Hay lectores que solo le dan un capítulo de vida a un libro antes de enviarlo al cajón de los olvidos. Un extra de entre 40 y 50 páginas, no más, antes de admitir una mala elección. Otros prefieren completar el camino para analizar el global de la novela después del "The end". El mundo del arte necesita creer en la existencia de chispazos que transformen lo cotidiano en algo extraordinario; lo simple en un ejercicio suicida. Y el Circo Alegría On Ice, que ayer abrió sus puertas en La Laguna -en una parcela localizada en el camino de Las Mantecas- esconde en su escaleta unos cuantos de esos calambrazos.

Durante un rato todo parece muy sencillo. Nada del otro jueves que no se pueda lograr con una dosis de talento y unas cuantas horas de entrenamientos. El espectador, incluso, se llega a preguntar si a lo largo de la función va a ocurrir algo realmente asombroso. Sí. El riesgo se desborda justo cuando la grada se ha convencido de que está asistiendo a un espectáculo concebido para la familia. En esa coordenada es cuando tiene sentido todo lo que vino con anterioridad, es decir, la destreza de una acróbata de hula hoop, la precisión del malabarista y la puntería del señor que maneja la ballesta. Sumando estos tres valores en su justa medida es normal que los clientes dibujen en sus rostros unos surcos de admiración con un par de números aéreos que son capaces de cortar la respiración. Sobre todo, el que se desarrolla sobre una especie de nave espacial que casi ocupa todo el largo de la pista de hielo. Ahí es cuando alguien tiene que decir esa frase en off que recomienda: "No traten de emular en sus casas lo que a continuación van a realizar los artistas". El circo es así. Todo puede tener un recorrido ordinario antes de que la figurade turno contradiga las leyes de la gravedad o dejar en mal lugar a los que piensan que los retos imposibles solo son posibles en las páginas de un libro. No. También en el Circo Alegría On Ice.