Antes de acceder a la Sala Sinfónica la realidad acústica dominante en los vomitorios del Auditorio de Tenerife era idéntica a la que se percibe en las calles que lindan con el patio de un colegio a la hora del recreo. Un griterío desordenado, casi histérico, anunciaba un concierto diferente. Los músicos de la OST entran y salen del escenario a la espera del nacimiento de una función que llegó con más de un cuarto de hora de demora.

Moisés Évora, presentador de esta pedagógica iniciativa diseñada por el Cabildo, anuncia la presencia del Ángel Camacho al frente de la Orquesta Sinfónica de Tenerife. La escena es parecida a la que repetía cada fin de semana Fernando Argenta (1945-2013) con "El Conciertazo" de TVE. Como si de la alineación de un equipo de fútbol se tratara, Évora anuncia cómo se estructura el grupo que ocupa la caja escénica. Por un momento se percibe una sensación muy parecida a un programa aún por definir que se podría titular "¿Quiéres conocer a la OST?".

La mayoría de los peques aún mantienen unos niveles de concentración bastante altos, aunque ya ha habido alguna que otra deserción a los baños. Sí. Más de un padre tiene que abandonar la sala con el niño a cuestas no vaya a ser verdad la frase de "papá tengo ganas de hacer pissss". Normalmente, eso es novelería pero, por si acaso, no es conveniente tentar a la diosa fortuna.

No hay nada más didáctico que un adulto en el epicentro de una sesión de "WhatsApp" mientras los músicos interpretan los primeros compases de "Capricho español" (Nicolai Rimsky-Kobsakov). Por fortuna, a pesar de la enorme cantidad de traseros desinquietos que ayer se reunieron en el Auditorio de Tenerife, los espectadores se entregaron de salida a las notas que afloraron entre las partituras de la "Música nocturna de Madrid" (Luigi Boccherini).

El intercambio de mensajes de una madre que ocupa uno de los asientos superiores se interrumpe cuando la bailarina Saray Astigarraga cruza el escenario de lado a lado. Música y ballet se habían fusionado antes de oír los compases de "Carmen" (Suite nº 1) de Bizet, "El tambor de granaderos" (Chapí) o dos piezas con el inequívoco sello de Manuel de Falla: "El amor brujo" y "El sombrero de tres picos". "La boda de Luis Alonso", de Gerónimo Giménez, completó un programa que sin perder ni un solo gramo de calidad ofreció la versión más inocente de la OST.

En una mañana en la que no faltaron los tenis con pisadas lumínicas -esos que tienen unos pilotos que encienden-, las mochilas de Peppa Pig o Star Wars y algún que otro pañal de recambio, los componentes de la OST se adaptaron con una generosidad desbordante a una audiencia curiosa. Y es que para muchos de los espectadores que ayer se reunieron en el Auditorio, "El sombrero embrujado" fue su primer concierto.