Lejos del lastre que los apellidos ilustres suelen reportar a quienes intentar perpetuar una saga en la política, el deporte o el arte en general, a la actriz Geraldine Chaplin el suyo le abrió todas las puertas y allanó el camino incluso en la escuela, donde lo trapicheaba con sus amigas.

"A las más listas de la clase les decía que si me dejaban copiar en los exámenes, por la tarde las llevaría a mi casa para que conocieran a mi padre", el gran Charlot (Charles Chaplin), ha evocado esta mañana una divertida, espontánea y elocuente Geraldine Chaplin (Santa Mónica, Estados Unidos, 1944).

Cerca de 150 películas acumula esta actriz de nacionalidad española y estadounidense, indisolublemente ligada a la historia del cine español junto a Carlos Saura, y que esta tarde recibirá la Espiga de Honor de la 61ª Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci).

"La sombra de mi padre fue maravillosa, ser hija de Charlot me daba trabajo y es algo que he aprovechado todo lo que he podido a lo largo de mi vida", ha admitido ante medio millar de estudiantes durante la clase magistral que ha protagonizado en el edificio histórico de la Universidad de Valladolid.

Desde su debut en la gran pantalla en "Candilejas" (1958), bajo la dirección de su Charles Chaplin y junto a sus hermanos, hasta "Un monstruo viene a verme" (2016), bajo la batuta de Juan Antonio Bayona, median cerca de setenta años de una trayectoria en la que ha trabajado con directores prestigiosos y noveles, "pero también he hecho una gran cantidad de mierda", ha precisado ante las risas del auditorio.

Geraldine Chaplin fue bailarina profesional, modelo y payaso antes de dedicarse al cine en plenitud cuando en 1964 protagonizó junto a Jean Paul Belmondo "Secuestro bajo el sol" y, un año más tarde, "Doctor Zhivago", con rodajes en Fuengirola (Málaga) y en Soria, respectivamente.

"Con mi apellido resultó muy sencillo, pero también me di cuenta de que el cine no era tan fácil como creía", ha reconocido durante la conversación que ha mantenido, delante de los alumnos, con el director de la Seminci, Javier Angulo.

Nació en Estados Unidos, a los ocho años emigró a Suiza con su familia, a los diecisiete estudió danza en Londres y más tarde se estableció en París, desde donde aterrizó en la España franquista para rodar sus primeras películas en este país.

"En la España franquista me sentí muy libre, lejos de mi padre que era muy estricto, de educación victoriana, un hombre de una disciplina muy fuerte, y aquí encontré la libertad completa, agité por primera vez mis alas", ha recordado.

En España, después de haberlo conocido en el festival de Berlín (Berlinale), se unió al "gran Saura", un "joven, prometedor, joven y un poco marginal" director que le despojó de su etiqueta de ''actriz de Hollywood'', y con quien rodó "Peppermint frappé" (1967), la primera de los nueve títulos en los que se convirtió en su musa.

De aquella época recuerda el candor de la censura, "más obsesionada con una teta que con el mensaje", lo que aprovechó un habilidoso Carlos Saura para deslizar un trasfondo de contestación contra el régimen totalitario imperante.

"Aprendí poco a poco a conocer y amar el cine de independiente, de autor, entonces se llamaba marginal. No me di cuenta entonces de que era un cine arriesgado que luchaba desde dentro contra el sistema", ha analizado.

Fue a partir de entonces, en esa época, cuando pudo cumplir el sueño de su vida: "hacer una gran producción americana y a la vez cine independiente, en todos los continentes e idiomas y lo he conseguido", ha subrayado.