Conocí a Martín Chirino (1925-2019) en un ático mínimo y acogedor, situado en el túnel comercial que, a la altura de la Catedral, une la Carrera y Herradores, en reuniones animadas por docentes y alumnos inquietos, artistas radicales en busca de argumentos y ocasiones y ociosos divertidos que, de algún modo representaban el espíritu universitario de La Laguna.

El Mayo Francés, ilusión fugaz y bandera libertaria, estaba presente y/o en espera, como Godot, y los grados de progresía se medían por el desprecio a la figuración, la literatura mollar, el desafecto al régimen que, en su imparable decadencia, entrenaba a sus cachorros en fórmulas de dialéctica huera. Chirino hablaba, habló siempre, despacio, con una búsqueda fonética novedosa y graciosa en un canarión de costa; entraba en los temas con circunloquios biográficos y estéticos, con derivaciones hacia los temas de moda que, fuera de la política y el arte, cabían en las tertulias de una época donde la hiperactividad te acreditaba como informado y comprometido.

En aquellas coordenadas, la instalación de su Lady en las Ramblas, dedicadas al inevitable general, fue un acontecimiento memorable y, sin duda alguna, la semilla que alentaría más tarde la Exposición Internacional de Escultura en la Calle que dotó a Santa Cruz de una audaz y variada colección de obras gracias al impulso de Eduardo Westerdahl y del Colegio de Arquitectos.

Medio siglo después pienso que ahí está la creación máxima del artista que nos dejó en las vísperas de la primavera; una sugestión femenina de inteligente economía, un movimiento plantado en el aire contra los ocres y los verdes pobres de las laderas de Ventoso. Con Vicente Saavedra y Javier Díaz-Llanos, los autores del Colegio y de la plaza, nuestro amigo Martín -que hablaba tanto de razones como de azares- completó una estampa única de la capital que soñamos, una visión que quisimos materializada y quedó, como las profecías pendientes, como un consuelo a la fe pertinaz. El desarrollo contemporáneo discurrió por pautas más vulgares e interesadas y nuestra Lady roja en el entorno del edificio gremial, quedó como una excepción de museo, como el aliento clásico que, por encima de la potencia del hierro, calificó a Chirino.