Su música "contamina" a legiones de seguidores desde hace más de cuarenta años, el director Vicente Aranda le entregó el papel de Desideria en "La pasión turca" y en su perfil como actriz de teatro cuenta con suculentos éxitos en obras que emergieron de la imaginación de Shakespeare, Molière, García Márquez o Chéjov... Ana Belén (1951) ofrece un concierto esta noche, a partir de las 21:00 horas, en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife Adán Martín. La artista madrileña estará acompañada por la pianista Rosa Torres-Pardo en una cita que combinará la suavidad de su voz con la fuerza escénica de una intérprete que puede presumir de tener un poderoso ADN artístico: cien proyectos discográficos -álbumes, sencillos y DVD-, treinta y nueve películas, veintisiete obras de teatro y trece experiencias televisivas.

¿A la dueña de una carrera profesional tan larga y brillante le queda algún secreto escénico por descubrir?

Yo quiero pensar que sí. Si te dedicas al mundo del arte debes aprender que siempre vas a estar en la cuerda floja... Esta no es una profesión que te permita acomodarte. En el momento en el que trates de sentirte cómoda estás jorobada.

¿Ha notado muchos cambios en una profesión que conoció a los diez años con respecto a los valores que ahora abandera?

Por supuesto... Los cambios existen y han sido para mejor. Siempre he tenido los pies en el suelo y sabía que este momento llegaría. La gente que se plantea dedicarse a esto hoy en día está mejor preparada y, sobre todo, tiene muchos más medios a su alcance. En mis inicios, por ejemplo, únicamente existía una Escuela Oficial de Arte Dramático, que por aquel entonces transmitía unas sensaciones terroríficas, reaccionarias y retrógradas. Si tenías alguna inquietud musical, la única salida era probar fortuna en los programas radiofónicos. Yo empecé en esto porque me oyeron cantar en una emisora...

¿Cuesta mucho mantener la ilusión del primer día?

Cada día me agarro con pasión a esta profesión. Prefiero afrontar los proyectos desde la nada, como si lo tuviera que aprender todo. Me gusta pensar que no sé nada y que todo forma parte de un aprendizaje.

Mantener con vida una carrera artística que ya dura casi medio siglo es casi un milagro con los tiempos que corren, ¿no?

Soy una corredora de fondo que no suele mirar hacia atrás; cuando lo hago es para coger impulso (ríe). Esto es un trabajo largo, no el deslumbramiento de un recién llegado que consigue un éxito puntual, porque todos tenemos muchas posibilidades de tener un éxito puntual. Esto es aguantar cuando estás en la cima de una montaña, resistir cuando te encuentras en un nivel intermedio y, sobre todo, sobrevivir cuando tienes que hacer un trabajo gris y no queda más remedio que estar en un plano menos visible. Yo he estado muchas veces en ese túnel artístico, pero siempre he tratado de regresar a la luz.

¿Cree que se ha mitificado excesivamente su perfil artístico?

Jamás he tenido la sensación de ser un mito; no soy referencia ni para mis hijos... Ellos buscan sus referencias fuera de casa. No soy un mito, pero se respeta mi trabajo. Me creería mucho más importante de lo que soy si pensara que soy un modelo a seguir. Eso sí, el respeto que percibo hacia mi persona es idéntico al que siento por los jóvenes que intentan poner en marcha una carrera artística.

Artista premiada en el sector del cine y del teatro y reconocida con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes; ¿esos galardones acaban siendo una carga?

Los premios gustan mucho. Yo los agradezco siempre, pero sí que responsabilizan. Nunca son una carga, pero tampoco un impulso. Eso, la fuerza, la tiene que poner uno. Si no sabes impulsar tu carrera, nadie vendrá a hacerlo por ti. En cualquier caso, la mía no estuvo marcada por el número de premios que me dieron.

¿Es fiel con sus ideas políticas?

Soy una ciudadana de una ciudad determinada, de un país determinado, de un continente determinado y del mundo... Soy una ciudadana que no cierra los ojos a la realidad y que está más o menos informada de lo que está pasando a su alrededor.

Cuando se acumulan más de un centenar de experiencias discográficas, propias y en colaboración con otros músicos, ¿se llega a entender la espiral destructiva en la que anda metida la industria del disco?

El único pensamiento que tengo es de pena porque no solo se ha desmantelado el sector discográfico, sino que se ha destruido la industria musical. La música ha perdido todo el valor que tendría que tener como reflejo de los niveles culturales de un país. No hemos sabido proteger la música y no supimos ponerle coto a lo que teníamos que ponerle coto. No estoy en contra de las nuevas tecnologías, pero sí me molesta que los trabajos se abaraten porque no exista un blindaje que impida que les roben el trabajo a los creadores. Los autores son los que llenan de contenidos la cultura de un país. Nadie puede apropiarse de sus sueños sin que pase nada. Somos el único país de Europa en el que se ha producido un proceso de destrucción tan grande... El problema no es mío, que ya tengo una carrera más o menos consolidada, el problema lo van a tener las personas que quieren entrar a formar parte del mundo de la cultura.

Pilar Miró, Mario Camus, Fernando Trueba, Vicente Aranda, entre otros directores... ¿Después de trabajar durante más de tres décadas en el mundo del cine ya ha renunciado a él?

Eso es algo que no me puedo permitir... No he renunciado a hacer cine, pero hace mucho tiempo que no existo para los directores. Es un mundo al que siempre me gustaría volver. Es una pena que no me ofrezcan más películas, pero como solía comentar mi padre: ¡Así está el tema!

El teatro, junto con la música, sí que le ha dado más proyección artística en los últimos años.

El teatro es como volver al útero materno. Es una idea que me gusta utilizar porque supone un regreso a las raíces de la interpretación.

¿Lo de alejarse del mundo de las artes es todavía una posibilidad remota?

Me sigue interesando mucho estar cerca de él. Siempre he dicho que no quería envejecer dentro de esta profesión; hablo de una vejez que me haga perder el sentido sobre el escenario. Sería, y ahora tiro de un comentario bastante teatral, como perder los papeles sin que me diera cuenta y ese no es el mejor final. Lo que ocurre es que mi intención de seguir la reafirmo con la mente muy lúcida y una nunca puede presumir de cumplir su palabra en el instante en el que insiste en la idea de que de esta agua no beberé. Mi intención es no eternizarme en la escena, aunque sigo poniendo una gran ilusión en todo lo que hago. Es una cuestión de respeto entre el artista y el público.

¿Qué se van a encontrar esta noche los espectadores que acudan al Auditorio de Tenerife?

Es complicado explicar en pocas palabras un espectáculo tan recogido y pequeño pero, a su vez, con tanta fuerza escénica. Es como una pequeña joyita que contiene algo de teatro, un poco de poesía y una parte musical en su más amplio sentido de la palabra -con piezas de Beethoven, Chopin o Mozart-, porque se fusiona con otras artes.