Maurice Sachs (1906-1945), prototipo de escritor amoral, "no miente aunque la verdad sea nauseabunda" y escribió "el libro más duro sobre el París ocupado, por ser el más real", ha dicho el escritor Alfredo Taján sobre "La cacería", conclusión de las memorias de Sachs, ahora traducidas al español.

"La cacería" (Cabaret Voltaire) completa "El sabbat", primera parte de las memorias de Sachs, publicada el año pasado por primera vez en español y precedida, como en este caso, de un estudio crítico de Alfredo Taján, quien describe al autor francés como "un gran memorialista, un talento para la crónica, porque cuenta la verdad de una época histórica muy controvertida".

Taján ha destacado que Sachs plasma "el ambiente y la desazón" del París humillado, de una ciudad en la que, sin embargo, "siguió la fiesta, los pintores siguieron pintando y vendiendo, y la Resistencia no surgiría hasta muy tarde".

"Lo asume -continúa- con deportividad y sabiendo que tarde o temprano le tocará a él", como en efecto le sucedió en Hamburgo, asesinado en una cuneta por un soldado alemán que le metió una bala en la cabeza.

La ignominia de Sachs fue creciendo hasta el último momento, voluntariamente enrolado al final de la guerra en la organización STO que desde la Francia de Vichy le ofrecía mano de obra barata a un invasor ya en declive.

Delator y ladrón, "maldito, homosexual, judío", colaborador de los nazis, de Sachs ha dicho Taján que cuanto más se le conoce "más se profundiza en las miserias del ser humano", lo que no le resta méritos como escritor, entre otras cosas por su aplastante sinceridad, con la que construyó una obra que tanto ha influido en la de Patrick Modiano, ya que el padre del nobel, otro judío francés que coqueteó con los nazis, fue su secretario.

"El primer enemigo de Sachs será él mismo, poseedor de un carácter caprichoso, pasional y excesivo, causa principal de su desgracia", según Taján, quien también lo describe como "un amoral cuyas tropelías encontraron un campo ilimitado de expansión en la Francia ocupada por los nazis".

No obstante, a diferencia de otros cronistas, es capaz de escuchar los gritos de los torturados y de ver los trenes repletos de judíos que surten los campos de exterminio.

Hasta el final de sus días, Sachs se dedicó a "un trapicheo más negro que el azabache", de modo que, añade Taján, resulta "imposible describir la amplia gama de sus actividades delictivas y determinar hasta dónde llegaron y con qué vehemencia se expandieron".

"Continuará con sus enjuagues hasta el final, aplicándose contumaz" en un descenso que conocerá el robo y la estafa, el proxenetismo y la delación, la falsificación y el tráfico de oro y antigüedades hasta quedar inscrito "en la heráldica de los colaboracionistas" y haber nadado como "un pez abisal" en las cloacas más pestilentes, en aquella "noche y niebla" que rigió la ocupación.

Pero su literatura tiene tales cualidades, su estilo directo resulta tan hipnótico, su ausencia de tapujos cautiva de tal modo que, confiesa Taján, "sigue seduciendo después de muerto, continúa resultando simpático", como debió de resultar en vida a tantas víctimas de sus desmanes.

A propósito del título de esta obra, al igual que "El sabbat", traducida por Lola Bermúdez Medina, que publicó póstumamente, Taján afirma que Sachs, "con su tono melifluo y absorbente", caza al lector porque "practica lo que practicó durante toda su vida, la hipnosis, el sutil encantamiento".