"A mí me parece peligroso, el rollo de aislar a alguien, porque entonces no saben lo que pasa fuera, en la sociedad. Hablo por ejemplo de ese rollo de los políticos que viven, por ejemplo, en Galapagar... Que viven en chalés, que tienen escoltas y coche oficial puesto por el partido y que ya no saben lo que es coger el transporte público. Y ya puestos y si me apuras, te confieso que no le entregaría la política del país a quien se gasta 600.000 euros en un chalé de lujo".

Con palabras parecidas a estas, Pablo Iglesias ha terminado criticándose a sí mismo. Solo han pasado cinco años entre los principios que predicaba y las contradicciones en las que ha incurrido. Se puso a parir con carácter prospectivo. Tal vez sea -eso parece- que estaba equivocado con sus primeras afirmaciones, más que con sus actos posteriores.

Pero a todos los efectos da igual. Lo de aquello y lo de ahora. Porque Iglesias conoce y maneja perfectamente las reglas del espectáculo con las que funciona nuestra democracia. Por eso convirtió su regreso a la arena política en un show protagonizado por su mejor personaje; que es él mismo. La versión 2.0 de Iglesias dejó el sábado de cambiar pañales para meterse con los bancos, con los poderes económicos, con los medios de comunicación, con el periodismo de alcantarilla... Lanzó el anzuelo para conseguir notoriedad y pescar en los mismos mares del descontento y la indignación en los que cosechó cuando Podemos fue la gran esperanza de tantos y tantos ciudadanos a los que luego en gran medida han defraudado.

La nueva política se tropezó por el camino con las necesidades electorales. Y llegó el pacto con Izquierda Unida. La alianza con el movimiento comunista no resultó como se esperaba y los fundadores de Podemos, en desacuerdo con ese camino, terminaron abandonado el proyecto. Vaya ironía: Iglesias, ahora, intenta rescatar el viejo espíritu del partido que nació a la sombra del 15M. De ahí que su discurso haya vuelto casi a los orígenes. Defender a los débiles frente a los poderosos, a la gente que no llega a fin de mes, a una sociedad manejada por siniestros poderes en la sombra a los que sólo ellos pueden combatir con firmeza.

"Estoy harto de que se diga que no se puede. A los poderosos les vamos a decir que no" dijo Iglesias, iracundo y telegénico, en su larga entrevista de bienvenida en La Sexta TV. Viene a luchar contra los poderosos, dijo. Que en cierta forma es como decir que viene a luchar contra sí mismo. Puro Sócrates. "¿Lo que viene ahora está grabado?" preguntó al final del programa, creyendo estar fuera de antena. No. No está grabado. Todo lo que va a pasar a partir de ahora será la consecuencia inevitable de la epidemia extremista que ha contagiado al país. Pero el destino no está grabado. Lo único es que es inevitable.