No suelo hacer comentarios sobre vestidos o famosas en galas y fiestas pero desde el pasado lunes sigo dando vueltas a las imágenes de esos vestidos ajustados llenos de trasparencias de la gala del Museo Metropolitan de Nueva York. La gala anual del museo ya es, para muchos, el mayor encuentro de celebridades del mundo de las artes, de la moda y del famoseo en general, dejando atrás al mismísimo Oscar. Actores, actrices, modelos, diseñadores, cantantes, políticos, aspirantes a cualquiera de los anteriores y celebrities en general se encuentran para desfilar sus modelos en el red carpet y enseñar al mundo que pueden pagar 25.000 dólares por la cena. Todo el mundo que es, o quiere ser, alguien dentro de la alta sociedad neoyorquina debe estar en la "Gala anual del Met".

Por lo menos en lo que a estilismos se refiere, la "Gala del Met" es el sitio donde todos los excesos son admitidos. "Si no me lo pongo aquí, no lo pondré en ningún otro evento" parece ser siempre la consigna de la noche. Como cada año, el tema de la gala es determinado por la exposición que el museo estará presentando. Fue así con las conversaciones imposibles entre Schiaparelli y Prada en el 2012, cuando Marc Jacobs apareció con un vestido negro trasparente sobre unos calzoncillos blancos, o en el 2013, cuando la famosa exposición sobre el movimiento Punk llevó a los famosos a buscaren imperdibles y pinchos diversos para sus looks. Me acuerdo que en esa gala, la top Gisele Bundchen ya apareció con un minivestido de Anthony Vaccarello, de esos que llevan aplicaciones en malla de metal en puntos estratégicos, para enseñar que no llevas ni sujetador, ni bragas. Parece que es una demostración de poder ir sin ropa interior a las galas. Y enseñárselo a todo el mundo, claro.

No tengo nada contra trasparencias ni contra el cuerpo femenino, que quede muy claro. Y mucho menos contra la supresión de la ropa interior. Pero la ropa muy ajustada, los grandes escotes, las aperturas estratégicas y las trasparencias tienen que venir en la justa medida. Y casi nunca juntos. Si no es así, lejos de transmitir sensualidad, transmiten vulgaridad. Tengo la impresión que los vestidos de Jennifer Lopez, Beyoncé y Kim Kardashian en la gala del Metropolitan de ese año son la culminación de un proceso que viene, desde hace algún tiempo, vulgarizando la imagen femenina en pro de una supuesta sensualidad y de una presunta liberación. Me parece que la idea es proyectar la imagen de una mujer libre y poderosa, que se puede permitir casi todo y así lo hace y lo demuestra. Pero esa demostración de hipotético poder es tan pueril y tan endeble que se rompe con la misma facilidad que se construye.

Seguimos atándonos a nuestro cuerpo, como si tetas y nalgas fueran trofeos a exponer públicamente. Escrupulosamente maquillados y desde el ángulo perfecto y, si posible, al lado de maridos orgullosos. Lo siento pero no creo que eso sea libertad, ni mucho menos poder, para ninguna mujer. He oído y leído comentarios a respeto de esos vestidos que me han dejado los pelos de punta. La verdad es que a mí me importa muy poco como viste Beyoncé, Jennifer Lopez o Kim Kardashian. Lo que sí me importa es el impacto que tienen sobre el público en general y, sobre todo, en las chicas más jóvenes, a las que veo más y más vistiéndose menos y menos. No estoy hablando de decoro o recato, hablo simplemente de elegancia y sentido común. Veo a chicas jóvenes con minifaldas imposibles, escotes absurdos y tacones tremendos, intentando coordinar la subida de la falda con la bajada del escote en cuanto caminan buscando el equilibrio sobre diez o doce centímetros de plataformas grotescas. No puede haber ni belleza ni sensualidad en ello. Mucho menos elegancia. El resultado final es, casi siempre, de una ordinariez peripatética. Lo peor es que también lo veo en mujeres maduras, que ya deberían haberse dado cuenta de lo poco favorecedor que es ese juego, tengas el cuerpo o la edad que tengas.

A muchos les habrán encantado los vestidos. Muchos dirán que ellas poden ponerse lo que quieran, porque son famosas, ricas y lo pueden todo. Otros dirán que es pura envidia porque son guapas, tienen un cuerpo de vértigo y lo enseñan con vestidos carísimos de diseñadores conocidos. Algunos se preguntarán quien determina el límite entre la sensualidad y la vulgaridad. Yo me pregunto qué es lo que, de verdad, revelan y que es lo que esconden las trasparencias de esos vestidos en cada una de nosotras. Y creo que esa reflexión me seguirá asombrando por unas cuantas noches más...