Dicen que el mundo es de los que arriesgan, aunque siempre haya alguien que te recuerde que los cementerios están llenos de valientes. Ver a "Don Giovanni" en un escenario en el que se cuela un taxi neoyorquino y un acceso a un garito de mala muerte no deja de ser una experiencia diferente.

Sin ir mucho más allá de aspectos técnicos que tienen que ver con las interioridades de la ópera que acaba de abandonar el Auditorio de Tenerife, lo primero que se me ocurre tiene que ver con el vértigo creativo de Rosetta Cucchi, la directora de escena de una idea brillante. El debate es inevitable. Unos, porque no son capaces de entender las pinceladas vanguardistas que le dieron a esta obra maestra. Otros, en cambio, porque han tenido su primer coqueteo operístico con un boceto que respira actualidad.

Sexo, drogas y rock and roll no son tres ingredientes operísticos. Al menos no lo eran hasta que Cucchi creó un formato en el que Yolanda Auyanet (Donna Anna) está soberbia, en el que Alessandra Volpe (Donna Elvira) tiene instantes estelares, en el que brillan las tramas de Alessandro Luongo (Don Giovanni) y Roberto de Candia (Leporello), en el que Stefano Palatchi (Il Commendatore) le extrae todo el partido posible a su efímero, aunque impactante rol, en el que todo está magistralmente engarzado.

No es muy habitual ver a un barítono practicando sexo en el asiento trasero de un taxi, inhalando cocaína en un pub o borracho hasta perder la conciencia para olvidar... Ese es el "atrezzo" de un universo increíble. Mozart es Mozart y el maestro Sergio Alapont es culpable de reproducir su música con una emoción exquisita. El resto lo pusieron un Manuel de Diego excelso y otra pareja que no defraudó: Guiliana Gianfaldoni y Davide Bartolucci.

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