En su última edición, los Goya no se apartaron de las formas y maneras con las que debutaron, allá por el año 1987, cuando entre la curiosidad y el escepticismo, la flamante Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España entregó sus anuales distinciones anuales a una profesión maltratada y, sólo en las horas malas, corporativa a tope.

En este febrero hubo un filme aclamado y santificado, "Un monstruo viene a verme", de Juan Antonio Bayona que, con la mejor dirección, se llevó otros ocho premios; una grata sorpresa, "Tarde para la ira", de Raúl Arévalo, con cuatro, incluidos la mejor película, guión original y dirección novel; el doble galardón para "El hombre de las mil caras", de Alberto Rodríguez, por guión adaptado y actor revelación, Carlos Santos, y para Enma Suárez en su doble vertiente de mejor actriz y secundaria.

Como el Hollywood del que bebe, fue una pasarela de ellas y ellos, donde el podemita Iglesias y el socio Garzón cumplieron con la etiqueta, smoking y traje negro, y el ministro de Cultura rió las bromas. Hubo también un ilustre agraviado: Pedro Almodovar que volvió de vacío por su irregular "Julieta", en el año que presidirá el LXX Festival de Cannes, honor inédito hasta hoy para los cineastas españoles; y un robo de joyas por treinta mil euros en un camerino del Madrid Marriot Auditorium, sede del evento.

Por tercera vez consecutiva y la regularidad resta frescura, Dani Rovira presentó la gala con un guión aseado que tuvo, como siempre, dosis de audacia y vulgaridad; y los galardonados, más comedidos que en otras ocasiones, aprovecharon la tribuna para las reivindicaciones gremiales y la crítica por el IVA desmesurado. La bajada de tono no afectó a Ana Belén que, en su espléndida madurez, recibió el reconocimiento por toda su carrera que, recordó con elegancia y sencillez, para cerrar su discurso con la frase de la noche: "Esta profesión no se merece tanto desprecio de sus gobernantes".

Se agradeció la sobriedad y duración de la gala, la actuación de la Film Symphony Orchestra, dirigida por Martínez Orts, y los escuetos saludos de los triunfadores, beneficiados por el moderado formato del busto de Francisco de Goya, obra de José Luis Fernández que sustituyó al estrambótico original de Berrocal que, para colmo, ocultaba dentro de la cabeza una cámara de cine.