Juan no solo es un jubilado más que deambula por la ciudad en busca de esa distracción ganada a partir de una larga actividad laboral. Su mundo está construido con libros; textos que en breve se dejarán de vender en la sede que la librería La Isla tiene en la calle Robayna de la capital tinerfeña. El próximo fin de semana cierra uno de esos espacios en los que los sueños se fabrican en papel. Toda la actividad se traslada a las instalaciones de Imeldo Serís. Allí, su familia se ha propuesto darle un impulso a un negocio que vive condicionado por múltiples crisis; no solo por un agujero económico que nadie logra taponar.

Juan Celis aún recuerda sus primeros días en una de esas tiendas que transmiten un encanto especial. Todo empezó en 1971. "Entonces se llamaba librería Rexachs", introduce un empresario natural de Las Palmas que en sus inicios tuvo que rellenar muchas fichas literarias. "Era la única manera de llevar el control de las ventas; una en cada libro que se cortaba al cerrar una venta", explica sobre una metodología que estaba a años luz de los actuales programas informáticos y de esas "pistolas" láser que indican a un cliente el precio de una novela erótica con un pitido hueco.

La censura, por supuesto, fue uno de los enemigos más férreos en aquellos años. "Pedir un libro de Baroja era poco menos que una heroicidad porque era algo que no estaba bien visto. Tampoco había muchas editoriales para elegir... Las más demandadas eran Austral y Taurus; Planeta llegó después", matiza el exlibrero justo antes de mencionar uno de esos instantes claves en su trayectoria profesional. "La publicación de Natura y Cultura de las Islas Canarias (Pedro Hernández Hernández) se convirtió en un fenómeno difícil de controlar; fue el regalo de aquellas navidades y nos vimos desbordados por los encargos", recuerda.

Pero en 43 años también hay más de un disgusto inolvidable. "No todo puede ser bueno... Hoy en día, por ejemplo, vivimos las consecuencias de una piratería que nos está matando. Cualquiera puede descargarse una novedad literaria sin sufrir las consecuencias de una actividad ilegal", censura el expropietario de una empresa que llegó a tener hasta 35 empleados. "Hay gente que se ha tomado esto como si fuera un funeral... No es para tanto; solo nos trasladamos al otro local", puntualiza Celis en un momento de la conversación en la que afirma que "ahora le toca tirar del negocio a mi familia".

Y es que La Isla abandona la calle Robayna antes de lo previsto. "El contrato se cumplía en diciembre -el arrendamiento- y lo único que ha pasado es que hemos acelerado el adiós a un local que ha cumplido una misión importante en la vida cultural de esta ciudad", añade el grancanario, no sin dejar claro el sentimiento de pena que le provoca una salida que creía que iba a ser menos doloroso. "Llevamos tiempo asumiendo que el futuro de La Isla está en Imeldo Serís, pero esas emociones no son demasiado fáciles de llevar. Intentaré evitar pasar por allí (silencio)... En ese local hay muchos recuerdos que siguen demasiado calientes".

Este consejero literario da un paso a un lado para entregar a sus descendientes -en la fotografía de la izquierda aparece en compañía de sus hijas Rocío, Marta y Andrea- las claves de un negocio en el que hay que saber escuchar y hablar con cautela. "Claro que tengo autores favoritos, pero un librero no debe discriminar a un escritor por el hecho de que su lectura no le agrade... En este oficio hay un alto porcentaje de decisiones que se toman en función de una moda. Si una novela está de moda no la puedes esconder", concluye.

REACCIONES

Víctor Conde

Escritor

"Con este traslado se elimina un símbolo de la ciudad"

Víctor Conde tenía la sede de La Isla que sigue abierta en la calle Robayna como un lugar referencia de su infancia. "Es una pena que se produzca un cierre que dejará un hueco en la cultura de esta capital. Esto es como si dentro de 20 o 30 años deciden cerrar el Auditorio de Tenerife porque alguien entiende que ya no es rentable. Con este traslado se elimina uno de los símbolos de la ciudad".