athenaica Ediciones Universitarias, que acaba de sacar el segundo volumen y que tiene previsto publicar los dos restantes antes de final de año -el primero está disponible desde el año pasado-.

Gamboa ha dicho que su investigación arranca en 1825, con los artistas que denomina "preflamencos" y llega hasta la actualidad, dividida en dos partes: "Los que llegaron en barco" y "Los que llegaron en avión", a las que se añadirá, en el cuarto volumen, un estudio sobre discografías grabadas en Nueva York, donde en 1948 se inventó el microsurco y donde anteriormente se efectuaban en cilindros -de gran calidad los que se conservan, ha aclarado-.

Entre los capítulos más curiosos de este segundo tomo están los dedicados al "maestro Juan Martínez", protagonista del libro de Manuel Chaves Nogales "El maestro Juan Martínez que estaba allí" y quien tras sus aventuras en la revolución rusa emigró a Nueva York, donde dispuso de academia propia en los altos del Carnegie Hall, o el dedicado al padre y los tíos de Margarita Cansino, quien se convirtió en Rita Hayworth.

También el que describe a Thomas Alba Edison grabando con su kinetoscopio a Carmencita bailando por peteneras, ya que la bailaora, cuñada de "el Alpargatero", creador de los cantes mineros, fue considerada entre 1885 y 1990 como "la artista más importante de los Estados Unidos", una fama que compartió con Consuelo Tortajada la Tortajada, a la que el New York Times dedicaba portadas mientras los tabloides alentaban la guerra hispano-cubana.

De la almeriense Carmencita se publicó una biografía en Nueva York, tal fue el éxito de las bailaoras españolas.

De Andrés Segovia cuenta que además de dar el primer concierto de guitarra española en Nueva York en 1929, ante las restricciones impuestas durante la Segunda Guerra Mundial y no hallar cuerdas fabricadas con tripa inventó junto con un vecino suyo las cuerdas de nailon.

Y del guitarrista madrileño Vicente Gómez, acompañante de Imperio Argentina, cómo fue Rubinstein quien tras escucharlo tocar lo sacó de la taberna de su padre y le hizo ir al conservatorio, cómo grabó en Nueva York con la DECCA -igual que Andrés Segovia- y cómo grabó antes que Yepes el "Romance Anónimo", interpretando el cual salió en la película "Sangre y arena".

El mismo Vicente Gómez fue el fundador del primer tablao de Nueva York, La Zambra, el cual, ha matizado Gamboa, no se llamaba tablao pero sí desarrolló ese concepto.

Gamboa se decidió a acometer este trabajo, que le ha llevado diez años, cuando investigaba discografías en microsurco y encontró una tesis doctoral que afirmaba que el flamenco fue llevado a Nueva York en los años veinte por los trabajadores emigrantes, lo que ha calificado de "disparate", porque fue llevado por artistas profesionales, muchos de los cuales enseguida encontraron reconocimiento e hicieron fortuna.

La tesis de Gamboa es que el flamenco va a Nueva York "de la mano de las vanguardias artísticas", del mismo modo que primero recaló en París -de ahí el irónico subtítulo de su obra-, como fue el caso de Juan Martínez -que luego pasaría a la Rusia revolucionaria y después a Nueva York-.

Según Gamboa, "el gran centro de reclutamiento de artistas" en el primer tercio del XX fue París, nunca Sevilla o Cádiz, y ese fue el caso de la Argentina, Antonio Mercé o María ''la Borrica'', y otros tantos artistas que allí se consagraron hasta instalarse progresivamente en Nueva York.

También ha asegurado que con esta obra ha abierto "muchas puertas" para que otros estudiosos la prosigan, ya que se trata de algo apenas investigado.