Ni guión ni diálogos. Las obras del Living Theater eran radicalmente diferentes y por eso alcanzaron el olimpo pero allí ardieron y pasaron al olvido hasta que el colombiano Carlos Granés ha recordado en "La invención del paraíso" de qué están hechos los sueños que hacen posibles las vanguardias.

Granés, que reside en Madrid, ha dedicado tres años a seguir los pasos del Living Theatre, la compañía de teatro experimental que fundaron Judith Malina y Julian Beck en 1947 y que, de Estados Unidos a Brasil, empaquetaron una utopía libertaria de la que fueron partícipes John Cage, Allan Gingsberg, Jim Morrison, Dalí o Andy Warhol.

"Siendo un grupo legendario, protagonista del discurso cultural, pasó al olvido total. Los pocos que habían oído hablar de ellos pensaban que habían desaparecido pero Malina, que murió en abril, lo mantuvo siempre activo", relata Granés en una entrevista con EFE.

Su historia, que ahora Granés recoge en el libro que acaba de publicar Taurus, le atrajo desde que supo que "la compañía", un grupo anarcopacifista con veleidades mesiánicas, era un eslabón en una cadena de influencias ideológicas y artísticas muy influyentes en la que aparecía la vanguardia europea, la generación beat, el hippismo y el tercermundismo.

"Malina no fue miembro de la generación beat pero estuvo muy cerca. Julian -fallecido en 1985- estuvo muy metido entre los impresionistas abstractos y ambos en las Panteras Negras y dieron salto al tercer mundo con el que todos los miembros de la contracultura soñaban. Artaud y el Living Theatre fueron los únicos que dieron el paso de buscar el exilio en lo exótico", asegura.

Primero quisieron revolucionar la sociedad estadounidense con sus propuestas, en especial "Paradise now", que aspiraba a que los espectadores fueran conscientes de que era preciso "romper cadenas", y después se propusieron "liberar" a los brasileños del "yugo" del general Medici con la puesta en escena de la obra "El legado de Caín", inspirada en Sacher-Masoch.

"Nadie puso más empeño que ellos en cambiar la sociedad a través del teatro, en explorar las posibilidades del arte y su impacto en la vida", explica el escritor y antropólogo, Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco.

El "gran drama" de la vanguardia artística, apunta, es que depende del momento en el que se manifiesta: "Los dadaístas parecían muy transgresores, disruptivos y peligrosamente seductores, pero cuando eso se contagia se pierde el elemento corrosivo y se convierten de amenazantes en mainstream", señala.

El Living fue "víctima de su propio triunfo" porque cuando empezaron a finales de los 40, los valores puritanos imperaban, y lo que ellos proponían, las relaciones abiertas, las relaciones homosexuales, la "protocomuna" era "muy desafiante", pero luego "las cosas cambiaron y aquello dejó de ser extraordinario".

En su libro muestra cómo los esquemas de los 40 y 50 van relajándose y los dramaturgos, a pesar de la amenaza de cárcel o multas, fueron pioneros en el desafío de las convenciones.

Ha habido un intento por rescatar los gestos vanguardistas pero cree que no es repetible una experiencia parecida porque todos han perdido sus elementos subversivos, "esa lucha entre artistas y poderosos siempre presente en la línea de fuga vanguardista".

Lo más especial de ellos, apunta, es que no solo hicieron "una lucha cultural", sino que intentaron hacer una revolución en una sociedad democrática y garantista, único caso en el siglo XX, es decir pusieron a prueba el efecto de la vanguardia y el teatro, revolucionario, tanto en una democracia como en una dictadura.

"Que un grupo de creadores haya intentado cambiar el mundo en una sociedad abierta y luego a una cerrada no se ha repetido", subraya.

Le gustaría que leyera su libro no un público especializado en teatro sino aquel lector que pretenda entender cómo las propuestas culturales afectan a ala sociedad.